¡Ha muerto el Rey, el fútbol se inclina ante tu altar!

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¡Ha muerto el Rey, el fútbol se inclina ante tu altar!
Fecha de publicación: 
26 Noviembre 2020
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Qué triste es escribir de los que ya no están, de aquellos que volaron más alto y trascendieron inolvidablemente a escala planetaria; pero mucho más triste es hacerlo sobre mi mayor ídolo deportivo de la niñez y la adolescencia, es como escribir sobre tu padre cuando irremediablemente tengas la certeza de no verlo nunca más.

Y sí, aunque nos neguemos a aceptarlo, el corazón de Diego Armando Maradona ha dejado de palpitar para siempre y con él, el gran Dios del fútbol mundial inició su viaje hacia la eternidad. Es sin dudas, la leyenda más extraordinaria y amada del deporte más hermoso del mundo.

Se ha ido la mística irrepetible de una zurda de oro, ese regate divino que mutiló y humilló a Inglaterra después de la guerra de las Malvinas, aquella tarde luminosa de 1986, en el estadio Azteca, donde hiciera el gol más memorable de los Mundiales; también la mano bendecida por Jesús y esa actitud heroica para enfrentar a cualquier rival dentro y fuera de la cancha.

Nadie como tú para explicarnos qué cosa es la esencia de la vida, la fama y lo que significa una pelota en el día a día de la gente, en los sueños de un niño, en el corazón de una nación. Incluso tus excesos y pecados: el amor por la noche y la parranda, por las sublimes volubilidades de la mujer y ciertas adicciones fatales, no laceran -de ningún modo- las páginas del diario de tus días porque te mostraste sin dobleces, así como “el más humano de los dioses”, diría Galeano.

“Los Cebollitas”, donde comenzó todo en Villa Fiorito, Argentinos Juniors, Boca, Barcelona, Napoli, Sevilla, Newell´s Old Boys y la selección Argentina, podrán presumir siempre que: “Aquí jugó Maradona, aquí vistió el número 10 más maravilloso de la historia del fútbol, aquí nació el ´Pibe de Oro´ y aquí forjó su leyenda”.

Italia fue su segunda patria, Nápoles el romance más íntimo con una ciudad y sus habitantes, con el San Paolo y un club pobre del sur de la península. Encarnó la lucha de los menos favorecidos contra los poderosos y por siete años el norte sintió que había llegado un nuevo Emperador al Calcio. El tipo que fue capaz de hacer lo que todos querían, pero ninguno había podido hacer. En una tierra que no era la suya, pero que la volvió suya.

O sole mio”, una célebre canción napolitana que habla de amor, con letra de Giovanni Capurro y melodía de Eduardo di Capua, fue la pieza que eligieron los napolitanos para celebrar el primer scudetto (1987) que le regalara Diego al palmarés del Napoli. Por primera vez la urbe pareció estallar y sus pobladores incendiar al “Vesubio” con lava tricolor. Maradona era un Rey, tenía a todos a sus pies y continuó ofreciéndoles la gloria de una Copa Italia (1987), una Copa de la UEFA (1989), una Supercopa de Italia (1990) y el último título de Serie A (1990).

Hoy me golpean los recuerdos de cuando lo descubrí en Estados Unidos ´94 –con apenas 8 años– y jamás olvidaré aquel grito de gol contra Grecia, después de una bellísima jugada de pared con Fernando Redondo, que casi devora la cámara de televisión en la celebración, como también son inolvidables esas imágenes cuando toma de la mano a la enfermera, tras el encuentro ante Nigeria, que lo conduce a aquella infamia del dopaje montada por el alto mando de la FIFA (Havelange, Blatter, Grondona y compañía) y lo despidieron para siempre de la pasarela más afamada del fútbol. En aquel entonces dijo: “Me cortaron las piernas”.

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Unos años más tarde leí para entender mejor al personaje, al genio y desorden: “Yo soy el Diego de la gente” y pude asistir a su concurrida presentación en la Feria del Libro de La Habana del año 2002. Fue la única vez que estuvimos en el mismo lugar, a una misma hora y, en la distancia, mientras trataba de descifrar un rostro enigmático, pensaba en las memorias gráficas que había visto en documentales y materiales de archivo.

Por un instante me trasladé al Mundial Juvenil del ´79, en Japón, al debut mundialista en España´82, a la magia de México´86, a cuando eliminó a Brasil en Italia´90 con una jugada extraordinaria para asistir a Caniggia, o a cuando mandó a Zenga hacía el otro lado del arco y le clavó un penal decisivo en la definición de las semifinales contra Italia, para despedirlos –gracias también a las atajadas de un inmenso Goycochea–de su Mundial y en el San Paolo, al coraje de su reclamo ante las cámaras por la irrespetuosa silbatina al himno argentino en la Final versus Alemania en el Olímpico de Roma, a su llanto incontrolable luego de perderla por un penal inexistente pitado por otro infame como el uruguayo nacionalizado mexicano Edgardo Codesal.

Sobre este triste suceso detalló hace sólo cuatro meses (9 de julio) en conmemoración con los 30 años de la Final de Italia´90: “No hacía falta que nos robaran, como nos robaron. A mis compañeros, les pido disculpas. Porque el maltrato que sufrieron durante todo el Mundial, fue por mi culpa. Y todo lo que me tocó vivir a mí, después, fue por ganar partidos que no debía ganar. Pero si eso sirvió para hacerlos felices, volvería a hacerlo”, concluía Maradona.
Otra vez transcurrió el tiempo y una mañana bendecida de 2015, la vida me regalaba visitar -junto a mi padre-, el Coloso de Santa Úrsula, el mítico estadio Azteca de la Ciudad de México. Una vez ahí vibré de la emoción cuando toqué la tarja que se erige en honor al hombre que ganó con tanta luz el Mundial del ´86, también pude besar con mi mano el césped donde signara el majestuoso pase a Burruchaga, que batió a Schumacher, y selló el triunfo argentino (3-2) ante la Alemania de Matthaus, Voeller, Rummenigge, Magath, Littbarski, Augenthaler y Brehme.

Y sí, ha muerto el Rey, el fútbol se inclina ante el altar de su aura legendaria. Gardel, Evita, Borges, Che Guevara y Diego son los argentinos más prominentes de la historia de ese país. Y si alguna vez escuchamos decir que un San Ernesto nació en “La Higuera”, hoy podemos afirmar que Diego Armando Maradona ha sido santificado en Buenos Aires y su nombre regresó para siempre al antiguo San Paolo de Nápoles.

Adiós al gran genio del fútbol mundial, barrilete cósmico de qué planeta saliste para hacernos tan feliz en la tierra, gracias por inspirar a otro iluminado como Víctor Hugo Morales para que relatara algo así desde un micrófono, gracias por hacer del fútbol una hermosa poesía… ¡Maradona, Napoli che pienge!

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