Geopolítica: La desdolarización y caída de Occidente

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Geopolítica: La desdolarización y caída de Occidente
Fecha de publicación: 
29 Mayo 2023
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Los países pertenecientes al grupo de los BRICS están recibiendo semanalmente varias peticiones. Se trata de entidades nacionales interesadas en salir de la esfera de influencia de las divisas occidentales, las cuales están entrando en algo que el analista Alfredo Jalife llama la desdolarización y que no es otra cosa que una estampida de las economías hacia afuera del sistema financiero regido por Wall Street. En la reciente reunión del Club Bilderberg en Portugal se trató este tema, así como la guerra en Ucrania como un escenario derivado de los conflictos del hemisferio. Los amos de Occidente saben que se avecina un cambio de era, toda vez que China maneja el primer lugar en cuanto a reservas de divisas fuertes y oro y ello va a determinar la emergencia tarde o temprano de un yuan global. Sería el fin del mundo posterior a 1991 en el cual las democracias liberales y la economía de mercado se erigieron como puntales de la propuesta civilizatoria norteamericana. La desdolarización tiene otras aristas que son dignas de destacar, se trata de fenómenos de la política y de la esfera militar que aceleran la caída del sistema anexo a dicha moneda y que pudieran generar un traspaso de poder internacional aún más rápido. 

El uso del dólar como elemento sancionador ha hecho que una gran parte de las economías del mundo estén bajo la presión de las medidas norteamericanas. Ello traba los mecanismos de comercio e implica un retraso en la velocidad que hoy pudieran tener estas fuerzas financieras. En otras palabras, la intromisión de la política imperial norteamericana está torpedeando el ritmo económico global en su vertiente más propia y natural. Eso es lo que explica que naciones tan dispares en su propuesta ideológica como Irán y Arabia Saudita se hayan acercado a instancias del nuevo polo emergente. Es más importante la esencia económica, que los intereses manidos y enfermizos de una élite que va de pasada. 

La desdolarización se ha acelerado porque los mismos Estados Unidos le han impreso a su moneda un carácter inseguro al mezclarla con intereses ajenos a la economía y usarla como arma geopolítica. Los países saben que se trata de una tasa de cambio que lejos de estar regida por el flujo de mercancías, se trata de una convención que pudiera venirse abajo en cualquier momento toda vez que las reservas y el potencial de crecimiento en cuanto a PIB están en China y en las economías emergentes. La mudanza desde la zona dólar hacia otras monedas pudiera ser más paulatina, pero la crisis generada por Occidente ha hecho que las naciones tomen medidas de emergencia. Las presiones para que no haya comercio con Rusia y lo que ello implica en cuanto al precio de la vida, la precarización de las condiciones de millones de personas, la inseguridad gubernamental y las pocas garantías; hacen de la esfera de influencia del imperio un caos. Ya no hay ventajas en estar ahí, ni siquiera para los viejos aliados que fueron a una guerra en Ucrania que los ha desgastado y cuyo precio aun no se calcula. La desdolarización es un fenómeno anexo a la geopolítica y la decadencia de la doctrina expansionista norteamericana. 

Siempre se supo que la república dependía en cuanto a su nivel de vida de la convención del dólar, de ahí la necesidad de que existiera hacia el exterior el imperio. El ciudadano medio norteamericano podía sostener un nivel de vida a cambio de darles papel entintado a los vendedores de productos. Pero si la geopolítica decae y son otros los hegemones del mundo, el imperio desaparece y la república entra en crisis. De esta forma lo que está aconteciendo en Occidente es un choque existencial en el cual se define la identidad del centro del sistema mundo del capital, o sea, los Estados Unidos. Si cae el nivel de vida, el pacto federal puede resquebrajarse y algunos miembros querrán la separación. El retorno al escenario de guerra civil de 1861 pudiera ser perfectamente posible. La nación depende de la existencia de un mecanismo global que le permita exportar la inflación de su moneda y la crisis de su economía deficitaria. Por eso Alexander Dugin habla del caos occidental generado por la nueva oleada de liberalismo que se extiende a través de las redes sociales, una atomización de identidades culturales que está dirigida a generar dependencia, paralización y falta de pensamiento en los sujetos dominados para evitar que escapen de la esfera de influencia euronorteamericana.

¿Cuál estrategia ha planteado Occidente para retrasar el escenario de la desdolarización? Más de lo mismo, la geopolítica de las presiones y de las medidas de sanción. Pero el mundo no es igual y ya el sistema financiero de Wall Street no es visto como una ventaja ni como el único. La emergencia de los nuevos espacios de desarrollo y de comercio irán restándole poder al imperio y lo obligarán a dos salidas posibles: o negocia con sus enemigos globales una especie de transición pacífica o elige la guerra abierta. Hasta el momento, la administración Biden ha sido una mezcla de ambas vertientes. Por un lado, intentan influir en los actores más pequeños del BRICS para quebrar la alianza y retomar el sistema de pactos tradicional y por otro crean conflictos de mediana intensidad en las fronteras civilizatorias de Rusia y China para llevar a dichas potencias a guerras de desgaste y de disuasión. Estados Unidos quiere saber cuán lejos van a llegar sus enemigos y los reta constantemente como parte de una dinámica peligrosa, en la cual los propios intereses norteamericanos se han visto lastrados, sobre todo la moneda del dólar.  

La reunión del Club Bilderberg ha tomado en cuenta además otro aspecto: el ascenso de la Inteligencia Artificial y el poder de China en dicha tecnología. Los occidentales están horrorizados con algo que se les escapa de las manos y que pudiera generar un parecido con lo que se conoce como el Efecto Internet. En la década de 1980, Japón estuvo a punto de aventajar a Estados Unidos, pero este último estableció la red de redes y marcó un cambio de tecnoparadigma que le dio décadas de hegemonía. Sin embargo, esa misma ecuación pudiera darse ahora, solo que en detrimento de los centros de poder anglosajones. No hay forma de parar el crecimiento indetenible de China, solo con una fuerza mayor. La Covid 19 hizo lo suyo durante un tiempo y los occidentales vieron con beneplácito cómo Beijing detenía su ritmo, pero ahora se restableció la normalidad y la potencia asiática posee más empuje que nunca en su carrera para liderar el mundo. Si el ascenso del yuan se mezcla con un cambio de tecnoparadigma a favor de los chinos, la caída de Estados Unidos será estrepitosa. Los amos del viejo mundo se mueven con rapidez, para reforzar sus chantajes, presiones y la influencia que les queda. Hay que esperar una ofensiva diplomática y cultural a escala planetaria y también la presencia de agendas culturales injerencistas y apoyadas por organizaciones no gubernamentales del tipo Open Society. 

La desdolarización no es solo un asunto político o económico, sino que marca el final de un sistema mundo basado en la expropiación de la periferia a partir de la disparidad de poder determinada por una moneda convencional que se establece como la medida de la riqueza a partir de 1945. El ascenso de espacios externos a la esfera anglosajona ha hecho que se cuestione si Estados Unidos seguirá en su status de liderazgo y los círculos de Washington no tienen otro diseño de poder que no sea a partir de ese trono global. En las próximas elecciones en el seno del imperio, se van a disputar dos facciones que desde hace décadas están en pugna: por un lado, los globalistas que apuestan por el dólar deficitario y el sistema financiero tradicional a través del cual han creado grandes fortunas especulativas (ejemplo clásico George Soros) y por otro el viejo capital industrial vinculado a la esfera militar y conservadora que sueña con el retorno a los Estados Unidos de los años inmediatos a 1991. Ambas facciones son peligrosas y pueden llegar a pactos y desavenencias que perjudican al resto de la humanidad. De hecho, la pelea amenazó con destruir el sistema político norteamericano ya cuando acontecieron los sucesos de asalto al Capitolio. La Roma desquiciada de Occidente anda sin una estrategia que le permita respirar y alargarle la vida y eso es sumamente preocupante. ¿Usarán la fuerza? Lo cierto es que Putin ha dejado muy claro con la guerra en Ucrania que no se quedará de brazos cruzados y que no le interesa un mundo donde no esté Rusia. 

Este proceso de caída del dólar además se ha acelerado por el ascenso de las monedas digitales que no dependen de la emisión de la Reserva Federal sino del flujo del mercado en Internet y de las operaciones cambiarias generadas por dicho entorno. En otras palabras, las propias tecnologías han retado los viejos mecanismos de control financiero y amenazan con ascender y posicionarse como un nuevo poderío. No obstante, las divisas virtuales padecen también del peligro de la inestabilidad del dólar y sería mucho más beneficioso que existiese una tasa de cambio física más fiable que les diera a las operaciones mayor solidez. Son muchas las fuerzas que impulsan la necesidad de un yuan global, que no solo se establezca como divisa, sino que sea el puente hacia el nuevo orden del mundo. 

Lo que está sucediendo, como ya lo enunció Dugin, es que Occidente padece la enfermedad terminal de los imperios y se está dando la condición de un traspaso hacia otra agenda global basada en la multipolaridad, según la cual cada nación elige con quién hacer negocios, a qué fuerza geopolítica afiliarse y cómo comportarse. La crisis del sistema financiero occidental va marcando también la decadencia del ordenamiento jurídico internacional salido de la Segunda Guerra Mundial y determina un reparto de zonas de influencia. Rusia y China han formado una alianza donde cada potencia cumple un rol: una parte es el empuje económico y la otra la cuestión militar. Disuasión y desarrollo son las variables que ofrece el polo emergente y eso es muy beneficioso para los países pequeños afectados por la militarización del dólar y las medidas de coerción occidental. El mundo se está globalizando, pero no en el sentido que quisieron los globalistas de 1991 a quienes se les acaba el tiempo. Las regiones y sus identidades culturales resistentes hacen del universo del futuro una cuestión de soberanías. Si Occidente posee orden en su pasado, su presente es caótico. Rusia es lo opuesto, proviene del caos y aspira a un orden. 

Esta desdolarización es también una desoccidentalización. Necesariamente se impone la construcción de un sentido cultural que no dependa de las bases de Wall Street y su manera torcida de gobernar el mundo. El poder global que se proyectara desde los centros del capital financiero solo es efectivo para una exigua minoría y ello determina también su crisis. De hecho, la movilidad y la deslocalización de capital fueron definitivas en la caída de Estados Unidos en el siglo XXI. El capital se movió hacia condiciones favorables de mercado y desde décadas atrás el polo industrial estaba en Asia. Ahora bien, la economía planificada del PCCh ha tenido un peso fundamental en la avanzada de la potencia de Beijing y ello evidencia lo fallido de las doctrinas neoliberales acerca de la privatización absoluta. La crisis de Estados Unidos y de sus aliados es también una crisis del liberalismo como sistema. Por ello es la alarma en los tanques pensantes occidentales. La supuesta victoria sobre el socialismo se muestra fallida, toda vez que estamos ante el ascenso de una superpotencia comunista como China. Por eso los constructores de la ingeniería globalista se han apresurado en crear una matriz política en torno a la sociedad abierta y a partir de ahí poder revivir la guerra fría. Ya el binomio de oposición no es marxismo versus liberalismo, sino democracia occidental contra autoritarismo oriental. O al menos así nos lo venden los medios de prensa de la agenda ideológica anglonorteamericana. 

Pero en la lucha global que se deriva del traspaso de época no se puede estar en la cerca. El conflicto va abarcando todas las esferas de la vida y se ha de tornar una cuestión civilizatoria y existencial. La guerra en Ucrania posee todas esas neblinas que la acompañan y determinan y que evidencian a medias los escenarios ocultos tras bambalinas. Es la hora de pasar de los análisis simplistas y tener en cuenta el peso de cuestiones mayores y que atañen a cómo se construye el poder global en una época de confrontaciones de altísimo nivel. La desdolarización solo va a acelerar el proceso, de hecho, apenas es la punta del iceberg. 

Comentarios

Una buena parte de la guerra de hoy se desarrolla en los medios, ahí se arman y se desarman los escenarios, hasta ahora con cierta ventaja de los poderosos, ya no por su fuerza sino por la debilidad de los consumidores de los productos mediaticos en quienes se han creado estereotipos dinamicos que responden de modo estable ante estímulos diferentes, cambiar el orden pasa por un proceso de reconstrucción cultural desde nuevos paradigmas. Gracias a Mauricio por su clarividencia.

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