Galeano… entre los espejos de La Habana

Galeano… entre los espejos de La Habana
Fecha de publicación: 
7 Septiembre 2020
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Fotograma del documental: Espejos. Una historia en La Habana, de Esther Barroso (Cuba, 2012)

“Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta”.

Eduardo Galeano

Testimoniar desde los resortes de una imagen en movimiento. Construir una huella necesaria, impostergable, definida. Desatar una crónica documental de altivas luces. Romper los cercos del silencio, del embuste edulcorado. Todas estas premisas entroncan con las habilidades y el talento de una virtuosa costurera fílmica.

Va tomando piezas enteras, emergentes retazos dejados en un cajón de tupidas trampas, o partes desechas de recortes ya trabajados. Entonces se edifica otra artesanía, un arte nuevo que destila organicidad, sello distintivo, vestidura nueva.

Es otro cuerpo de imágenes superpuestas, de dispares trazos o colores enteros, que afloran en los márgenes de nuestra cien como trazo erguido; nacido para ser contado, para ser narrado sin citas previas y silogismos. Ante la revelación visual se nos anidan dispares metáforas, analogías tercas o tupidos conceptos, a veces inamovibles, también sentencias.

Se escriben los primeros bocetos, emergen los apuntes de una idea mayor, y nace, como curvas de evoluciones, una obra “acabada”. Desde estos pilares estéticos y narrativos, trabajó la documentalista cubana Esther Barroso su filme, Espejos. Una historia en La Habana (2012).

La visita del intelectual uruguayo Eduardo Galeano a Cuba, en enero de 2012, invitado por Casa de las Américas a participar las actividades de la edición 53 de su Premio literario, le sirvió de punto de partida para hilvanar un documento que sella los vínculos del autor de El libro de los abrazos con nuestra isla.

El trazo narrativo de este documental evoluciona desde los estamentos del testimonio, la aguda entrevista y el uso de sobrias metáforas, superpuestas en pequeñas dosis, en pensados peldaños de icónicas soluciones.

Le sirve para revelarnos ventanas que exhiben apuntes de otros escenarios, o las ideas del escritor. Habita biografiado en un mapa de citas, de fragmentadas brechas fílmicas que, en su conjunto, consolidan el cuerpo del documental.

La presentación de su libro Espejos. Una historia casi universal, Premio de narrativa José María Arguedas que otorga la Casa de las Américas, materializado en la mítica Sala Che Guevara de esta institución, es resuelto por Esther Barroso como un entrecruzado capítulo del filme.

Transpiran emociones, lecciones de vida, sólidos argumentos jerarquizados como sustanciales verbos, despojados de toda puesta en escena, de encumbradas parafernalias estéticas. No hacen falta. La sobriedad de un mapa audiovisual facilita el dialogo con el personaje, con el sujeto.

La legitimidad de un cúmulo de palabras compartidas por el autor, narradas para un público ávido de absorber las partes de su todo, engrosa, en cuidados tempos, los estamentos de esta no ficción.

Tener el privilegio de asistir al dialogo de un hombre universal está debidamente justificado en los cimientos de la entrega documental, que despoja segundas lecturas, palabras no dichas o escondidas en las carreteras del embuste o la burda manipulación.

El escenario está debidamente filmado, resuelto con una gama de planos que conforman un prisma rico en hechuras, en ángulos versos, que atrapan al espectador sin margen para el agotamiento.

La unidad de esta puesta fotográfica está en la riqueza de sus encuadres, que son retratos, paisajes interiores, símbolos de ida y vuelta. También entrecruzados paneos, apuntes “biofotográficos”, crónicas de un espectador proactivo, de muchos.

Ellos son también actores legitimados, puestos en primeros planos, desprovistos de jerarquías, de distingos clasistas o intelectuales. Son parte sustantiva de un hecho, que en el filme está debidamente documentado.

Galeano se siente en su Casa. Los allí presentes le corresponden con miradas absortas, con auténticas risas de sabias vestiduras. Posturas confabuladas que son los signos de un acto de retroalimentación entre un hombre universal y una multitud comprometida. Comprometida con la sabia de sus palabras, con la ternura de sus alientos, con lo sustantivo de sus poéticas verdades. Estas baldas del filme son páginas de un halo de narraciones entrecruzadas, de envolturas reversas.

La otra anchura del filme se solventa con paralelismos: Eduardo Galeano es sujeto interrogado. Exhibe los acertijos de una entrevista íntima, singularmente cercana, de encendidas sentencias que nos quedan impregnadas en los estamentos del tiempo, de nuestro personal tiempo.

Y claro, compartimos con otros sus virtuosas palabras; con los amigos, con los entrañables de siempre, y quedan guardadas también en un abultado block, en un cajón repleto de simbologías materiales, definitivamente tangibles.

El fondo del encuadre del diálogo en reverso no importa, los atrezos del salón tampoco. Lo esencial, desde el punto de vista cinematográfico son los argumentos de su prosa, el sentido de la coherencia, la lealtad y la solidaridad, que Galeano reitera, subrayado con legítima holgura. A fin de cuentas, tan solo hacen falta los hechos, las acciones, más que los adjetivos.

Entonces emerge su amor por Cuba en los telares de esta puesta fílmica, desmenuzado en los pasos de este prosista de Nuestra América. Se emociona, se inspira con sólidas argumentaciones desnudas de teatralidad, y defiende a nuestra isla, a sabiendas del precio de la herejía.

El escritor no elude a la hora de arremeter contra el Bloqueo, contra el sistemático acoso que persiste por más de sesenta años. Defiende nuestro derecho a ser diferentes, ajenos al discurso clonado y servil que impera en este torcido y hermoso planeta. Por pensar y actuar desde los estamentos de José martí, que tanto celebró y admiró este singular hombre de arada estatura. Un esencial uruguayo que también nos criticó, nos hizo preguntas, verticales interrogantes, como hacen los entrañables amigos, los verdaderos.

Todo el filme está escrito desde grietas delineadas, que son las raíces de su paralelismo discursivo. La cineasta, también realizadora de televisión, va colocando cúmulos de imágenes selladas en partes icónicas, o en curvas de descanso.

Todo está pensado para el entrecruzamiento entre el espectador y el texto documental. Se empeña, y lo logra, en ser parte de un suceso remoto, pretérito, que el arte de este documental no los hace cercano, presente.

La aguda voz, la mirada encendida, la economía de los gestos. Todo ello, es parte de la legitimidad de un retrato, explorado en el filme, que nos anima a beberlo como lo que es, un hombre de urgencias, de sagradas palabras, que son parte de la envoltura de sus acciones.

La coherencia y la lealtad de sus ideas están retratadas en esta puesta cinematográfica construida desde la singularidad de una nación, que sabe del precio de resistir. Y eso resulta singular, osado, irreverente.

Eduardo Galeano sabe en cual Casa habitó, habita. Asume el privilegio y el goce de sentirse parte de ella, de ser protagonista de su fecunda historia. El testimonio está hecho y la historia no podrá cambiarla.

Esta pieza cinematográfica es otro importante escalón de la obra de la periodista, realizadora de televisión y documentalista, Esther Barroso, que ostenta el Premio Nacional de Periodismo Cultural de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1998), el Premio de reportaje del Primer Festival Nacional de la TV Cubana (2004), y una Mención Especial del Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez (1999), también de la Unión de Periodistas de Cuba. Su sistemática labor, en la realización del programa televisivo América en la Casa, es también, parte de su tesón por construir memoria e historia de la cultura de nuestro continente.

Tomado de Cine Reverso

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