El oprobio del trabajo infantil

En este Día Mundial contra el Trabajo Infantil sobran motivos para la sentir indignación y vergüenza ajena.

Ocurre que en este siglo XXI se estima que unos 160 millones de niños en todo el mundo se ven afectados por el trabajo infantil y la pandemia ha empeorado esa terrible situación.

Por primera vez en los últimos 20 años se ha detectado un incremento de ese triste fenómeno, el cual, sobre todo en los últimos cuatro años, aumentó en 8,4 millones más. Así informa Unicef a partir de un informe conjunto elaborado por esta organización de Naciones Unidas y la Organización del Trabajo (OIT).

Tal situación acontece de un modo dispar en diferentes regiones del orbe. De esa forma, una gran parte de los casos de trabajo infantil se contabilizan en África. En particular, en África subsahariana un total de 16,6 millones de niños más se han sumado a la penosa lista del trabajo infantil en el último cuatrienio.

Otras regiones como Asia y el Pacífico, y América Latina y el Caribe donde tal fenómeno había ido disminuyendo, también podrían volver atrás en esa conquista, sobre todo a causa de la Covid-19.

Aunque en el sector de los servicios y en el industrial pueden verse manos infantiles en un 20% y un 10% respectivamente; es sobre todo en las faenas agrícolas y en la atención al ganado donde se concentra el 70% del trabajo infantil,  agudizado por el desempleo y la pobreza que ha desbocado la situación epidemiológica a nivel mundial.

Con las escuelas cerradas y muchos hogares golpeados por el desempleo, los menores son impulsados a trabajar para contribuir con los ingresos y la subsistencia familiar. 

El trabajo infantil existe desde hace décadas, no es una consecuencia exclusiva de la pandemia, pero esta ha empeorado aún más las cosas condicionando que los niños trabajen más horas, en peores condiciones y realizando labores aun peores que en otros momentos.

Si ya de por sí la actual situación descrita resulta tan profundamente dolorosa como inadmisible, aun más se acrecienta la alarma al conocer que cerca de la mitad de los trabajos que realizan estos niños entrañan peligros y situaciones de riesgo para la salud o la propia vida de los menores, según señalaba la OIT .

Más de la cuarta parte de los menores entre 5 y 11 años que trabajan no están escolarizados, y  en igual desventaja se encuentran el 35% de los menores entre 12 y 14 que se dedican a esas labores de adultos.
Como tendencia, el trabajo infantil es casi tres veces más frecuente en las zonas rurales que en las urbanas.

De acuerdo con las previsiones del aumento de la pobreza en el planeta, es probable que unos 9 millones de niños más se agreguen a ese ejército de menores trabajadores antes que termine el año que viene.

 “Las nuevas estimaciones constituyen una llamada de atención. No podemos quedarnos impasibles mientras se pone en riesgo una nueva generación de niños”, había señalado a propósito el Director General de la OIT, Guy Ryder. 

Ante la pérdida de terreno en la lucha contra el trabajo infantil, Directora General de Unicef, Henrietta Fore, ha sido categórica: “Instamos a los gobiernos y a los bancos internacionales de desarrollo a que den prioridad a las inversiones en programas que permitan a los niños salir de la fuerza de trabajo y regresar a la escuela, así como en programas de protección social que faciliten esa labor a las familias”.

Los impactantes datos contenidos en el mencionado informe conjunto de Unicef y OIT resultan estremecedores,  pero bastaría con saber que un solo niño en el planeta se dedica a trabajar en vez de a satisfacer las necesidades propias de su edad,  para promover la condena y sobre todo soluciones que eviten más futuros truncados.