El atentado contra Putin y la estrategia de poder occidental

El atentado contra Putin y la estrategia de poder occidental
Fecha de publicación: 
8 Mayo 2023
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El ataque con drones contra el Kremlin. Captura de video

Un atentado acaba de ser cometido contra la persona del presidente Vladimir Putin de Rusia. El siniestro hasta el momento permanece sin ser reivindicado por grupo alguno, pero contó con la rápida respuesta del Ministerio de Defensa de la nación euroasiática. ¿Qué significa a esta altura del conflicto en Ucrania este suceso? Durante todo el recorrido bélico, ambas partes han estado combatiendo por cada palmo, a la vez que se da una batalla paralela en el campo diplomático y cultural. Hace unas semanas trascendió que se creará un sistema financiero independiente del occidental, en el cual entran las naciones de economías fuertes y emergentes. Con otra filosofía y con más facilidades de crecimiento, la medida tiene toda la pinta de plantear un nuevo orden mundial en torno a la alianza ruso-china. Un asunto que preocupa a Washington y por el cual está aconteciendo, ahora mismo, todo un huracán de acciones desesperadas por parte de la OTAN.

Para el bloque occidental se agota el tiempo. No pueden ya doblegar a Rusia militarmente sin que se genere un conflicto que coloque en peligro existencial a todos, tampoco logran asfixiar a sus enemigos a través de la economía. Nada de ello funciona en el nuevo escenario de poder en el cual emerge el bloque oriental como claro ganador. La crisis del dólar puede ser el golpe definitivo a la hegemonía de los Estados Unidos y ellos lo saben. La cuestión de la deuda pública y el daño de una economía inflacionaria amenazan con estallar en las narices de una potencia enferma, que intenta exportar sus males hacia Europa y el resto del mundo para retardar la caída. Lo que le queda al poder anglosajón, además de la moneda tenida como divisa universal, es el rosario de bases militares que ejercen una labor de chantaje y el sistema de vigilancia conocido como el Five Eyes. Pero ni siquiera en ese terreno el poderío norteamericano es total. Militarmente no son incontestables y con la llegada del 5G, China ha tomado la delantera en términos de seguridad informática y por ende en cuestiones de poder tecnológico. Es solo cuestión de tiempo que se dé una transición en todo orden en la cual el poder militar estará en Moscú, mientras que el económico residiría en Beijing. La famosa isla euroasiática emerge como el centro de la nueva propuesta de orden mundial, no solo por esos dos países, sino por la pujanza de otras economías como la India, que por su peso poblacional y su nivel de industrialización está cerca de posicionarse como la próxima autoridad regional.

Este esquema lo conocen en los centros anglosajones y trabajan en la creación de conflictos de baja y mediana intensidad que puedan retrasar lo que ya la economía por sí misma está dictaminando. En la década de 1980 pareció que pasaría lo mismo con Japón, que casi le toma la delantera a los Estados Unidos, pero surgió Internet y con ese cambio de paradigma los norteamericanos tuvieron la oportunidad de reposicionarse. Unido a que la potencia nipona no tomó en el plano geopolítico una postura contraria a los intereses del centro global de poder. Ahora el escenario es otro. No solo existe un reto en términos de competencia industrial y mercantil, sino que ello se deriva en uno de corte ideológico y político que hace pensar en una reedición de la Guerra Fría, en la cual se juegan las fichas más esenciales. El mundo no conoce otro poder que el anglosajón por lo menos desde hace más de dos siglos. Amén de retos lanzados por Alemania y la propia Unión Soviética, el proyecto de gobierno globalista es enteramente una creación de la banca anglonorteamericana y sus intereses derivados. Las acciones desesperadas que se observan en el conflicto ruso-ucraniano por parte de Occidente, evidencian la pérdida de la capacidad de control de la realidad fáctica y el intento por ende de atajar a los enemigos desde el campo de la ingeniería social, cultural, diplomática y financiera. Pero la verdad práctica le estalla en la cara a los grupos de poder anglosajones.

Todo el mundo sabe que la guerra es un escenario que Rusia no eligió, sino que fue el que le dieron como opción. O se aceptaba un proyecto occidental agresivo y anti Moscú delante de las fronteras nacionales o se actuaba en consecuencia para darle una respuesta. La confrontación se ha alargado, lo cual afecta a los rusos en tanto guerra de desgaste, pero también a Occidente que tiene que mantener a su aliado en Kiev y a la vez justificar en el plano doméstico las privaciones derivadas de ello. Dicho de otra forma, lo que Washington vio como una oportunidad para debilitar a Moscú se está tornando en un arma de doble filo que le está saliendo bien cara al complejo militar industrial y al sector armamentístico de la OTAN. Además del efecto nefasto en cuanto a hidrocarburos que se está creando en Europa, el aliado por excelencia. La escalada a una guerra frontal entre ambos bloques, si bien no se descarta, pudiera ser el resultado de la alocada política occidental por tal de no perder sus privilegios. De ahí que se hable de la guerra en Ucrania como una conflagración global y no como choque entre dos naciones solamente. Son los círculos de poder los que están detrás del conflicto y por ende ello ha determinado el alargamiento de los hechos y ha imposibilitado todos los intentos de paz.

¿A qué aspira Occidente?, lo de siempre, generar una situación de inestabilidad en Rusia hacia lo interno que la divida y que provoque la salida de Putin, cuyo liderazgo los otanistas relacionan con el ascenso de Moscú a nivel global como potencia. Si bien el factor liderazgo es crucial, se equivocan y cometen varios errores de cálculo. Nada de lo que haga Washington va a retrasar los efectos de la desindustrialización de la que ha sido objeto la nación anglosajona desde los años de la década de 1980 como resultado de la aplicación del neoliberalismo duro, que permitió la movilidad total de los capitales y la relocalización de las empresas en el sudeste asiático. Se trata del resultado de un largo proceso histórico en el cual rigieron las leyes del mercado por una parte y por otra la estructura del sistema mundo del capital. En la incomprensión de estos factores reside la equivocación de las políticas occidentales que intentan regresar a Estados Unidos a su grandeza, tanto en la versión de Trump, como en la de Biden. Ambos políticos creen poder forzar la historia y retrotraer por las armas o mediante decretos lo que ya no es propio del flujo mercantil del sistema global. China es el centro de todo y posee la capacidad de dictaminar en cuanto a poder político global. Occidente apunta hacia Rusia para quebrar la alianza y dejar solo a su principal enemigo asiático y así obligarlo a pactar. Pero no están contando con que el dúo euroasiático posee su propio proyecto de poder y toma también acciones.

Aunque es peregrino hacer adivinaciones sobre el futuro de la guerra en Ucrania, no resulta del todo descabellado pensar que ese será el centro de la estrategia occidental: crear choques de baja y mediana intensidad para ganar tiempo en el juego de la carrera geopolítica. O sea que puede esperarse un escenario al menos complejo para los próximos años en el cual se amplíe la brecha entre las potencias y tengan lugar guerras igual de peligrosas. El estrecho de Taiwán es uno de estos puntos en el globo que generan inestabilidad sobre todo a partir de los muchos intereses que confluyen en el sudeste asiático y que conspiran desde varias aristas hacia el estallido de conflictos. Estados Unidos y su crisis como potencia sigue siendo el centro de todo esto y aún falta para que los círculos gobernantes anglosajones acepten su declive global. No solo por el golpe que ello significa en términos de transferencia de riquezas hacia el centro de poder, sino porque el peligro existencial se cierne sobre la república norteamericana a partir de que haya un desbalance de niveles de vida tras la caída del dólar como divisa. Los tambores de una guerra civil marcan la crisis institucional de Estados Unidos, así como el secesionismo de estados y de sectores sociales que ya no creen en el pacto federal y que están apostando a un camino propio ya sea a través de la violencia o el desacato. De ahí que la élite intente desviar la atención de la opinión pública interna hacia conflictos internacionales, a la vez que trata de consolidar su decadente poder en las zonas tradicionalmente bajo dominio norteamericano como América Latina y Medio Oriente. Dura tarea poseen los círculos de poder del norte, cuando dichas regiones también reevalúan sus alianzas y se preguntan si no será mejor dejar de pertenecer al área financiera del dólar. Países como Arabia Saudita, antigua aliada incondicional de Washington, son el ejemplo clave de cómo la economía y el mercado están estableciendo una deriva anti occidental y por ende un cambio en el estado de cosas. De mantenerse la tendencia alcista del Oriente, a Occidente le quedarán dos caminos: o la resignación o la guerra. En este último nadie tiene garantizada la victoria. Así es como se decide hoy el juego geopolítico.

El atentado a Putin tiene la pinta de ser una acción en la línea antes planteada: ganar tiempo, echarle combustible al fuego de la guerra para alargarla. A la vez señala al mandatario como el objetivo de Occidente. El mensaje está claro y las élites de poder siguen apostando por la estrategia de desgaste. Solo que en términos económicos los anglosajones no disponen ni de todos los recursos, ni de todo el tiempo. Además de la guerra en el terreno físico, persiste el teatro de operaciones en el campo de la cultura, donde los enemigos del poder globalista son cancelados a partir de comandos dictaminados en las redes sociales. Estos edictos actúan o como elementos de censura o como estigmas que caen sobre los sectores contestatarios. También es una forma de establecer relatos que refuercen las posiciones de Occidente e incidan en el panorama político de las naciones, tornándolas protectorados funcionales al proyecto anglonorteamericano. Putin es el enemigo y Rusia, una dictadura. Fuera de esa línea de mensaje no puede existir otra realidad, ni siquiera un relato alternativo que se aparte un milímetro.

Después de todo, Occidente se está jugando sus más de dos siglos de hegemonía y eso no resulta para nada baladí. No están contando con la sabiduría milenaria del Oriente y su resurgir civilizatorio. Pero eso ya es otro análisis.

 

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