Demasiado ruido para soportar
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Imagen tomada de https://medium.com
Hace poco fue el Día internacional de la concientización sobre el ruido, el último miércoles de abril, una jornada que deberíamos tomar con mayor empeño por la salud y el bienestar social. Nos falta mucho camino por recorrer para tener entornos de armonía y respeto. Y, sin ser pesimista, sino crítica-objetiva, no creo que lo consigamos ya. Siento que continuamos cayendo en ese pozo sin fondo de descortesía y sin sentido común.
Primero, ¿qué es el ruido, sino una sensación desagradable que escuchamos sin desearlo? Cada área del conocimiento lo define ajustada a sí misma, pero, de manera general, es así: un sonido que interfiere la comunicación, que perturba o interrumpe la tranquilidad o las actividades de las personas, no interesa tanto los decibeles, aunque si son elevados, mayor será la molestia.
Pienso en esto mientras intento trabajar desde la casa de mis padres, en Altahabana, donde abstraerme es un ejercicio epopéyico cuando se tienen vecinos, digamos, demasiado entusiastas. En este momento celebran algún ritual religioso a ritmo de cencerros y otros sonidos percutores que, incluso, retumban en las paredes y traspasan la música que me impongo con audífonos para la concentración. Sufro, desde lo más profundo de mi ser, el duro golpe de la vulgaridad y la indolencia.
Es en vano. No sabemos coexistir en comunidad, y estamos muy mal si de verdad en Cuba convivir significa tener que tolerar, modificar rutinas y estar enojado por no poder tener el sosiego que buscamos en nuestros espacios privados, al menos. Constantemente vivimos situaciones de impotencia por no poder resolverlo, y permanecemos incómodos porque sentimos vulneradas nuestras intimidades.
No es lógico que nos encerremos buscando aislarnos o que apaguemos el televisor porque el ruido del vecino nos ensordece, no es justo que no consigamos dormir por la algarabía de un grupo de personas que irrespetan el derecho ajeno a estar en paz en su propio hogar.
La falta de civismo y educación es un tema que me enerva y preocupa. Y no entiendo cómo las personas ignoran y nos castigan con sus contenidos sin mayor remordimiento, y también sin consecuencias. Ya sé, existen normas y mecanismos de denuncia, pero los percibo vagos, y la mejor muestra es que a nuestro alrededor permanecen conductas desconsideradas porque tantas personas se sienten impunes y libres de hacer cuanto les place.
No significa que debamos vivir en absoluto silencio, aunque también es muy personal decidirlo. Deberíamos ser menos egoístas, más amables y empáticos, y encontrar un equilibrio en el que la diversión no signifique molestar. Ya no importa el contenido, si se es ordinario en gustos, o no. Da igual si el ruido es con una ópera de Piotr Ilich Chaikovski o con lo que sea que componga Bad Bunny; si estorba la tranquilidad de alrededor con volumen excesivo, es cuestionable.
Lo triste de este asunto es que la sociedad no ejerce, con eficacia y eficiencia, su responsabilidad para promover entornos sonoros favorables. Entonces por hastío o resignación, terminamos normalizando comportamientos, aguantando la contaminación acústica, la mala educación, en entornos cada vez más escandalosos.
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