DE LA HISTORIA DEPORTIVA: Sotomayor y los recuerdos del Mundial de Atenas
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«Recordar es volver a vivir», me digo antes de comenzar a escribir estas líneas. Remembranzas y textos que dejarán de ser míos para ser de quienes me lean. Sin dejar de pertenecerme, ni los lectores estar de acuerdo en todo. Dichos recuerdos los viviré y los vivirán ustedes. Muchos los reviviremos como debe ser, si lejos de encarcelar en el pasado las reflexiones de entonces, las llenamos del aire de la etapa actual, sin perder las raíces. Estimo la validez de aquellos conceptos. Seamos cómplices de este revivir.
Mundial de Atletismo de Atenas 1997: Javier Sotomayor. El listón a dos metros y 37 centímetros. Carrera de impulso. Frente a la verdad. Vuela... ¡De nuevo campeón del planeta!« Sigue siendo Saltamayor... Abre su pecho en las declaraciones: «Han sido 370 días de presión sobre mí mismo para vivir estos momentos». Dedica el logro a los amigos que siempre confiaron en él, a los familiares, a su pueblo, y al cumpleaños de Fidel.
Continúa: «Vine con la intención de ganar con 2.37 o con 2.39 si era necesario. Haber triunfado aquí fortalece mi historia deportiva; después de lo de Atlanta, me hace sentir mejor conmigo mismo».
Después de coronarse, con 2.34 en Barcelona 1992, en los XXVI Juegos, realizados en la citada ciudad estadounidense, se fue sin presea: undécimo puesto entre 38 contendientes con 2.25 metros. Cuatro años después, en Sydney, sería medallista de plata con 2.32.
En el certamen de la capital griega, temor de sus seguidores al inicio: falló con 2.25. Fácil lo consiguió por segunda vez. Renunció a 2.29. Vencidos 2.32 y 2.35. No pudo con 2.37 en la primera oportunidad. Después ¡sí! Todo su pueblo respiró: el título era de ambos. Intento con 2.41: fracaso. Se impuso su principal rival: la emoción por el sueño anhelado convertido en realidad, ligada con el lógico bajón del interés.
Su conquista: puñetazo noqueador de esa minoría terrible que daña tanto: los escépticos. Ante el revés del matancero en los Juegos del Centenario: se revolvieron los descreídos -hasta algunos sin serlo- y se les fue la mano -la boca más bien- al enjuiciarlo. Era cierto, mostró debilidades. No es perfecto. ¿Quién lo es?
Sin embargo, como escribí a propósito: «El recordista mundial de salto alto andaba lacerado en la mente, peor que en el físico... No le neguemos hasta el agua: ahora se impone ayudarlo». Me guiaba por José Martí cuando expresó: «Mejor sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa el gusto que el que exagera el mérito de los hombres famosos. No se ha de adorar ídolos ni descabezar estatuas».
¿Por qué descabezar una estatua viviente? Sotomayor: decente, fino, ejemplo de joven y deportista creados por la Revolución. Con el espíritu más potente que su calidad como competidor, a pesar de imperfecciones.- ¿quién no las tiene?-; en él, pequeñeces. Así sentí en un poema: «Y el alma de este hombre es más bella que su marca/ y la danza de su entrenamiento: / 2.40, 2.45 metros. / Todo el pueblo venciendo la varilla/ con el salto de Javier Sotomayor...»
Continúa siendo un as, de los supremos. Ha vencido. «(...) ya es suya la medalla/ el récord, / la alegría.../ Son nuestros... / Un negro de Perico/ Limonar/ Matanzas/ ha sido demasiado / para sus rivales/ de Nueva York/ Barcelona/ Sydney/ París/ Moscú/ Varsovia / Londres/ Lausana/ París, Boston. /Está más cerca/ de las estrellas /, las nubes/ el sol...»
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