Amalia Aguilar, la Bomba atómica

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Amalia Aguilar, la Bomba atómica
Fecha de publicación: 
10 Noviembre 2023
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A la sábana blanca muy deteriorada se le hacían huequitos, pero la madre con su costura sabía esconderlos para que no se notaran. En su tiempo fue una reliquia de la familia, posiblemente del ajuar de bodas del matrimonio, ahora su utilidad era otra. Casi todas las semanas en la casa se celebraba aquella función que tanto atraía a los vecinos. Allí podías a encontrar a Lucas, el de la mirada triste porque su esposa se fue hace algunos años y más nunca supo de ella, a Engracia, la de los pies enormes que no le cabían en las sandalias, a Canillita llamado así por lo bien que imitaba a Chaplin..., pero, sobre todo, los que más acudían a la cita eran muchachos de la barriada: negros, blancos, regordetes, flacos... Era un convite muy especial para oír lo mejor de la música en el fonógrafo; pocos en su hogar tenían esos aparatos.

Todo comenzaba cuando se corría la sábana usada como improvisado telón, y las hermanitas Cecilia y Amalia, luego de saludar al respetable, bailaban los ritmos de moda. ¡Qué gracia, son únicas!”, comentaban los que disfrutaban esos momentos. Los aplausos no se hacían esperar.

Cuando terminaban, Amalia iba presurosa a la puerta y en un viejo sombrero iba echando lo que cada uno abonaba por el espectáculo. Había quien entregaba algunos centavos o pesetas, otros asistentes niños y niñas, pagaban con botones. Los había de todas formas y colores: verdes muy verdes, rojos como el tomate maduro, azul cielo, de nácar, pasta, cuadrados, redondos. Amalia guardaba con celo los más raros. Nunca olvidó uno que imitaba una flor y por demás era dorado. Por mucho tiempo lo guardó como un tesoro.
 
El padre de Cecilia y Amalia vivía orgulloso de sus hijas y más aún de sus dones artísticos; sería él un gran impulsor de sus carreras en los inicios.

Para conquistar un ideal

Las hermanas estudiaron danza, ballet; por eso al conocer de una convocatoria para buscar bailarinas acudieron aprisa al Hotel Nacional, pensando que posiblemente las contratarían. A cargo de la audición estaba Julio Richard, quien fue pelotero y, en especial, uno de los grandes bailarines y coreógrafos cubanos, bien conocido por ser pareja de Carmita Ortiz; juntos recorrieron medio mundo e incluso bailaron en Nueva York donde mostraron la rumba.

Cuando en el certamen le tocó el turno a Amalia, no siguió los pasos que correspondían, más bien se dejó llevar por lo que le dictaba su corazón, se sintió libre para crear a su antojo. Muy molesto, Julio Richard la amonestó delante de todos e incluso al increparla le dijo que no sabía bailar.

Las jóvenes lejos de amilanarse, pudieron actuar en el Edén Concert, un centro nocturno en La Habana, muy de moda. En 1941 viajaron contratadas a Panamá.

Y sucedió que al poco tiempo Cecilia se enamoró y allí contrajo matrimonio con un marinero. Mientras, Amalia no abandonó la danza. Trabajó en el Florida Night, donde se enteró que Julio Richard buscaba una nueva pareja para su espectáculo. Esa noche bailó como nunca al compás de Babalú, una de sus piezas preferidas; sabía que el estelar artista desde una mesa evaluaba a las bailarinas. Cuando terminó, él, muy entusiasmado, se le acercó para decirle que era la escogida. Fue un momento mágico para la cubana.

A México llegó en 1944 y el país la maravilló. Tuvo éxitos en sus presentaciones en el Sans Souci y en el Lírico. También actuó en la estación radiofónica XEW y se consagró en el reconocido centro nocturno Waikiki.

Cuando se sentía por los cielos volvió a quedarse sola; Julio Richard ya viejo y muy enfermo falleció. La buena estrella de Amalia no se eclipsó y siguió alumbrándola.

Viajó con el espectáculo de los Lecuona Cuban Boys a distintos sitios de Estados Unidos. Se relacionó artísticamente con Carmen Miranda, Xavier Cugat y el cómico Bob Hope, entre otros. En escena, era todo un torbellino por lo que la bautizaron como “La bomba atómica”. Brilló en The Roxy, El Rancho de las Vegas, en el Teatro Puerto Rico e incluso en el bar del notable pelotero Joe Dimaggio.

Regresó a México llena de éxitos. Lo primero fue crear su grupo Los diablos del trópico. En la pantalla protagonizó en 1945 Pervertida, con Ramón Armengod y Emilia Guiú, dirigida por José Luis Morales.

En 1948, encarna a una vedette en Conozco a los dos, dirigida por Gilberto Martínez Solares y donde intervienen los famosos Cuates Castilla. Participó en Dicen que soy mujeriego, 1948, junto a Pedro Infante.

Uno de los filmes que la consagró fue Calabacitas tiernas, de nuevo bajo la batuta de Gilberto Martínez Solares, donde aparece con Germán Valdés Tin Tan con el que forma una  exitosa pareja de cómicos. También se unió a Adalberto Martínez, Resortes, para el rodaje de Al son del mambo, Las cariñosas y Los platillos voladores.   

En 1955 se casó con el doctor y político peruano Raúl Beraún por lo que se radicó en ese país donde nacieron sus hijos; allí tuvo varios negocios y centralizó algunos espectáculos artísticos. Al morir su esposo regresó a México y se dedicó a la cosmetología, especialidad que había estudiado.

Nunca olvidó a Matanzas, su ciudad natal: extrañaba sus amaneceres dorados, el Río San Juan, aquel verde valle del Yumurí, en el que tantas veces paseó; por eso añoraba el regreso a su terruño al cual nostálgica visitó.

Amalia Rodríguez Carriera que era su verdadero nombre había nacido en esa provincia el 3 de julio de 1924. Falleció a los 97 años en Ciudad México su patria de adopción. Durante su trayectoria recibió varios premios y, entre ellos, la Diosa de plata.

FILMOGRAFÍA

Pervertida, 1945, director José Díaz Morales.
A night in the follies,1947, directora Merle Connell.
Conozco a los dos, 1948, Gilberto Martínez Solares.
Dicen que soy mujeriego, 1948 director Roberto Rodríguez.
Calabacitas tiernas (Ay, qué  rechulas piernas), 1948, director Gilberto Martínez Solares.
En cada puerto un amor, 1948, director Ernesto Cortázar.
El gran campeón,1949, Chano Ureta.
El colmillo de Buda (El diente del dragón), 1949, director Juan Bustillo Oro.
Novia a la medida, 1949, director Gilberto Martínez Solares.
La vida en broma, 1949, director Jaime Salvador.
Ritmos del Caribe, 1950,  director Juan J. Ortega.
Al son del mambo, 1950, director Chano Ureta.
Amor perdido, 1950,  director Miguel Morayta.
Los huéspedes de la marquesa (¡Qué rico mambo!), 1954, director Jaime Salvador.
Delirio tropical, 1951, director Miguel Morayta.
Las tres alegres comadres, 1952, director  Tito Davison.
Las interesadas, 1952, director Rogelio A. González.
Los dineros del diablo, 1952, director Alejandro Galindo.
Mis tres  viudas alegres, 1953, director Fernando Cortés
Las cariñosas, 1953, director,  director Fernando Cortés.
Música en la noche, 1955, Música en la noche, Tito Davison.
Los platillos voladores, 1955, director Julián Soler.
Las viudas del cha cha chá, 1955, director Miguel M. Delgado.
La estelar rumbera protagonizó el filme Calabacitas tiernas, que  aparece en el lugar 33 en la lista de las cien mejores películas del cine mexicano, según la opinión  de  25 críticos y especialistas del cine de ese país.

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