23 de marzo en Cuito Cuanavale: principio del fin

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23 de marzo en Cuito Cuanavale: principio del fin
Fecha de publicación: 
23 Marzo 2023
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Había una vez… El 23 de abril de 1988,  cuando todavía no ha amanecido en un punto perdido de la geografía africana, cerca de un pueblito casi fantasma, donde una torre de agua lleva escrito el nombre de Cuito Cuanavale, la artillería sudafricana da el “de pié”, en las trincheras defendidas desde hace varios meses por combatientes angolanos y cubanos. 

De pronto, el ruido se convierte en estruendos sobre las cabezas. Tiembla la tierra, y se ilumina la madrugada. "Cuando sientas el primer cañonazo tírate al suelo", es un consejo que salva vidas, y por eso soldados y oficiales se mantienen protegidos en sus refugios. Piensan que se trata del habitual hostigamiento diario, una especie de ruleta rusa, con cañonazos a distancia, con los cuales el enemigo intenta adivinar víctimas en cualquier punto del frente defendido por las FAPLA (Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, las FAR de Cuba.

Sin embargo, pasados unos minutos, junto a las ya conocidas explosiones de los cañones autopropulsados G-5 y de los cohetes múltiples Walkirias, se escucha el impacto de los morteros 160 y, en la lejanía, el ruido inequívoco de motores de los tanques Olifant. Está claro: las tropas sudafricanas tratan nuevamente de apoderarse del estratégico poblado angolano, otrora base militar de la OTAN, con su aeropuerto incluido.

La orden de ocupar los puestos de combate se riega como pólvora por la 25 Brigada de la FAPLA, en la primera línea del frente. Todos salen a sus respectivas trincheras con los fusiles, las ametralladoras y los lanzacohetes antitanques en las manos. Los antiaéreos corren hacia su armamento bien camuflado. Los tanquistas saltan escotillas adentro. Se escuchan, junto con la explosión al caer los proyectiles enemigos, frases de aliento: 

-¡Vamos a echar pa’lante! ¡Esa gente no pasa! ¡Aquí no se rinde nadie! y una sarta de malas palabras gritadas en español, en portugués y en “portuñol”…

La cosa se pone fea. Arrecia el cañoneo sobre las posiciones defensoras. La tierra salta, se elevan columnas de arena y humo, los estruendos se confunden con el deseo de vivir. 
Pero nadie abandona su puesto. Los integrantes del pelotón de seguridad, que recién llegó como refuerzo el día anterior, desafían los proyectiles mientras cavan como pueden sus trincheras y pozos de tiradores. Es al duro el bautismo de fuego de esos muchachones. 

Los jefes angolanos y los asesores cubanos, encabezados por el teniente coronel Sosa, recorren cada tramo de la brigada y dan órdenes e instrucciones precisas: ¡No disparar! ¡Dejen que se acerquen! ¡Nadie tire hasta que se ordene! ¡Firmes, ahí! y de nuevo las buenas palabras que exigen el momento.

El avance de los carros enemigos se escucha cada vez más próximo, aunque una gran ondulación del relieve impide verlos. Súbitamente, en esa misma dirección se siente una explosión, y luego otra, y otra. Grandes columnas de humo negro salen de la hondonada. ¡Están cayendo en los campos minados! La alegría reina en las trincheras. El mayor Ruenes, con sus barajas de mago en el bolsillo, es quien más lo disfruta, porque dirigió personalmente, y con gran riesgo en territorio de nadie, a los exploradores y zapadores en la colocación de los “regalitos”, las minas y unas trampas que el mismo inventó con cuanto proyectil estuvo disponible, hasta con bombas de la aviación. 

Alrededor de las diez de la mañana, del lado del enemigo, suenan disparos de fusil, que de ninguna manera van dirigidos a nuestras trincheras. Una conclusión lógica se impone: hay pánico en sus filas ante la presencia de las minas; algunos, seguramente los fantoches de la UNITA y los de las llamadas Fuerzas Territoriales de Namibia, utilizados por los sudafricanos como carne de cañón en la infantería, han tratado de retroceder y a tiros los hacen regresar. -
¡Caballeros -grita un cubano- déjenlos, que se están matando entre ellos!

Al mediodía, el campo de batalla parece un infierno. La artillería cubano-angolana responde desde la otra orilla del río Cuito; sus cohetes reactivos pasan por encima de las cabezas de la gente de la 25 Brigada y van a caer directamente sobre las unidades enemigas. Ellos, a su vez, responden furiosamente con los G-5, los morteros, los cañones y con las ametralladoras de sus blindados. Desde nuestras posiciones, los tanques T-55 del teniente coronel Ciro también hacen fuego.

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Tanque abandonado por los invasores, tras su aplastante derrota en Cuito Cuanavale. (Foto: Pastor Batista)

A eso de las dos de la tarde comienza a llover. Rubén y Carlos, el médico y el político cubanos trasladan a un herido angolano; el cocinero, quien sólo ha podido hacer un café bien negro, lo reparte por las trincheras, como si estuviera en las graderías del Latinoamericano.

Cerca de las cuatro vuelve a arreciar el cañoneo enemigo. Están protegiendo su retirada, pero eso no lo saben aún los combatientes de este lado, quienes ante la difícil situación gritan con todas sus fuerzas: ¡Por aquí no pasan! ¡Viva Fidel! ¡Viva Neto!

Poco a poco, se va apagando el ruido de los motores y de la artillería adversaria. Por último, sólo se escucha la salida de los cohetes múltiples soviéticos BM-21, las famosas “Cachita”, “Libertad” y “Victoria”, acompañadas por nuestros morteros y obuses. Los angolanos golpean el suelo con un pie, mientras gritan: ¡Lume; lume con forza, lume con forza! (¡Fuego, fuego con fuerza, fuego con fuerza!).

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Cubanos y angolanos celebran tras la victoria. Foto: PL

Son pasadas las cinco. El panorama es indescriptible. La euforia por la victoria se apodera de los hombres de la 25 Brigada. Cubanos y angolanos se abrazan: ¡Los jodimos, coño; los jodimos¡ Tuvieron que irse pa'l carajo! ¡No pasaron; no pasarán…!

Aún no lo saben. No lo sabe nadie ni en Cuito, ni en Angola, ni en La Habana, este 23 de marzo de 1988. 
Aquella victoria marcó el principio del fin de la derrota de los racistas sudafricanos en Angola. Nunca más intentaron tomar militarmente aquel poblado, que se convirtió en símbolo de heroísmo y resistencia, y selló el destino de los pueblos de África.

Sería el gran Nelson Mandela quien lo definiría magistralmente en Matanzas, Cuba, el 26 de julio de 1991 cuando afirmó:

“Cuito Cuanavale fue el viraje para la lucha de liberación de mi continente y de mi pueblo del flagelo del Apartheid”.  
 

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