EN FOTOS Y VIDEO: Alicia Alonso, el adiós de su público

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EN FOTOS Y VIDEO: Alicia Alonso, el adiós de su público
Fecha de publicación: 
19 Octubre 2019
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Aquí, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, brilló en sus grandes personajes, aquí recibió grandes ovaciones. Y aquí recibe el adiós de su público, de su país.

Fotos: Yuris Nórido y Jorge Luis Sánchez

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Ella quería bailar
Escrito por  Yuris Nórido / CubaSí
17 de octubre de 2019

La de Alicia Alonso es una historia de empeño y sacrificio… y de maravillosa concreción. Ella quiso bailar y bailó con un país, para un país, por un país…

Ella tenía el don. Se supo pronto. Era muy pequeña y ya se movía al son de cualquier música. No era moverse por moverse, había cierto orden: una noción del ritmo, una cadencia, una pretensión de belleza. Se acordó que tomara clases de ballet. Y enseguida los maestros notaron que se distinguía.

Algunas madres, en las funciones de la Sociedad Pro Arte Musical, se quejaban de que Alicia subía la pierna más alto que las demás niñas. Intentaron que moderara sus énfasis: «para que todas se vean igualitas».

Pero no eran iguales. Ella tenía el don. Por suerte, pudo trazar su propio camino.

En aquella Cuba no era posible. Viajó a los Estados Unidos. Y junto a Fernando Alonso, que sería su esposo y compañero de empeños, inició un aprendizaje arduo.

No fue, como creerían algunos, un lecho de rosas. Más espinas que pétalos hay en la formación de un bailarín. Contó con excelentes maestros, que supieron vislumbrar sus potencialidades, pero ella tuvo que trabajar mucho.

Era una latina, había que luchar contra los prejuicios. No tenía la complexión ideal. Y venía de un país en el que se disfrutaba de cuando en cuando de espectáculos de ballet venidos de Europa, pero que no tenía tradición propia en ese arte.

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Ella, no obstante, quería bailar. Quería bailar en puntas. Vestir los tutús de las heroínas románticas… y también utilizar la danza para recrear historias y sentimientos de su cultura.

Le sobraba arrojo. Nunca fue mujer de cavilaciones.

A golpe de talento integró elencos de compañías nuevas. Eran los inicios del gran ballet americano. Y ya a principios de la década de los cuarenta formaba parte del American Ballet Theatre.

Un día de 1943 enfermó la gran Alicia Markova y nadie se atrevió a sustituirla en el rol protagonista de Giselle. Ella, desde el cuerpo de baile, se sabía el ballet completo. Se decidió, asumió el reto.

Esa es la primera diferencia entre una bailarina corriente y una estrella del ballet: saberse capaz y no temerle al riesgo.

Ella lo tenía todo: la determinación y el talento para sostenerla.

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El día que bailó por primera vez Giselle nació una leyenda. Algunos se dieron cuenta de que había sido unos de los grandes hitos de la danza en el siglo XX. Con los años, Alicia sería una de las mejores Giselle de todos los tiempos, aplaudida y reverenciada en los más encumbrados escenarios.

Su estrecho vínculo con el personaje la llevó a desentrañar las más sutiles esencias del personaje, en un estudio minucioso de las particularidades técnicas de un estilo.

Y así concibió su propia versión coreográfica del ballet, que es la que ahora defiende el Ballet Nacional de Cuba.

Alicia actualizó dramatúrgicamente la historia, la sintetizó con maestría, cinceló personajes y motivaciones, limpió de impurezas y arcaísmos la línea de danza.

Su reposición del clásico decimonónico es una de las mejores del mundo.

Fue uno entre cientos de personajes: los del gran repertorio clásico y los que crearon para ella. Fue uno entre cientos de caminos: desde la narración aristotélica hasta la metáfora y la abstracción.

Ella quería bailar.

Y cuando, después de un accidente, comenzó a perder la vista, tuvo que tomar la decisión más trascendental de su vida, pues los rigores de la danza podían afectar su recuperación plena.

Ella escogió la danza.

En enero de 1959 era ya una de las más grandes bailarinas del mundo. Derrocado Fulgencio Batista (con quién había protagonizado una recia pelea, que la había llevado a no bailar más en Cuba), regresó para reorganizar la compañía que había fundado junto a Alberto y Fernando Alonso en 1948.

Pudo haber hecho carrera en cualquier lugar, pero apostó por su patria.

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Y gracias al apoyo de la Revolución triunfante animó otra revolución de las artes: en poco tiempo el mundo comenzó a tener noticias del pujante Ballet Nacional de Cuba.

Ella creo compañía y creo escuela, que es garantía de permanencia.

Siguió bailando en las grandes capitales de la danza universal, incluso en los Estados Unidos, cuando fue posible. Pero su escenario ideal estaba aquí.

Y podía ser lo mismo un teatro que una fábrica o una plataforma en un pequeño poblado perdido entre montañas.

Ella hizo suya la metáfora martiana del arte y los montes.

Algunos se afanarán en descubrirle sombras, como si un gran artista pudiera ser solo luz. Alicia no necesita alegatos: su obra inmensa la ha eternizado.

Ella fue su propio monumento.

Se elevó sobre las mezquindades y sus propios errores: abrió un camino. Tuvo el mérito de los pioneros y de los que no claudicaron ante los golpes de la vida.

Se hizo símbolo de un sueño: el del arte compartido.

Símbolo y referente de la cultura de la nación.

Orgullo de sus contemporáneos.

Y ella solo quería bailar.

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