Masacre El Paso complica estrategia de normalización de nacionalistas blancos en EEUU

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Masacre El Paso complica estrategia de normalización de nacionalistas blancos en EEUU
Fecha de publicación: 
9 Agosto 2019
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Hace dos años, el movimiento nacionalista blanco de Estados Unidos sorprendió al país. Las manifestaciones neonazis en Charlottesville, Virginia, se volvieron fatales cuando un manifestante de extrema derecha condujo un automóvil a través de una multitud, matando a una persona e hiriendo a decenas más.

Algunos líderes del movimiento se reagruparon. En lugar de avivar la indignación, se propusieron construir apoyo con otra táctica: parecer normales.

Una meta más amplia es lo que muchos nacionalistas blancos llaman “Fase 2”: lograr la aceptación general de las ideas de extrema derecha rechazadas como repugnantes y lograr que los nacionalistas blancos alcancen puestos de influencia.

El esfuerzo de normalización incluyó una retórica suavizada y reuniones sociales que, para muchos grupos, reemplazarían cada vez más a las manifestaciones.

“La estrategia está enfocada internamente: hacer que las familias se reúnan”, dijo el bloguero de extrema derecha Brad Griffin, un nacionalista blanco de Montgomery, Alabama.

Recordó con cariño un viaje en tubing que organizó en 2018 para amigos que habían asistido a una conferencia nacionalista blanca local. El objetivo de tales reuniones, dijo, es difundir la ideología de extrema derecha lejos del espectáculo de una protesta pública.

“Es mucho más divertido hacer eso que salir y enredarse con ‘antifas’ (miembros del movimiento antifascista de extrema izquierda de Estados Unidos) y que te lancen globos con orina en la calle”.

Griffin habló en una entrevista antes de la masacre del fin de semana en El Paso, Texas, un evento que ha complicado las aspiraciones de que el movimiento tenga una relación más normal con la sociedad.

El sábado Patrick Crusius, de 21 años, mató a 22 personas e hirió a dos docenas más tras ponerse a disparar poco después de que apareciera un manifiesto en línea que explicaba su motivación y denunciaba una “invasión hispana” en Estados Unidos.

El ataque en El Paso también ha ejercido una nueva presión sobre un hombre que algunos nacionalistas blancos elogian por ayudar a avanzar en su movimiento: Donald Trump.

El presidente de Estados Unidos ha sido objeto de críticas constantes por su retórica racial incendiaria desde el lanzamiento de su candidatura en 2015, incluido el uso repetido de la palabra “invasión” para describir la inmigración a lo largo de la frontera con México.

El lunes, Trump emitió su rechazo más enérgico del supremacismo blanco hasta la fecha. “El odio no tiene lugar en Estados Unidos. El odio deforma la mente, hace estragos en el corazón y devora el alma”, señaló. “Estas ideologías siniestras deberían ser derrotadas”.

Después de Charlottesville, un enfoque “mentiroso” fue visto como una necesidad por algunos. Muchos grupos nacionalistas fueron demandados y perdieron el acceso a las redes sociales, lo que les ha llevado a evitar las confrontaciones públicas, dijo Heidi Beirich, quien estudia a grupos de extrema derecha para el Southern Poverty Law Center, una organización sin fines de lucro de derechos civiles que rastrea a los extremistas.

“No hemos visto muchas manifestaciones desde Charlottesville”, sostuvo. La combinación de mala prensa, enjuiciamientos y pérdida de acceso a las redes sociales ha “deprimido a las personas del movimiento” y creado la sensación de que “un enfoque más suave puede ser el camino a seguir”.

Los disparos, y el repudio de Trump, dejan a quienes apelan por una normalización en un lugar difícil, tal vez imposible.

Un fotógrafo de Reuters observó de cerca el fenómeno en una guardería infantil en una “iglesia” dirigida por el Ku Klux Klan (KKK), un restaurante y bar que atiende a los supremacistas blancos en Georgia y una parrillada celebrada en Arkansas por ShieldWall Network, un grupo neonazi autoproclamado con docenas de miembros.

Incluso cuando describieron sus esperanzas de integración, muchos miembros de estos y otros grupos también expresaron sus posturas más violentas.

Una es la llamada teoría de la conspiración del Gran Reemplazo, común en los círculos nacionalistas blancos, que sostiene que las élites de izquierda están diseñando el reemplazo de las mayorías blancas a nivel mundial a través de políticas que fomentan las migraciones masivas a medida que la tasa de natalidad blanca disminuye.

El manifiesto relacionado con el tiroteo en El Paso hizo referencia a la teoría del reemplazo al explicar por qué el tirador decidió matar hispanos.

Cuando se le preguntó en una entrevista en mayo cómo los blancos podrían recuperar el dominio demográfico, el líder de ShieldWall, Billy Roper, dijo a Reuters que promover una mayor tasa de natalidad entre los blancos es útil, pero que las “balas” serían más rápidas.

Roper sostuvo que su organización no aboga por nada ilegal, pero que “no podía estar en desacuerdo” con los objetivos del tirador que asesinó a 51 personas en dos mezquitas musulmanas en Christchurch, Nueva Zelanda, en marzo. El agresor también había citado la teoría del reemplazo como motivo de su accionar.

En una entrevista telefónica posterior a la masacre de Texas, Roper dijo que no apoyaba los asesinatos.

Pero las víctimas, dijo Roper, “solo eran peones en el juego judío de reemplazo demográfico de blancos”, y agregó que tales “conflictos culturales” son “un hecho desafortunado de la vida moderna” en una nación cada vez más diversa que se acerca a la “balcanización racial”.

La estrategia de tratar de expresar opiniones extremas con la retórica convencional no es nueva. Uno de los ejemplos de más alto perfil de la táctica de normalización es el de David Duke.

El exmiembro del KKK cambió las túnicas blancas y los sombreros puntiagudos del grupo por un traje, adoptó más puntos de conversación conservadores y llegó al balotaje en la elección a gobernador de Luisiana en 1991. Duke perdió por un amplio margen, pero obtuvo el apoyo de aproximadamente la mitad de los votantes blancos del estado.

El esfuerzo de normalización tampoco es universal. En Draketown, Georgia, Pat Lanzo dirige un restaurante que los supremacistas blancos han reclamado como propio.

Lanzo insiste en que el Georgia Peach Oyster Bar es simplemente una celebración de la libertad de expresión. “Nosotros no somos racistas”, explicó. “Odiamos a todos por igual”.

La decoración del lugar está llena de adornos con motivos racistas. Sus menús muestran el dibujo de un miembro del KKK que se relaja en una hamaca hecha de dos cuerpos negros linchados atados por los pies.

Además, Lanzo ha alquilado su propiedad a neonazis y miembros del KKK clan para la quema de crucifijos, una demostración tradicional de fuerza del KKK en el sur del país.

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