ARCHIVOS PARLANCHINES: SOS en Bellamar

ARCHIVOS PARLANCHINES: SOS en Bellamar
Fecha de publicación: 
14 Abril 2019
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Don Manuel Santos Parga, nace en 1813 en Viveiro, provincia de Lugo, en Galicia, y siempre ha sido una incógnita para los investigadores: no se ha podido precisar el día y el mes de su venida a este mundo ni la fecha de arribo a la Isla, posterior, sin dudas, a la de su hermano José María, encargado de acoger al inmigrante. Lo que sí se sabe es que con una espalda de gladiador y piernas como zancos comienza a trabajar en las minas y en 1859 compra la finca La Alcancía, de cuatro y media caballerías de terrenos calizos, ubicada no lejos de la ciudad de Matanzas, donde construye un horno de cal próspero y de un buen nivel técnico.
 

De inmediato se encarga de suministrar la cal para la edificación del teatro Sauto hasta que, un mal día, un tenebroso agujero se traga la barreta del chino Justo Wong en La Alcancía y él decide explorar el lugar armado solo con velas de doble pabilo, antorchas y algunas cuerdas de fibra vegetal. Lo ocurrido aquel 17 de abril de 1861 es más o menos conocido: don Manuel descubre las Cuevas de Bellamar, con sus exuberantes estalactitas y estalagmitas, y se convierte en un visionario, en el precursor de la espeleología cubana.
 

Una vez que el gallego aprecia la incomparable belleza de Bellamar, no tiembla a la hora de arriesgar su capital y hace importantes inversiones: le da a su acceso una forma regular y le coloca una baranda, deseca lagunatos utilizando bombas de agua, extrae montañas de rocas y sitúa una escalera de madera con pasamanos, entre otras muchas obras.

El 22 de noviembre de 1862 se abre a los visitantes la Cueva de Parga, como se le denomina en un inicio, y el éxito de uno de los primeros centros de recreación de Cuba y el más antiguo que se conserva hasta nuestros días es inmediato. Durante su primer trimestre de funcionamiento la cueva recibe a unos dos mil curiosos, la mayoría de ellos hombres de ciencia y literatos matanceros, quienes llegan para apreciar los encajes de las blancas piedras y los claroscuros.
 

El propio don Manuel o su esposa doña Josefa Agustina Verdugo, originaria de Pontevedra, reciben a los viajeros en una rústica garita, armados con hachones de cera, antorchas y faroles, los anotan en unos libros, les dan explicaciones más o menos doctorales en distintos idiomas y, sin remilgos, les advierten que no deben considerar como propias las maravillas que allí se observan. No faltan los que aseguran que una rústica campana arma un buen escándalo al inicio de cada paseo.
 

La Cueva de Parga, situada en una colina a unos cinco kilómetros del centro histórico de la ciudad de Matanzas y a 100 al este de La Habana, con el tiempo cambia su nombre por el de Cuevas de Bellamar, debido a su proximidad con una zona del mismo nombre perteneciente a la costa de la bahía de Matanzas, donde se habían comenzado a edificar unas atractivas casas de veraneo y descanso para los viejos y nuevos ricos.
 

Don Manuel siente desde temprana edad una real vocación por el mundo de lo ignoto, «un llamado de la oscuridad», como dicen algunos, muy presente entre los yumurinos. Cuando su caverna, con 23 kilómetros de túneles, está viviendo un primer suspiro, se le mete en la cabeza la idea de alcanzar el Salón de las Nieves, punto extremo oriental de la espelunca, un proyecto que incluye un gimnástico trayecto a rastras de ida y vuelta por la angosta Galería Escondida de 260 metros.
 

Según narra Eusebio Guiteras en su Guía de las Cuevas de Bellamar, al principio todo marcha bien y don Manuel y sus hombres dejan en el Salón de las Nieves botijuelas, botellas de barro y cristal e instrumentos de trabajo como picos y barretas. No obstante, cuando los exploradores empiezan a transitar de regreso por la Galería Escondida para acercarse al Baño de la Americana, se quedan totalmente a oscuras, pues sus lámparas se apagan de repente y cuando acuden a los fósforos ven, con indecible horror, que estos, mojados por las aguas, no dan luz.

A partir de aquí el hijo de Galicia y los suyos siguen su lento avance, a ciegas y a rastras, lastimándose a cada paso con las asperezas y cristales, hasta que de milagro los encuentran los socorristas que envía doña Josefa, aterrada por lo inusual tardanza del grupo. Están pálidos, magullados y heridos, pero vivos.
 

Sobre la primera operación de salvamento subterráneo realizada en Cuba ofrece abundantes noticias el New Harper's Monthly Magazine, de Nueva York, en un extenso artículo sobre Bellamar hecho público en 1865, el cual incluye algunos grabados que, aunque bastante figurativos, se rinden ante sus formaciones cristalinas, transparentes y brillosas.
 

Como indica Ercilio Vento, historiador de Matanzas y autor de un interesante libro sobre las Cuevas de Bellamar, Don Manuel fallece por heridas de armas blancas el 21 de noviembre de 1884, luego de mandar para el infierno a dos peligrosos bandidos de la zona mucho más jóvenes que él. Más esta es ya otra historia...

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