En cartelera: Pastel de boda

En cartelera: Pastel de boda
Fecha de publicación: 
19 Septiembre 2011
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Habrá que decir mucho todavía sobre el matrimonio como institución, sobre la boda como punta del iceberg, una filosa punta de merengue que más de uno todavía nos atrevemos a saborear. Habrá mucho que decir, pero el francés Denys Granier-Deferre, director de Pièce montée, no será recordado por este filme.

 

Existe en Pastel de bodas (Pièce montée) la intención de «mostrarnos» ¡a tantos siglos de Modernidad! al matrimonio como expresión de la hipocresía burguesa. Digo, eso se desprende del falso estatus de «compromiso» y «soltería» en que caen los diferentes personajes de la película, cada uno con edades diferentes, pero de clase acomodada.

 

Granier-Deferre trabaja con una amplia paleta que va desde el celibato religioso del sacerdote que oficia la misa (de su propia nieta como sabremos después) hasta la soltería (pensamos en un inicio que) forzosa de la típica hija fea que cuida a la madre durante la vejez. Por supuesto, sobran también las parejas, de todos tipos y orientaciones, con sus principios, medios y finales.

 

Sin embargo, es sabido que mucho no significa mejor. Y si bien Pastel de bodas alcanza lo primero, se queda a buena distancia de lo último. ¿Por qué? Al margen de actuaciones consistentes como la de Danielle Darrieux (de 96 años) —que sabe convencernos de su amor de última estación con miradas tiernamente seductoras—; tenemos que soportar representaciones irregulares como la de Jean-Pierre Marielle, que no logra darle a su personaje una psicología coherente, que parece mutar o perderse entre una escena y otra: de tierno a senil, de sensato a impulsivo… Claro, de fondo tenemos un guión y una dirección de actores poco meditados.

 

La propia historia está plagada de simbolismos ociosos como aquel de la serpiente que remite a la creación bíblica, al pecado original (en definitiva los dos viejos son el origen velado de aquella familia), y sin embargo, no tiene una inserción provechosa e imaginativa en el filme.

 

Sobre la base de la hipocresía burguesa, el vestuario y la escenografía nos ofrecen imágenes trabajadas con esmero que no pueden dejar de seducirnos en ocasiones. Las bodas, en definitiva, son un pretexto para estrenar lo mejor, escuchar lo mejor, y ver lo mejor. Y aquí tenemos de todo eso, pero con la acotación de que por debajo de la ropa y detrás de las paredes se asoma (muy acorde con el carácter francés) lo peor del ser humano.

 

Quizás esta película, al margen de su final endulzado y sus gotas de humor cáustico, nos resulte un paisaje demasiado ácido del ser humano, no importa su época, y a la vez poco penetrante. Con Pièce montée terminamos picando el pastel en busca de masa y solo encontramos merengue.

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