Trauma de niños migrantes en EEUU es severo, dicen expertos
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Un adversidad sufrida en los primeros años de vida podría causar “un estrés tóxico” causante de graves problemas físicos y psicológicos.
El estrés es una respuesta normal hacia una circunstancia amenazante, en la que el cerebro envía señales de “luchar o huir”. Las hormonas y sustancias liberadas por el cerebro aumentan el ritmo cardiaco, la presión arterial, el nivel de alerta y el nivel de energía. Los niveles bajan una vez pasada la adversidad.
Sin embargo, cuando la amenaza perdura _como cuando ocurre en guerras, pobreza, hambruna, desastres naturales, conflictos familiares o violencia callejera_ el organismo se mantiene estresado, lo que provoca ansiedad, problemas de conducta, trastornos digestivos, insomnio y otros problemas físicos y psicológicos.
Los expertos coinciden en que el contacto con un adulto amable y protector puede ayudar a un menor a tolerar el estrés y reducir la probabilidad de que los daños psicológicos sean duraderos. Un estudio reciente a familias que viven en pobreza en Estados Unidos demostró que los niños pequeños con buenas relaciones con sus padres tenían menores niveles del estrés al llegar a la clínica para una vacuna, comparado con pequeños que no tenían esa relación.
Los científicos creen que el estrés prolongado, particularmente en ausencia de un adulto protector, deja elevados los agentes inflamatorios, aumentando el riesgo de enfermedades cardiacas, diabetes y otros problemas de salud.
No hay consenso general, pero algunos estudios han demostrado que el estrés prolongado es capaz de alterar regiones del cerebro que inciden en las emociones y la conducta. Las tomografías han demostrado que esas regiones son más pequeñas en niños traumatizados.
Charles Nelson, un neurólogo de la Universidad de Harvard, dice que los niños menores de 3 años, cuyos cerebros están en plena etapa formativa, son los que están bajo mayor riesgo de los efectos nocivos del estrés. En las tomografías que tomó de niños huérfanos en Rumania, se demostró que los que estaban en edad escolar que habían sido enviados a vivir con familias adoptivas tenían menos materia gris que los que fueron enviados antes de los 2 años de edad.
Los niños centroamericanos que han estado llegando a la frontera sur de Estados Unidos los últimos días ya han sufrido traumas como el de tener que abandonar su hogar, o posiblemente violencia o amenazas, además del arduo viaje hacia Estados Unidos, dijo Nelson el miércoles. “Ello podría aumentar su susceptibilidad cuando son separados de sus padres en la frontera”, recalcó.
Añadió que las imágenes que ha visto de niños migrantes en centros de detención en territorio estadounidense le recuerdan a los estudios que realizó con niños rumanos. En un reciente boletín científico, Nelson escribió: “Las lecciones que aprendimos en ese entonces son que confinar a niños en ambientes como el de un instituto público, en que los cuidadores se rotan y hay más niños que cuidadores, puede causarle a los niños perjuicios irreversibles, tanto físicos como psicológicos”.
En 2017, un año antes de la política de separaciones familiares implementada en Estados Unidos, la Academia de Pediatría recomendó al gobierno no colocar a niños migrantes en centros de detención, afirmando que necesitan tratamiento y atención médico “para asegurar su bienestar”.
La Academia, junto con varias asociaciones de expertos psicólogos, denunció recientemente la política de separación familiar y dieron un respaldo cauteloso a la orden ejecutiva decretada la semana pasada poniéndole fin. La orden de un juez emitida el martes de reunificar a las familias en un lapso de 30 días es un paso importante, dijo la Academia en un comunicado conjunto con UNICEF USA, pero ello no sanará a los niños que ya han sufrido daños psicológicos, dijo la presidenta de la Academia, la doctora Colleen Kraft.
Incluso una vez reunificadas, estas familias necesitarán la atención de expertos psicólogos, dijo Kraft.
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