¿Te espero en la eternidad?

¿Te espero en la eternidad?
Fecha de publicación: 
3 Abril 2018
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Cuando el maestro Adolfo Guzmán daba a conocer, por los años 60 del pasado siglo, su antológica canción Te espero en la eternidad, no sabía que esa espera podría volverse uno de los principales quebraderos de cabeza para los científicos del siglo XXI.

Recordaba el músico cubano en su canción que «solo el amor eterno por siempre vivirá», pero a estas alturas del partido, hace falta que viva, si no por siempre, al menos el mayor tiempo posible, toda la información y el saber acumulados por la humanidad, para que sirvan de legado a quienes están por llegar.

Si pudieron llegar hasta el presente las pinturas rupestres de las Cuevas de Altamira o las tablillas de barro donde los escribas de Mesopotamia grabaron su escritura cuneiforme, no parece que pueda correr igual suerte de cara al porvenir la información que hasta hoy se ha ido almacenando en discos duros, cintas y otros soportes afines con la era de Internet.

Aunque la garantía de seguridad y preservación es de las más buscadas en el uso de las nuevas tecnologías, de hecho, la duración promedio de un disco duro es de unos siete años, por no hablar ya de cuánta vida útil tienen una micro SD o una flash. Y en el caso de guardar en la nube –es decir, en servidores- , la información estará a salvo solo si la plataforma no decide cerrar un día.

En consecuencia, los expertos han ideado una nueva alternativa para la llamada preservación digital: el hielo.

Del témpano a la piel

En realidad, nada tiene que ver con témpanos de hielos la variante que aspira a conservar la información digital acumulada, y que no es poca.

Sépase que diariamente son creados 2,5 exabytes de información, lo cual equivale a 520 millones de canciones y a 90 años de vídeos de alta definición. Si hasta el 2013 la humanidad había acumulado unos 4,4 Zettabytes (un Zettabyte equivale a 44 trillones de Gibas), para dentro de dos años se calcula que sean ya 50 los Zettabytes acumulados.

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Cuartos enteros que guardan nuestra información.

En consecuencia, investigadores de la Universidad de Manchester crearon discos duros capaces de almacenar más de 30 terabits de datos por centímetro cuadrado, es decir, cerca de 5 mil 300 películas en el espacio que ocupa un sello de correo.

Estos serían dispositivos congelados, pero no a una temperatura cualquiera sino a -213°C, que es cuando el magnetismo de las moléculas logra cierta estabilidad.

Como alcanzar tan pocos grados se hace difícil y costoso, los expertos aspiran a que los termómetros puedan descender solo hasta -196°C, que es la temperatura del nitrógeno liquido. Con ella sí se podrían guardar moléculas de datos criogenizados en nitrógeno.

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Es muy probable que la información almacenada en los soportes convencionales no alcancen a conocerla los biznietos.

Pero si la mencionada alternativa casi roza la ciencia ficción, ¿qué decir entonces de lo ideado por Luis Ceze, profesor asociado en la Universidad de Washington, por Douglas Carmean y Karin Strauss, ambos de Microsoft Research? Este equipo consiguió almacenar datos en ADN.

Aseguran que la duración de la información en un sistema de almacenaje operacional basado en el ADN rebasa la conseguida por cualquier otra variante conocida: más de un milenio. Además, posibilita concentrar una inmensa densidad de información. Tanto es así que un trillón de bytes pueden ser contenidos en un milímetro cúbico de ADN.

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Un sistema de almacenaje operacional basado en el ADN parece ser la mejor garantía futura para guardar la información digital.

Entendidos indican que el volumen equivalente a un grano de arena de ese novedoso sistema permitiría guardar la información equivalente a 200 millones de DVD. Dicho de otro modo, en nueve litros de la “mágica” sustancia sería posible almacenar toda la información generada por la raza humana hasta el presente.

Por supuesto que no será mañana cuando esta alternativa quede a la mano. Ocurre que resulta bien costoso convertir bits digitales en códigos de ADN. Para una demostración fueron empleados cerca de 13 millones 448 mil trozos únicos de ADN, lo cual representaría en el mercado un costo de más de 700 mil euros.

Cerebros para siempre

Si preservar la información digital resulta prioridad para los habitantes de este planeta, conservar también la información guardada en cerebros humanos empiezan a ser más que una aspiración para algunos.

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La apenas perceptible sustancia rosada que reposa en este tubo de ensayo es ADN sintetizado: el disco duro más confiable del porvenir.

Cierto equipo de investigadores de avanzada asegura ser capaz de preservar el cerebro humano para, con una tecnología aún por llegar, crear de este una copia digital.

Luego de ganar importantes premios por la conservación de cerebros de conejos y cerdos, ahora se proponen preservar el de humanos.

Esperan conseguirlo mediante la criopreservación estabilizada con aldehído o vitrificación. La compañía ha declarado en su página web que se trata de una especie de embalsamamiento que, cuando se descubra la tecnología necesaria, permitiría mapear las sinapsis entre las neuronas. Con optimismo declaran: "Creemos que dentro del siglo actual será posible digitalizar esta información y utilizarla para recrear tu conciencia".

Pero para conservar de manera exitosa el cerebro, este debe ser de una persona viva. Sin embargo, es inevitable que, al suministrarle los líquidos congelantes, el individuo muera.

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Aunque para conservar la información que guarda el cerebro, el individuo debe morir durante la criopreservación, más de una veintena de personas se han anotado en ese viaje sin regreso, por ahora; hasta que se invente la tecnología necesaria para rescatar los datos cerebrales.

A pesar de tan mortal condicionante, existe una lista de espera de unas 25 personas dispuestas a preservar su cerebro y para ello han realizado un pago previo de 10 mil dólares.

Si se arrepienten de su decisión, podrán reembolsar lo abonado, aclara la empresa que se encargará de tan discutible proceder. En tanto se deciden a optar por pájaro en mano o por cien –cien mil- volando, la mayoría continúa intentando preservar no su cerebro, sino lo creado por este.

Así, desde las fotos de familia hasta los grandes descubrimientos de la humanidad podrán llegar a manos de generaciones venideras. Esas que, confiemos, sabrán llevar la vida en este planeta a estadios superiores apoyándose en lo bueno que les dejamos por herencia y bien almacenado.

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