Apertúrame tu corazón

Apertúrame tu corazón
Fecha de publicación: 
27 Febrero 2018
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La primera vez que lo escuché en un noticiario televisivo del patio simplemente pensé que había oído mal. La segunda vez, que un borrón se le va al mejor escribano, que los abogados encarcelan sus errores, los médicos los entierran y los periodistas... los publican.

Pero después fueron cuatro, cinco, muchas veces, en la tele, en la prensa escrita, en la radial, en la digital. En todas partes emergía el verbo aperturar como si fuera el colmo de la elegancia en el decir, como si se tratara del más novedoso adminículo tecnológico que la gente se engancha porque les da status, y en esta ocasión se lo enganchaban a la parrafada para que ¿le diera status, rango?

Horror del error. Lo mismo anunciaban que se aperturaba un nuevo círculo infantil, que una exposición de artes plásticas, que una nueva carrera universitaria, que un servicio.

Y los locutores de la televisión no parecían siquiera sonrojarse al leerlo en el teleprompter, a los de radio no se les atragantaba ninguna sílaba, y quienes tecleaban la dichosa palabreja supuestamente lo hacían sin que el más mínimo calambre les engarrotara los dedos al presionar cada una de aquellas letras.

Tampoco editores, correctores de estilos, jefes de redacción, de información, directores, parecen inmutarse, al menos nadie lo evidencia ante este atropello a nuestro hermosísimo idioma.

Pienso que tal fenómeno va guiado por ese impulso de “seguir la moda”, “estar en la última” sin detenerse demasiado a pensar si así es como debería ser. Sencillamente, moverse junto con la marea, con la manada.

Es el mismo impulso por el que acabo de constatar en una ciudad cubana la proliferación hasta extremos inimaginables de la fauna de Walt Disney y compañía. Hasta en el forro de las libretas de abastecimiento vi los rostros sonrientes o asombrados de Pluto, de Mickey Mouse y de otros personajes más recientes.

El niño que allí no celebra su fiesta con esas imágenes de fondo, estampadas en sus ropas, en las invitaciones, en los globos y hasta en el cake, es un fuera de grupo, está perdido. Ah, y eso acompañado por abundantes cataratas de lentejuelas, corazones y brillos varios.

Son cosas que para algunos están de moda como mismo lo está el verbo Aperturar. Y si de pésimo gusto resulta lo primero, igual sucede con el empleo del segundo. Ambas conductas hablan a la par también de la cultura, que no es sinónimo de nivel académico.

El director de la RAE (Real Academia Española), Darío Villanueva, elogiaba hace un par de meses el ingenio y la creatividad de los hispanohablantes. Aseguraba que, la fraseología "demuestra la idiosincrasia de los pueblos", mediante expresiones que quedan marcadas como "sólidas y duraderas" y en las que se expresa el "ingenio popular".

Pero informar que cierta exposición será aperturada el venidero martes no evidencia ningún ingenio sino un trapiche que va moliendo lo genuino y lo correcto.

El propio Diccionario panhispánico de dudas, la Real Academia Española, alertaba ya desde hace más de diez años sobre la emergencia de la dichosa palabreja “que ha empezado a utilizarse en los últimos años como equivalente de abrir”.

En dicho texto se apunta que tal vocablo “Es especialmente frecuente en el lenguaje bancario, donde se ha puesto de moda la expresión aperturar una cuenta, en lugar de abrir una cuenta. Su uso no está justificado y debe evitarse”. Así indican, pero en lugar de evitarse, aquí se propaga.

En el Diccionario de la lengua española no aparece el infinitivo sino el vocablo apertura, que en su primera acepción indica la ‘acción de abrir’ y tiene seis significados más. Pero es a partir del primero que se ha construido aquello de aperturar festivales, hoteles ¡y hasta regalos!

En una fiesta quince, de esas que merecen comentario aparte, escuché al animador anunciando que la hermosa jovencita procedería a aperturar sus regalos.

Esta muy bien y es inevitable que el idioma resulte un organismo vivo, que se recree a sí mismo, transformándose, engrandeciéndose, adaptándose. Y tanto lo hace que hasta sorprenden algunas de las tres mil 345 modificaciones, entre nuevas palabras y cambios de acepciones, que el diccionario digital de la Real Academia Española acogió el pasado año.

Así, quedan “santificadas” desde chusmear (Hablar con indiscreción o malicia de alguien o de sus asuntos, sobre todo en Argentina, Paraguay y Uruguay) hasta la amusia (Incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos musicales) y la muy polémica aporofobia (Fobia a las personas pobres o desfavorecidas).

Pero aperturar no aparece por ninguna parte, y mucho menos como sinónimo de iniciar o inaugurar.

Quienes abogan a favor del empleo del término subrayan que permite economizar palabras porque, dicen, no es lo mismo  “realizar la apertura de una cuenta bancaria” que “aperturar una cuenta bancaria”. Pero, señor mío, ¿no es más bonito y corto “abrir una cuenta bancaria”?

Si es que nuestro idioma español es tan lindo: canta, fluye suave como el sonido de la quena, sabe dulce como los mangos y se percibe colorido como el plumaje del guacamayo. ¿Por qué entonces ensombrecerlo, mancharlo con ese aperturar cuando es más lindo y claro decir que Fulano inaugurará una muestra filatélica y que Mengano quiere abrirse una cuenta en el banco o en Internet?

Claro, los “innovadores” recomiendan que el verbo aperturar se use solo para cosas abstractas, como aperturar una sesión parlamentaria o una boda; y dejar para los sustantivos concretos el verbo abrir. De tal forma, condenan aquello de aperturar una ventana, una puerta o una botella de vino.

Pero por ese camino, hasta se corre el riesgo de empezar a lecturar en vez de a leer, y de escriturar en vez de escribir. Y, lo peor, el muchacho enamorado le podría pedir a su muchacha, quizás estrechándole la mano bajo la luz de la luna, o apretándola contra sí al ritmo de la música del momento, que le aperture su corazón.

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