CRÓNICA POR UNA CRISIS: Nunca por debajo del tercero

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CRÓNICA POR UNA CRISIS: Nunca por debajo del tercero
Fecha de publicación: 
28 Octubre 2017
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Con estos relatos del periodista Víctor Joaquín Ortega, colaborador de Cubasí, nuestro sitio quiere homenajear la resistencia del pueblo cubano y la dimensión de estadista de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro en los días difíciles y estremecedores de la Crisis de Octubre, 55 años después de aquellos hechos que pusieron al mundo al borde de una confrontación nuclear. Pero no es una cronología de los acontecimientos, no es la Historia en mayúsculas, sino el día a día vivido desde adentro y contado, como dice el autor en su presentación, "como un soldado del pueblo". Durante esta semana, la misma de aquel 1962, CubaSí irá publicando esta Crónica por una crisis.

¿El tipo este que se habrá creído?, me pregunto mientras le observo señalar la pizarra y no estarse quieto ni un instante. Lo conocí la noche que arribamos al campamento que alberga la jefatura de la división. Saludó a los recién llegados, nos miró con algo de reto y se fue.

A la mañana siguiente, improvisó un discurso para el grupo a su cargo. Trató de unir con él a los combatientes y a los jóvenes comunistas. Demasiado melodrama, y en lugar de unir, teóricamente desunió. Nos trató como si fuéramos distintos. Ni sabe nicotina de política y mejor se hubiera callado para concretarse a lo militar.

Ahora es el profesor de la primera clase. Es dramático este hombre, sí señor. Ya dijo: “… los zapadores, en proporción, son los que más caen en la guerra”. Miro a mi alrededor; ¡cará!, a ver si alguien se raja.

Pregunta. Los nervios a escena. Varios fallan. Otros aciertan, aunque en verdad repiten lo que oyeron como papagayos, atropelladamente. El profesor se explota:

- Compañeros, ¿dónde diablos tienen el cerebro? ¿Están atendiendo o no? Tienen que prender la chispa. Un zapador que no tenga la chispa prendida es un soldado que está cerca de la muerte. Y hasta trae la muerte para los demás. No nací sabiendo ni ná de eso pero el problema es de voluntad.

Siempre me he dicho: Lorenzo, cuando te metas en algo no puedes quedar en la cola. Tal vez no seas el primero ni el segundo, pero del tercero no pasas; del tercero del grupo no puedes bajar porque eso no va contigo.

Vienen después las clases prácticas. Estoy fajado con un erizo.

- Vamos bien aunque hay bruticos en la compañía. Y tienen que avivarse o quedan. La guerra es así: el que no está a la viva se jeringa. Por eso este negro lleva duro a la gente, para que a la hora de los mameyes sepan qué hacer.

Con los ojos apruebo sus palabras.

- Tengo 38 años bien vividos. He sido cocinero, billetero, cobrador de seguros… mil cosas, viejo. Actualmente, trabajo de profesor de baile; me va bien. Eso sí, fundador de las milicias, desde los tiempos del uno, dos, tres, cuatro. Si unos cuantos años atrás me dicen que iba a ser militar, me río con ganas, no lo creo. Ya ves: es la Revolución. Por ella, uno hace lo increíble.

Después de la conversación, comenzamos a intimar. Atendí mejor sus clases, trataba de responderle a la perfección, y hablaba con él cuando el sol iba muriendo lentamente entre las sombras en nuestro campamento. A veces, cantábamos juntos. Le gustaba hablar de su baile y de sus alumnos; con sus encuentros nos llevaba a un ambiente interesante de sabor a cerveza, y nos sacaba un poco de las cuatro paredes vegetales, siempre peores que las de mampostería. Nos fue haciendo hábiles con el alambre de púa, y aprendimos a sentir la muerte cerca al usar los explosivos. Nos convertía en zapadores. Feliz al afirmar:

- Serán buenos matadores de la muerte. Un soldado revolucionario es un individuo capaz de ñampeársela a cualquier hijo de mala madre que intente acabar con los triunfos del pueblo. Y hay que saber…

Sí conoce de política; más que yo a pesar de todos mis libritos debajo de la axila y las frases bonitas.

En el ómnibus, mi cabeza se va para aquellos tiempos. Lorenzo está cerca, no me ha visto. La maldita timidez me ahoga el saludo. Se baja en 12 y 23. Está un poco más grueso y un bigote bastante canoso le adorna el rostro. Viste el uniforme de las Milicias de Tropas Territoriales. Mantiene la mirada de reto, y hasta en el andar demuestra las mismas ganas de hacer bien las tareas. Camina rápido. Cruza la calle. La guagua se aleja. Y yo, en ella, ardiendo de recuerdos.

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