Isabela, haciendo camino al andar

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Isabela, haciendo camino al andar
Fecha de publicación: 
22 Septiembre 2017
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Isabela, ya se sabe, no es la de antes. Me lo habían dicho y, escéptica como soy, quise comprobarlo con mis ojos. Si hubiera creído que era un espejismo, de todos modos los colegas de la prensa impresa se encargarían de sacarme de la ensoñación.

Ocho horas estuvo el potente huracán Irma azotando el poblado pesquero que había quedado desierto debido a la evacuación.

Antes Isabela era (y será por los siglos de los siglos) la cuna del mejor ostión del mundo. Jamás lo probé, por lo cual los certificados de su excelente factura no los acuñé. Tengo entendido, eso sí, que nadie se iba de la costa norte sin probarlos.

En sus inicios, parecía una Venecia insular, con casas alzadas sobre palustres y la única calle. Constituía la única salida al mar de Sagua la Grande; aquel puerto fue abierto al comercio en el año 1844.

En sus muelles entonces atracaban ocho buques a la vez, los cuales embarcaban un aproximado de 41 600 sacos de azúcar de 250 libras en cada día de trabajo; llegó a acoger 300 barcos en un año y 42 buques en un día. Azúcar, mieles, alcohol y otros productos eran depositados en los almacenes de Isabela.

Hace menos de diez días, un potente huracán de categoría cinco, que todo el mundo conoce como Irma, devastó el poblado. Trató de arrebatarles la alegría a los isabelinos, y también las ganas de echar pa´lante. ¡Como si fuera posible! Armados de tesón y curtidos por el salitre, el dolor por las pérdidas de lo material no disminuye el amor por el poblado.

Armada con mi grabadora reportera, comprobé que de allí no se va ninguno. Algunos perdieron el trabajo de todos sus años, pero no tienen ideas de empezar en ninguna otra parte. Se levantaron del Kate y lo harán de nuevo, aunque valga aclarar que el trabajo hoy es más arduo que en 1985.

Es inevitable, el olor a salitre en estos días se confunde con el dolor en los ojos, porque los isabelinos no pueden ni quieren olvidar su pasado reciente. Antes bien, ponen sus relojes en la hora del amanecer para levantarse, para echar el pueblo a andar, algo que, sin dudas, van a lograr.

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