El verano y sus historias: pies mojados y perros cómodos
especiales
Isabel labora en un círculo social de los antiguamente ubicados en la localidad de Marianao, al oeste de la capital. Reside en la Víbora, por lo que el trayecto en el P-10 (transporte público que inicia su recorrido desde el municipio de Diez de Octubre hasta el Naútico) le lleva más de una hora.
“Hasta hoy todo va bien —conversaba uno de estos días en la propia guagua (ómnibus) con una conocida— pero ahora, cuando empiece la temporada de playa, todo se complica con los borrachos, la bebida, y quienes no saben comportarse. Yo no sé qué me haré para llegar temprano y luego regresar a la casa”.
La historia propició un debate colectivo, pues muchas de las personas que a diario hacen este trayecto ya empiezan a pensar en los meses “más duros” de nuestro verano, cuando una gran parte de la población disfruta de sus vacaciones, incluidos los niños, los adolescentes y los jóvenes.
Sin embargo, aunque en sentido general la gente afronta los avatares de un transporte público deficiente —con sus altas y bajas según días de la semana y horarios determinados— sí es cierto que la situación se torna peor en aquellos lugares próximos a las costas y a las playas.
Semanas atrás (y más de una vez) fui testigo en el propio P-10 de pasajeros a medio vestir, mojados, descalzos, con chancletas sucias de arena. También, por supuesto, mostrando conductas inapropiadas, gritando improperios y malas palabras.
En una ocasión, mientras iba sentada al final de la guagua en uno de los asientos dobles, recibí hasta un pescozón. En realidad estaba destinado a otra persona pero llegó a mí.
De regreso a la anécdota inicial, el cuestionamiento colectivo sobre el tema arrojó más de un planteamiento. Por ejemplo: ¿por qué no se ubican integrantes de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) en las paradas cabeceras, próximas a las playas?, ¿por qué los choferes (con sus “ayudantes” incluidos) permiten que aborden los ómnibus pasajeros mal vestidos y con actitudes reprochables a causa de la bebida?, ¿por qué en estos lugares no se refuerza, sobre todo en los horarios de la tarde-noche, la actividad de los inspectores?
Varias son las interrogantes y las situaciones que el pueblo honrado y trabajador afronta en estos meses, cuando el descanso laboral y estudiantil incita a darse un chapuzón.
Existen actitudes que son tan deleznables como inevitables; sin embargo hay hechos de la vida cotidiana sobre los cuales se pueden ejercer cierto control para así no afectar a las grandes mayorías, entre las cuales casi siempre se encuentran niños.
La indisciplina social campea por su respeto, pero necesita frenos, y en ello mucho pueden incidir las autoridades, por ejemplo las del sector del transporte, al margen de la necesaria actuación del personal de la PNR.
Asientos rotos, paredes con grafitis y dibujos, perros mal ubicados ——tal y como muestra la fotografía que acompaña estas líneas— y personas (sobre todo hombres) que se creen con el derecho de adueñarse de un espacio mayor, son otras de las dificultades que padecemos quienes a diario hacemos uso del transporte público.
Con el verano llega la playa, el calor, el malestar cuando no podemos abordar los ómnibus con rapidez. Entonces se acrecientan los “encontronazos” entre unos y otros pasajeros, lo cual en ocasiones deriva en riñas.
Ahora, cuando julio y agosto todavía no han llegado, estamos a tiempo de velar por todas estas cosas, de tomar las medidas necesarias y de evitar situaciones desagradables que no siempre terminan bien cuando ocurren en contextos colectivos.
Hoy Isabel sufre y no solo me ha puesto a pensar en mi cotidianidad, pues también soy pasajera de este ómnibus, sino en aquellos que desde diversos puntos de la capital (o de otros lugares del país) se trasladan a diario por motivos de trabajo hacia zonas de playas o de costas. Entonces, esperemos los acontecimientos en pleno desarrollo, tal y como dice Walter en su programa habitual de Dossier.
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