DIARIO DE UNA ESPERA: Sin preocupaciones al respecto

DIARIO DE UNA ESPERA: Sin preocupaciones al respecto
Fecha de publicación: 
8 Septiembre 2016
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Confieso algo: a unas horas de este jueves, sonrío mientras escribo para ustedes. No es una risa burlona, antes bien, es como un tatuaje que no puedo evitar después de haber leído sus comentarios de la pasada semana. Siempre los leo con muchísima atención y respeto, tantísimas veces he pensado intervenir, pero luego recuerdo que tengo siempre la oportunidad de la próxima columna para responder cualquier inquietud.

 

Alguien (espero me lea también hoy) se preocupaba por el nombre de mi hijo y la identidad de su padre, mi esposo.

 

Hace poco yo leía, de la pluma de ese colega y coterráneo que responde al nombre de realeza de Luis Sexto, que escribir era como desnudarse. Alegaba que nadie puede negar quién es a lo largo de tanto tiempo. Y digo yo que va a ser cierto, porque durante más de dos meses resulta improbable esconderse. Siempre he defendido la tesis de que lo que uno es, le acompaña a donde quiera que vaya.

 

Por tanto, quienes me siguen han de saber ya que soy una persona sincera. Absolutamente transparente, y también muy sensible. No podría escoger como padre de mi hijo (aunque cualquiera se equivoca) a alguien contrapuesto. Confíen en mí, su nombre es lo menos importante. Estoy a salvo, de nada tienen que preocuparse, pero agradezco toda buena intención. En serio, gracias.

 

Sobre el nombre de mi hijo, ya decidido, prometo contarles más adelante. Paciencia, mantengan la expectativa.

 

Los niños crecen muy rápido, ha dicho alguien muy cerca de mí. En menos de lo que esperas, ya irá a la escuela, y luego, más pronto todavía, se convertirá en un adulto. He sonreído, sin dejarme ver incrédula. Sin ánimo de ofender, el trayecto hasta aquí me ha parecido largo, y en ningún modo recuerdo todos los detalles de cuando era niña; evidentemente, no fue ayer.

 

La persona en cuestión se refería, pienso, al estiramiento físico. Argumentaba luego que debido a esa misma causa, no era menester comprarles tanta ropita. Y aunque faltan algunos meses para la llegada de mi hijo, yo tengo como premisa insoslayable disfrutar cada segundo a su lado.

 

En los primeros años, puesto que me necesita, haré uso de «mi poder» para tenerlo tan cerca como me sea posible. No importa que crezca y luego sea tan grande, que ya no quepa en mi útero nuevamente. Por estos días, donde intuyo sus respuestas, pataditas y hasta empujones mediante, la felicidad en casa se multiplica. Porque es inevitable, porque nadie puede estar triste cuando viene un niño en camino. Se roban todos los espacios y trastocan todas las emociones.

 

Esa habilidad sí será para nosotros más duradera. Incluso cuando asista a la escuela, en cualquier momento que la puerta se abra anunciando su llegada, la alegría inundará la casa. Pero antes, los primeros gorjeos, pasos, gestos, todo eso llegará para cambiarnos del todo. Dicen que un niño cerca nos vuelve mejores personas, y no únicamente por el deseo de ser mejores en su reflejo o por la intención de librarlo de los peores caminos. No.

 

Siempre he creído, desde las dos rayitas en el test de embarazo, que mi hijo, como todos los hijos deseados, es un enviado de paz, una oportunidad de hacer las cosas mejores para que defienda el mañana con su mejor carácter, pero igualmente dotado de valentía, y si en alguna batalla cayera, espero en su mochila lleve el esfuerzo necesario para volver a intentarlo.

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