Zoológico de La Habana: ¿Qué come el león?
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Fotos: Yuris Nórido
Los zoológicos contemporáneos (en la mira de un debate) tienen una misión: contribuir a la educación ambiental de la ciudadanía. Uno como el Jardín Zoológico de La Habana (en la céntrica avenida 26) no encaja precisamente en la concepción más avanzada de este tipo de institución.
Es más, los zoológicos son mal vistos por muchísima gente en estos momentos: y aquí todavía hay recintos cerrados, rejas y barrotes… animales que viven en condiciones de cautiverio.
Pero el Zoológico de La Habana tiene evidentes valores patrimoniales: fue el primer parque de su tipo construido en Cuba, ha sido lugar de esparcimiento de generaciones completas de cubanos, cuenta con un valioso concepto urbanístico y atesora obras monumentales de importantes figuras de las artes plásticas cubanas…
Por eso, y por su privilegiada ubicación, ha garantizado su permanencia en años en que las tendencias marcan espacios abiertos y entornos más acordes con la naturaleza de las especies.
Con todo, esta institución (que casi todos los habaneros conocen como “el zoológico de 26”) fue revolucionaria en su tiempo. Ya desde sus primeros años concibió recintos que de alguna manera rompían con la idea de la jaula tradicional.
Después del triunfo de la Revolución se consolidó un singular modelo de exhibición de los animales, que se combinaba con una arquitectura perfectamente insertada en la pródiga naturaleza.
Pero no vamos a hacer un recuento histórico: este parque ha vivido buenas y no tan buenas épocas. Centrémonos en las condiciones actuales del zoo y en sus funciones.
Porque hace mucho que los zoológicos (al menos los zoológicos respetables) dejaron de ser solo puro espectáculo, feria de atracciones, exhibición de rarezas animales. Aunque mucha gente, para bien o para mal, no lo comprenda.
Aquí no hay elefantes
“Los zoológicos tienen hoy por hoy muchos detractores, pero también tienen una clara razón de ser: ya no son simples exhibidores de animales, sino que se insertan en los programas de educación ambiental y contribuyen a la conservación de especies en peligro”, afirma el microbiólogo Raúl Campos Talavera.
Talavera lleva varias décadas trabajando en el Jardín Zoológico de La Habana, por lo que está considerado el historiador de la institución.
“Claro, todavía persiste la idea de que tiene que haber un elefante, una jirafa y un león para que valga la pena visitar el zoo, pero hay que lograr que la población se abra a nuevas concepciones”.
Aquí, por ejemplo, hace rato que no hay elefantes.
“Ni los habrá —aclara Campos—; no tenemos el espacio ni las condiciones para grandes animales que viven naturalmente en grupos. Y no es justo someterlos a nuestro entorno”.
Eso significa que cuando desaparezcan el hipopótamo y el rinoceronte que todavía habitan el parque, la persona que quiera ver grandes animales tendrá que ir al Zoológico Nacional, que reúne otros requisitos.
Pero el Zoológico de La Habana tiene y tendrá otros atractivos: ha priorizado el trabajo con los chimpancés, los jaguares y los cóndores andinos, especies con las que ha logrado notables resultados en la reproducción.
De hecho, este es el único parque en Cuba donde nacen chimpancés en cautiverio. Algunas de las crías han llegado a zoológicos de otras provincias e incluso, a países como México, China y Japón.
“Cada institución de este tipo tiene que contar con un plan director —considera Campos Talavera. ¿Qué tipo de animales vamos a exhibir? ¿Cómo los vamos a exhibir? Nosotros tenemos clara la línea: primates, pequeños carnívoros, especies autóctonas cubanas…
“Y de esa manera contribuimos a la conservación de esas especies y también ofrecemos información y conocimiento a la gente. Sin contar un hecho indiscutible: los zoológicos siguen siendo la única manera que tienen millones de personas de ver determinados animales sin que medie la pantalla de un televisor”.
El reto de educar
Este zoológico tiene un amplísimo programa de concientización que va más allá incluso de los límites del parque: talleres con escuelas, cursos para adultos mayores, presentaciones artísticas de fuerte compromiso con el medio ambiente…
El licenciado Ernesto Guevara Ibáñez, especialista en Educación Ambiental, pudiera enorgullecerse de todo lo que han hecho con la comunidad (que es mucho), pero prefiere llamar la atención sobre lo que queda por hacer:
“Cuando te fijas en las actitudes de muchos de nuestros visitantes te das cuenta de todo el camino que tenemos por delante: hay quien maltrata a los animales por pura diversión, sin ni siquiera ser consciente del daño que hace”.
Fuimos testigos: botellas, envoltorios, cajetillas de cigarros lanzados a los fosos… elementos que ponen en riesgo la salud de los animales.
(En el estómago de un avestruz se encontraron decenas de monedas; el último tapir del zoológico murió a consecuencia de la obstrucción intestinal que le causó una bolsa de nylon…)
“La gente incluso les tira piedras a los chimpancés por pura gracia, han llegado a herirlos —denuncia Miguel Rodríguez, uno de los más experimentados cuidadores. Y después se preguntan por qué los monos se muestran a veces agresivos: ellos suelen actuar por imitación, está en su naturaleza”.
Las historias asombran, pero son habituales: todos los días hay quien se aventura más allá de las barreras de contención, para hacer una foto o tocar a los animales: son muchos los que han pasado un buen susto o han perdido sus cámaras y celulares.
“Y después hasta reclaman —se asombra Campos Talavera—; requieres a alguien porque está haciendo algo indebido y lejos de disculparse se ofende y protesta. Yo estoy convencido de que hace falta más educación, pero es necesario también el peso de las leyes”.
Hay días, particularmente durante el verano, en que coinciden más de 3 mil personas en las instalaciones, es difícil controlar. Ahora se cuenta con una nueva señalética, los carteles son más vistosos, mejor diseñados, ofrecen más información sobre los animales… pero hay gente que no parece reparar en los carteles.
“El zoológico está concebido para pasar un rato agradable, y el entorno invita a eso. Nosotros vamos a seguir trabajando, pero es necesario hablar más sobre el tema en los medios, en las escuela, en la familia”, concluye Guevara Ibáñez.
Mil preguntas, mil respuestas
El que quiera saber, solo tiene que preguntar. Una visita al zoológico puede ser una instructiva aventura.
¿Qué come un león en este zoológico? Fundamentalmente carne de caballo, aunque de cuando en cuando se les ofrecen presas vivas, para que los felinos no pierdan sus habilidades en la caza (a algunos les parecerá cruel el procedimiento, pero algunas dinámicas de la naturaleza no son aptas para sensibilidades acentuadas).
¿Cuántas crías tiene una chimpancé por parto? Generalmente una, aunque a veces tienen jimaguas y hasta trillizos… como los seres humanos (no hay que olvidar que compartimos el 99 por ciento del ADN con esos primates).
¿Cuánto vive un cocodrilo? Entre 50 y 80 años, los que se crían en cautiverio, por razones obvias, suelen tener la mayor esperanza de vida…
Y como esas, miles de preguntas más. El Jardín Zoológico de La Habana cuenta con un equipo de trabajo muy profesional, a la altura de los retos que tienen esas instituciones en Cuba.
“Somos un país pobre —dice el historiador Raúl Campos—, y un zoológico suele ser (de hecho, es) muy caro. La comida de los animales, por ejemplo, puede llegar a ser un quebradero de cabeza. Tenemos que comprarla a las cooperativas, a las empresas… a los precios habituales, que ya sabemos que son altos… ¡Y hay que comprar hasta la hierba!
“Detrás del bienestar de un animal está el esfuerzo de mucha gente, pero estamos convencidos de que un jardín zoológico hace falta”.
A más de 77 años de su fundación, el Jardín Zoológico de La Habana pretende seguir siendo lugar de encuentro y esparcimiento para las familias. Mas no solo eso: asume la responsabilidad de hacer conciencia sobre el compromiso del hombre con la naturaleza.
El debate sobre la legitimidad de estas instituciones continúa abierto, pero aquí todavía tienen animales de qué ocuparse.
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Chihibsaba
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