Telenovela cubana: ¿Se sienten los latidos?

Telenovela cubana: ¿Se sienten los latidos?
Fecha de publicación: 
3 Febrero 2016
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Quizá resulte demasiado pronto para aventurarse a opinar sobre la telenovela cubana de turno. Sin embargo, aun cuando no se han desarrollado todas las tramas y nos faltan por «descubrir» algunas incógnitas de la historia, Latidos compartidos ya puso sobre la mesa los primeros temas a discusión.

A pesar de que a estas alturas la telenovela agotó cierto interés inicial, no deja de llamar la atención por tratar temas relegados en el melodrama nacional. Por primera vez, que yo sepa, una obra de esta naturaleza cuenta con un personaje activamente religioso. Y aquí (y hasta ahora) la testigo de Jehová no está demeritada o valorada a priori con juicios negativos, sino que aparece afrontando numerosos conflictos relacionados con su condición de mujer y cristiana.

En la misma cuerda, el dramatizado aborda los conflictos de una relación gay. No se trata, como casi siempre, del amor entre dos jóvenes que descubren su homosexualidad y luchan por aceptarse y ser aceptados. No. En tanto recreación artística de la realidad, el guión les concede igualdad de condiciones que a los personajes heterosexuales.

A pesar de su separación actual, Fabián y Rogelio se mostraron desde el inicio como una pareja consolidada. El hecho parece insulso, pero cobra más sentido cuando asumimos que se trata de una pareja gay presentada en su condición de familia, hecho sin muchos precedentes en la televisión nacional.

La telenovela también aborda, «sin abordar», las relaciones interraciales. Que Omaida y Maikel Yunior sean pareja, a pesar de los vaivenes de su historia, coloca a muchos televidentes ante sus propios prejuicios raciales. Y a diferencia de Dos caras, el culebrón brasileño recién finalizado, Latidos compartidos no emplea en este punto el sarcasmo o el absurdo, sino que naturaliza la relación amorosa entre personas blancas y negras, sin concederle siquiera la categoría de conflicto.

Por otro lado, en su afán de provocar la gracia o la risa, los «guajiros» resultan una caricatura que ratifica populares prejuicios sobre «el origen no capitalino». Supuestamente, estos personajes son los más nobles, testarudos e ingenuos, hasta rozar la sandez o la simpleza, solo porque proceden del campo, ese remanso tan mal idealizado en la televisión nacional.

Si analizamos el melodrama como una conjunción de historias y personajes, será evidente cómo el guión se urde a partir de la sumatoria de tramas o subtramas dramáticas, cómicas, trágicas… La telenovela cubana parece haber tomado este esquema creativo de las grandes producciones brasileñas, sin privilegiar más la interrelación entre cada una de las subtramas, o cediendo a la concepción esquemática de los personajes.

En ese sentido, la pareja de los guajiros «graciosos» parece integrada al guion para cumplir con la cuota necesaria de humor. Claro está, no abogo por que la telenovela deseche el entretenimiento —tan indispensable al género— y se convierta en un bodrio trágico. Me refiero, nada más, a la imbricación poco sutil entre unas y otras subtramas del guion.

Quizá, como dice un amigo, la telenovela cuenta con demasiados personajes insustanciales y no aprovecha mejor los conflictos de unos pocos. Puede ser. Y tal parece que Latidos compartidos, igual que su predecesora Cuando el amor no alcanza, necesitara una historia central que aglutine las demás subtramas, de principio a fin.

Sin embargo, resulta llamativo que el melodrama contemporáneo cubano (aun con todos sus defectos) está promoviendo la creación de obras corales, que relegan los conflictos centrales para explorar un espacio en la vida de cada uno de sus personajes.

Y otra vez, en el plano estrictamente artístico, hay que machacar que las actuaciones femeninas están generalmente por encima de las interpretaciones masculinas. La verosimilitud de Luz Marina (Ariana Álvarez) y la contención de Omaida (Tamara Morales) se contraponen, por ejemplo, a la falta de organicidad y fluidez de los actores que interpretan a Maikel Yunior (Leonardo Benítez) y a Darío (Alejandro Cuervo).

La inclusión en el elenco de cinco premios nacionales de televisión, teatro, cine y humor no basta para resolver los «problemas» de actuación del dramatizado, si no se tiene en cuenta el talento histriónico del resto de los actores y actrices.

En sentido general, habrá que reconocer que Consuelo Ramírez Enríquez, al frente de todo el equipo, supo despojar a la obra de una visualidad chata y acartonada (ahí está, por ejemplo, la exitosa presentación). La directora general de Latidos compartidos no solo llevó las riendas de la primera telenovela filmada con tecnología digital o se las agenció para grabar en locaciones reales, sino que, saliendo a la calle, logró pulsar una parte de la realidad social cubana.

Latidos compartidos no es una obra maestra, no cambia los rumbos del género en Cuba, no puede renovar la grisura de la telenovela nacional; pero sí tiene el mérito de abordar conflictos sociales más o menos novedosos en la pequeña pantalla. Y si no vale nada decir que es mejor que sus antecesoras, digamos entonces que no es despreciable, y que algunos latidos se sienten.  

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