RECORDANDO A … Enrique Díaz: ¿Cómo robar récords?
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Los sobrenombres nunca le hicieron perder el suyo. “La Bala de Centro Habana”, “El hombre récord de la pelota cubana”, “El Rey de las bases robadas”, “El pelotero de la consistencia”, fueron quizás los más usados por la prensa y la afición a la hora de identificar a uno de los peloteros más sacrificados, carismáticos y longevos de nuestras Series Nacionales: Enrique Esteban Díaz Martínez.
Durante 26 temporadas vistió los dos uniformes capitalinos: Metropolitanos (1986-2001 y 2009-2011) e Industriales (2002-2008), con la responsabilidad de defender el segundo cojín y ser el hombre proa en las alineaciones. Habilidoso para robar bases, tocar la bola, batear por detrás del corredor y aprovechar cada error del contrario, Enriquito —como casi todos le dicen todavía— es de esos peloteros que parecen haber nacido dentro de un terreno.
Muchos premios históricos descansan hoy en sus vitrinas personales a partir de su veteranía en el diamante, pero sobre todo, por una consagración exitosa en un deporte que le permitió no solo escuchar su nombre en los altavoces del estadio Latinoamericano —uno de sus sueños de niño—, sino también recibir el aplauso y el cariño de la afición cuando lo veía correr, decidir un campeonato o simplemente sonreír en las 9 720 comparecencias a la caja de bateo.
Ser el jugador de posición con más campañas en nuestros clásicos —solo superado por el lanzador Carlos Yanes con 28— y liderar los apartados de por vida: anotadas (1 638), hits (2 378), triples (99), bases robadas (726) y cogido robando (279), reflejan la intensidad beisbolera de quien nunca se dio por vencido, a pesar de solo ser considerado una vez para un equipo Cuba o haber dedicado la mayor parte de su carrera a los llamados “guerreros rojos” de la capital cubana.
La emoción de vestir el uniforme de la selección nacional se la reservó el mes de mayo de 1999 en un juego especial e histórico. Cuba enfrentaba un tope amistoso contra los Orioles de Baltimore; y el Comandante en Jefe, Fidel Castro, perenne aficionado al béisbol y asistente a los entrenamientos de aquel equipo preguntó una noche si había algún hombre que tuviera la velocidad suficiente para anotar desde primera o robarse una base en un momento crucial del partido.
Por supuesto, el hombre ideal para ello era Enriquito, quien le aseguró al Jefe de la Revolución antes de la partida al encuentro revancha en los Estados Unidos que preparara el recibimiento porque “la victoria es nuestra”. Y lo fue, como muestra elocuente de que talento y calidad había por arrobas en la pelota crecida tras el proceso revolucionario del 1 de enero de 1959.
Su paso por el equipo insignia del béisbol local, Industriales, también dejó huellas profundas en su hoja de servicios, pues se proclamó tres veces campeón nacional (2003, 2004 y 2006), bajo la dirección de un mánager que en su época representó el ídolo a imitar en la segunda base: Rey Vicente Anglada.
El momento más recordado de esos títulos para el primer bate azul sobrevino con la segunda corona, cuando decidió la Serie al disparar doble de leyenda con bases llenas frente al villaclareño Eliécer Montes de Oca, lo cual hizo estallar en un mar de pueblo la grama del estadio Latinoamericano, pues desde 1986 no se ganaba una temporada en el bien llamado Coloso del Cerro.
Tal desenlace quedó más grabado en su alma, pues fue un merecido desquite al error defensivo cometido dos años antes y que costó la derrota de Industriales en el play off occidental contra Pinar del Río. Nadie supo nunca hasta dónde se hundió su vergüenza y cuánto hicieron sus amigos y la familia para motivarlo a seguir jugando ante el mismo público, exigente e implacable, apasionado y fiel hasta las últimas consecuencias.
Imposible obviar en la vida de Enriquito una de las habilidades que más lo encumbró en el corazón de la gente y lo hizo temible para lanzadores y receptores: su capacidad de estafar bases. Once lideratos individuales en este apartado, récord para una temporada (55 en 1993) y una marca total de 726 son datos suficientes para catalogarlo como el más aventajado de todos los tiempos en este departamento de juego.
La grandeza de esos números también estuvo dada en conseguirlos en tiempos de buenos catchers y en dura porfía con excelentes robadores, dígase Germán Mesa, José Estrada, Eduardo Paret y el exrecordista Víctor Mesa, a quien le rompió la marca de 588 en el 2003. Uno de sus sobrenombres quedaría sellado desde entonces: “El Rey de las bases robadas”.
La marca de 100 anotadas para una campaña (2003), haber bateado ocho veces por encima del centenar de hits, liderar los triples en tres ocasiones, compilar para 299 de average tras más de un cuarto de siglo en el béisbol y ser el segunda base con más doble play facturados en nuestros certámenes (1 550), son apenas algunas estadísticas que cuentan en libros, pero sobre todo en la memoria de sus seguidores.
Cierto fatalismo temporal de haber coincidido en su posición con estrellas que lo superaban en bateo, virtuosismo e integralidad como Antonio Pacheco, Juan Padilla, Oscar Macías o Alexander Ramos, por solo citar nombres ilustres, nunca impidieron su perseverancia, su constancia y su amor al traje rojo o azul. A los 45 años dijo adiós aún con velocidad envidiable en sus piernas.
A su terruño natal, el municipio de Centro Habana, lo defendió siempre en campeonatos provinciales, cual valor agregado que pocos estelares logran materializar cuando se sienten poseídos por la fama. Sueña ahora con dirigir algún día una selección capitalina y es legítimo que así sea. Se lo ganó con ejemplo y superación.
Podrán pasar muchos años y la historia que periodistas o escritores hagan sobre las Series Nacionales no podrá obviar al más grande de todos los robadores de base del béisbol cubano, al que ningún sobrenombre le hizo perder el suyo.
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