Guillermo Rodríguez Rivera: "Ambrosio Fornet y el homenaje de la Feria del Libro"

Guillermo Rodríguez Rivera: "Ambrosio Fornet y el homenaje de la Feria del Libro"
Fecha de publicación: 
23 Febrero 2012
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A mí no me gusta el hábito de nuestra prensa, que tantos malos hábitos tiene… de acompañar el nombre de los escritores que lo han obtenido con la coletilla de “Premio Nacional de Literatura”, como si fuera un título nobiliario que estamos estrenando. Ello está entrando ya a formar parte de la burocracia de la literatura.

 

A mi me parece que Roberto Fernández Retamar o Pablo Armando Fernández, son algo más que “Premio Nacional de Literatura”, declamado con voz protocolar por el locutor de turno: son autores de libros como Historia antigua y Los niños se despiden, y han animado la vida cultural cubana desde publicaciones como Casa de las Américas y Lunes de Revolución, revistas a las que ellos mismos han insuflado vida. Es eso lo que los periodistas tienen que indagar y proclamar, porque eso es lo que merece ser destacado y lo que de veras podrían interesarle a quienes vayan a leerlos, no la decisión de un jurado que, como todos los jurados, tiene compromisos y aversiones, aciertos y desaciertos.

 

El premio quiere, fraudulentamente, suplantar a la persona, al artista.

Los que venimos transitando por la literatura cubana desde los años sesenta, nos quejábamos siempre de lo poco que escribía Ambrosio Fornet, y nos quejábamos porque muchos pensábamos que Ambrosio tenía mucho que decir y de hecho lo decía: sólo que convirtiéndose en uno de los grandes cultivadores de la oralidad que teníamos.

 

Ambrosio FornetAdemás ―y mucho antes― de ser Premio Nacional de Literatura, Ambrosio era un Notable de la Conversación, género que no se premia y título que no se da, pero que en Cuba se cultiva ampliamente al margen de posibles galardones, aunque en muy pocos casos con las excelencias de la conversación de Pocho.

 

Habría que decir que su primer libro, un libro de cuentos, A un paso del diluvio, editado en Barcelona en 1958, por esos años sesenta no lo conocía casi nadie y muchos no sabíamos ni que existía. Todavía hoy muchos cubanos desconocemos esos relatos que claro que ―como ocurre con las obras de los autores que han obtenido el máximo reconocimiento oficial de la literatura cubana―  precisa de su pronta reedición.

 

Muchos sabíamos que Pocho había estudiado en Madrid, en los años en que la tiranía batistiana clausuró la Universidad de la Habana, y él mismo, alguna que otra vez, en sus inagotables conversaciones, dejaba constancia de aquella etapa madrileña de su vida.

 

Cuando yo escribí la historia del tropo poético, que ha terminado por llamarse La otra imagen y de cuya primaria e inacabada versión Ambrosio editó un fragmento en los años en que trabajó en la Dirección de Extensión Universitaria, aquí en La Habana, recuerdo que me llamó la atención (quiero decir, me haló las orejas) por lo mal que yo trataba ―en aquella primera versión― al crítico y poeta español Carlos Bousoño, quien había sido su profesor en Madrid, y de quien Ambrosio aún se mostraba intelectualmente agradecido. Ocurría que yo también le debía a Bousoño. Su Teoría de la expresión poética había sido uno de los libros que me animó a reflexionar sobre la escritura poética, así como lo fueron sus consideraciones sobre la obra del gran poeta español Vicente Aleixandre. A la altura de los años setenta, ya discrepaba yo de muchas de las lecciones del maestro, pero el llamado de tención de Ambrosio me hizo reconsiderar el asunto y actuar con mayor justicia. En la versión definitiva del libro, la inevitable crítica al estudioso,  profesor y poeta español, pasa por el justo tamiz de reconocimiento a lo que su trabajo había significado para muchos aspirantes a filólogos, muchos filólogos hechos y, por supuesto, para mí.

 

Ese era uno de los matices del trabajo de Ambrosio que no siempre puede advertir quien no le ha conocido de cerca. Ambrosio ha sido un eficaz crítico para varios escritores cubanos, especialmente narradores, por lo general, claro, más jóvenes que él. Y, cuando digo crítico no me refiero a quien eventualmente publica una nota sobre un libro. Aquí, crítico es el consejero con el que el novelista va venciendo todos los obstáculos que, infaliblemente, van a salirle el paso.

 

Fui testigo ―un testigo lateral, ciertamente―, de lo que significó Fornet para las primeras novelas de Jesús Díaz (Las iniciales de la tierra y Las palabras perdidas), que a mí me parecen las mejores que escribió.

 

En los años sesenta, Ambrosio Fornet era sobre todo el crítico de la narrativa cubana contemporánea. Recuerdo sus discrepancias de las opiniones del crítico norteamericano Seymour Menton, que fuera uno de los primeros y más serios llamados de atención sobre el desarrollo de nuestra narrativa de la Revolución.

 

Pero la preocupación y las consideraciones de Ambrosio arrancaban desde mucho más atrás.

 

Yo, que a lo largo de mi vida he centrado mi actividad crítica en el estudio de la poesía, no comencé exactamente por esos derroteros líricos.

 

Mi trabajo de grado para la licenciatura en letras, fue un estudio sobre la narrativa cubana de testimonio en la segunda generación republicana: estoy refiriéndome a los cuentos de Carlos Montenegro, Enrique Serpa y Pablo de la Torriente Brau. Para esa tesis, así como para conocer mejor el devenir de lo narrativo cubano hondamente vinculado a nuestras circunstancias sociales, no encontré por esos años mejor aliado que En blanco y negro,  el libro que Ambrosio Fornet publicó en 1967.

 

Ambrosio es un auténtico sociólogo de la narrativa, que es acaso la modalidad literaria que más orgánicamente se imbrica en la presentación de las peculiaridades definitorias de una sociedad cualquiera. Leyendo las páginas de En blanco y negro, uno siente el vínculo orgánico que hay entre lo que cuentan nuestros narradores y el proceso de cambio que lentamente van propiciando, organizando, ayudando a constituir y a la vez protagonizando los intelectuales cubanos.

 

Y acaso para no mostrarme declaradamente parcial a Pocho, voy a decir que no me parece igualmente acertado su juicio para valorar la poesía. Al fin y al cabo, profesionalmente no lo ha hecho nunca o casi nunca.

Pero Ambrosio Fornet ha sido también (y es una de sus facetas más firmes y sostenidas) editor. Integró con Edmundo Desnoes una dupla esencial en el trabajo de la Editorial Nacional, entonces bajo la sabia dirección de Alejo Carpentier.

 

Fornet y Desnoes (estaban tan unidos que algunos les llamaban Fornoes y Desnet) poblaron las librerías cubanas y los estantes de las casas de los jóvenes escritores con libros rotundos como los Relatos, de Franz Kafka; Retrato del artista adolescente, de James Joyce; la fabulosa antología Cuentos norteamericanos, escogida por José Rodríguez Feo, o El guardián en el trigal, de  Jerome D. Salinger.

 

Estoy convencido que esa política editorial no fue, únicamente, poner en poder de sus posibles lectores un manojo de obras que marcan decisivos cortes en el panorama literario mundial: fue mucho más. Fue trazar una estética, marcar un paradigma en la expresión literaria después de la cual, el escritor y los lectores cubanos perseguirían siempre lo mejor. El desolador quinquenio gris no pudo contra lo que ya se había hecho.

 

Pero Ambrosio Fornet fue también un incisivo evaluador de nuestra vida cultural. Desde la Editorial Nacional, desde el Comité de Colaboración de la revista Casa, desde la asesoría a los guiones que se iban aprobando en el ICAIC y que constituirían el basamento de los nuevos filmes, incidía también en lo que ocurría en nuestra vida cultural.

 

Ese lamentable momento de nuestra vida cultural que mencioné y que hoy conocemos como “Quinquenio gris”, fue bautizado por el crítico agudo, ocurrente, chispeante, que ha sido siempre Ambrosio. Creo que lo puso en circulación oralmente, en un encuentro de narradores y críticos efectuado en Santiago de Cuba, abriendo la década de los ochenta, pero tenía caracterizado el fenómeno desde mucho antes.

 

Estoy viéndome, sentado con Ambrosio en el banco de una parada de autobuses de la calle 17 en El Vedado, no puedo precisar si en los años setenta o en los ochenta, y Ambrosio contándome el proceso de incubación del Quinquenio, del freno que él y algunos otros de nuestros escritores quisieron ponerle al proceso que, obviamente iba a dañar nuestra vida cultural. Pero los impulsores del quinquenio no lo permitieron.

 

Algunos centros de nuestra cultura resistieron lo más adecuadamente que pudieron, aquel alud de dogmatismo oficializado.

 

Es el caso del ICAIC, donde andaba Fornet evaluando los guiones que se iban a filmar, o la revista Casa que, de todos modos, tuvo que disolver su extraordinario Comité de Colaboración, en el que figuraban Julio Cortázar, Roque Dalton o el propio Ambrosio Fornet.

 

Quisiera señalar que el trabajo de Fornet ha tenido gran importancia en el conocimiento que vamos teniendo de una literatura escrita por cubanos fuera de Cuba, y especialmente, en Estados Unidos.

 

Varias publicaciones cubanas han publicado textos que constituyen una muestra de esa literatura de Cuba que es una sola aunque se produzca fuera de la Isla.

 

Algunos autores cubanoamericanos creyeron que ese acercamiento implicaba una suerte de “rendición” por parte de los cubanos que hemos sostenido y sostenemos la Revolución cubana. Creo que el paso del tiempo, desde entonces, ha demostrado que esa aproximación es un acto en defensa de nuestra cultura y no un repliegue ideológico. Ese diálogo tendrá que ser en condiciones de igualdad y mutuo respeto. Creo que en ello ha tenido también su parte Ambrosio Fornet.

Y nada más. Quiero sumarme con estas palabras al homenaje que a Ambrosio Fornet le está rindiendo la cultura cubana porque él es un autor, un hombre, esencial para su despliegue contemporáneo, mucho más de lo que a primera vista podría parecer, e incluso más allá de lo que la palabra impresa puede decir.

 

Tomado del blog: http://ogunguerrero.wordpress.com

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