MIRAR(NOS): Equilibrando emociones

MIRAR(NOS): Equilibrando emociones
Fecha de publicación: 
21 Agosto 2015
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«¿Qué problema hay con andar en cueros...?»

Israel Rojas

 

Justo el día de su boda, Romina descubre que Ariel le ha sido infiel con una de las invitadas. En lo que resultaría la franca analogía de la cólera de Aquiles, desatada al enterarse de la muerte de Patroclo, se desencadena la ira desmedida de Romina.
 
En su afán de venganza, promete que hará imposible la vida de su flamante esposo; en buen cubano: un yogurt. Haciendo que Ariel llegue a vomitar, ella termina teniendo sexo con uno de los cocineros del hotel.

 

Después de un ensarte de acciones descabelladas, incluso de un atentado físico contra la amante confesa de su novio de toda la vida, en la escena final y a ojos de atónitos invitados, a media luz Romina y Ariel terminan haciendo el amor en la misma mesa del cake.

 

Así culmina la laureada cinta argentina Relatos salvajes, del realizador argentino Damián Szifrón. Y más allá del reparto de lujo y de la buena acogida, tanto por el público como por la crítica, creo que lo más plausible en esta película es la propuesta que trae a colación.

 

Viene a ser, y ahora pido perdón a los que no la hayan visto, un desesperado grito de S.O.S. en medio de una sociedad consumista más preocupada por seguir lo establecido que por ayudar al prójimo. En apretado resumen, podría decirse que en cada una de las historias sale de los personajes protagónicos el animal que llevan (¿llevamos?) dentro.

 

Con más de ochenta años de adelanto, la filósofa y escritora rusa Ayn Rand postuló sus teorías sobre el egoísmo racional y el individualismo.

 

Defendía que la verdadera libertad empezaba en el individuo, en uno mismo. Para conseguir el equilibrio personal es necesario defendernos ante todo lo que pueda, en algún segundo, perturbar nuestros estados de calma.

 

No se trata de arremeter contra la atmósfera debido al calentamiento global, antes bien, de encontrar el punto medio donde los demás nos valoren, pero primero tenemos que valorarnos nosotros.

 

Al menos en el plano personal, en muchísimas oportunidades me he descubierto mitad caballo, no únicamente por la representación de mi signo zodiacal. Me cuesta controlarme, para que me entiendan, preciso que alguien frene mis instintos y STOP, no piensen lo que no es, no estoy aludiendo a ningún desenfreno sexual.

 

En las diferentes mitologías, no solamente los centauros aludían a la mitad animal; también el minotauro, la hidra y algunos más que ahora no recuerdo.

 

Recientemente alguien me dijo que los seres humanos, en algún momento lejanísimo, también fueron peces. Sonriente pensé, porque la mente humana es como es y asocia en diferentes momentos escenas, incluso del pasado, que no vienen al caso, ¡qué bien nos vendría en este agosto tan intenso volver a ser peces!
 
(…) Y luego también añoré aquella etapa del pasado cavernícola cuando andar desnudos era la moda, y el preciso instante en que empezaron a burlarse de aquel pionero en cubrirse con las calurosas pieles.

 

Por supuesto, ahora mientras escribo, gracias a las nuevas tecnologías sentada frente al cine Yara, lo pienso mejor. No oculto mi estupor de aldea cuando imagino semejante espectáculo para este muchacho que saborea su pan con perro y que corre presuroso porque se le va el P5.

 

Con cara de tormento aquella señora parece que suplica al semáforo para que aumente unos segundos hasta que pueda instalarse en la otra esquina; su andar lentísimo no la libra de mi preocupación si ella anduviera desnuda.

 

Aclaro, no me he puesto a imaginar cómo lucirían cuantos me rodean. Pienso que nadie repararía en ello, ni siquiera yo, que siempre presto atención a todos los detalles que me circundan. Probablemente, entonces existiría la paz en el mundo, pero eso es algo que no sabremos.

 

No se puede especular sobre lo que no pasó, me recordaría hasta el cansancio mi profesor de Historia Universal. En la vida muy real, también este viernes de agosto llevamos un animal por dentro, y lo tenemos desde que abrimos los ojos al mundo, aunque la gente anduviera en cueros.

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