Terrorismo, sin justificación

Terrorismo, sin justificación
Fecha de publicación: 
19 Enero 2015
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Cierto, el terrorismo en cualquiera de sus formas no tiene justificación alguna, independientemente de que sus hacedores esgriman el ojo por ojo, digan vengar el asesinato de sus seres queridos, sin importar la muerte de inocentes o, como en el caso del atentado a la publicación humorística francesa Charlie Hebdo, castigar el exceso o mal uso de la libertad de expresión para justificarlo.

Tal como expresó acertadamente hace unos días el Papa Francisco, no se puede utilizar tal libertad de expresión para insultar la creencia religiosa de otros, transgrediendo aquella máxima de Benito Juárez de que «el respeto al derecho ajeno es la paz».

Aunque leo algunos titulares acerca de que las manifestaciones contra el atentado en la capital francesa tenían el propósito de evitar la islamofobia, lo real es que primó lo contrario, extendiéndose tal situación a otras naciones europeas, sobre todo Alemania, que, como Estados Unidos, es una tierra de migrantes.
 

Ahora comienza el melodrama de costumbre sobre si las acciones recientes avivan la lucha entre el Estado Islámico y la agrupación en que se gestó, Al Qaeda, por liderar el terror, mientras se difunde profusamente un video cuyo título lo dice todo: «El yihadismo global está más extendido que nunca, y no va a desaparecer en breve».

Ello trata de hacer olvidar las raíces de esos grupos, que las inteligencias de Occidente, con Estados Unidos a la cabeza y el Mossad israelí en la sombra, crearon a sus líderes y entrenaron a sus «soldados», con profusa ayuda financiera y armamentística, desde años atrás.

Que se les hayan revirado de cierta manera, no fue óbice para utilizarlos en el derrocamiento del gobierno libio y el asesinato de Muammar el Ghadaffi, así como en el complot que ha ensangrentado y destruido Siria y amenaza con escindir a Iraq, además del intento de creación de un califato en un amplio territorio de estos dos países.

Y es que todo está envuelto con el penetrante olor del petróleo, con cuya ilegal extracción y bajos precios en la exportación a Occidente, ese que dice que lo combate, ha llenado las arcas del Ejército Islámico, por lo menos de sus dirigentes.

No hay diferencias

Se habla, subrayo, de una lucha entre ambas organizaciones, que tiene sus raíces en el origen del grupo liderado hoy por Al Bagdadi, Ejército Islámico, pero su principal diferencia es estratégica. Mientras Al Qaeda mantiene en su agenda los atentados contra objetivos en Occidente, la prioridad del EI es asentar y ampliar sus conquistas bajo su califato.

Aunque se asegura que Al Qaeda intenta recuperar protagonismo con atentados en Europa, desde su creación no ha abandonado el puesto rector, inculcado por Estados Unidos, en los aún nebulosos atentados del 11 de septiembre del 2001, que legalizó algo tan ilegal como la anárquica campaña mundial contra el terror, que hizo víctimas principales a los pueblos afgano, iraquí, sirio y libio.

Lo grave de esto es que mientras no hay justicia para los pueblos agredidos, el fundamentalismo islámico el principal enemigo del Islam se ha nutrido con jóvenes captados, adoctrinados y radicalizados, quienes se han puesto bajo las órdenes de jefes mercenarios y miles de elementos de tal condición muy bien entrenados y carentes del más mínimo escrúpulo, lo cual sirve adecuadamente a la campaña antiislámica propugnada por Occidente.

Al estilo de la propaganda utilizada por EE.UU. en sus campañas contra los pueblos, se siembra el pánico entre la inerme población europea, al afirmar que Al Qaeda ha recuperado el protagonismo del terrorismo global, y que ahora habrá que ver si el Estado Islámico desvía los recursos de su guerra regional fuera de sus fronteras, con lo cual agrega su veneno:

«Al menos en los retornados tienen ventaja sobre su rival, ya que ocho de cada diez combatientes que vuelven de Iraq o Siria salen de sus filas. Con entrenamiento y vocación de atentar».

Realmente, a Estados Unidos le salió algo mal en sus cálculos, aunque ahora trata de hacer creer que fue porque está muy centrado en la crisis ucraniana y la renaciente guerra fría contra Rusia. También «el fin» de la campaña militar en Iraq donde deja miles de soldados y paramilitares dislocados en zonas de importancia económica se promovió como un gran éxito del Gobierno estadounidense, aunque fue el gestor de la explosión de la violencia en ese país, que ahora lo llama «sorpresa desagradable».

Sus alumnos siguieron en parte la letra dictada por el Imperio, pero le han salido respondones, con planes no necesariamente agradables a Washington, que ahora «recoge pita» y aprovecha cualquier equivocación y hasta malhadada situación como los atentados en París para dar vuelo al sentimiento antiislámico, surgido lamentablemente del siempre injustificable terrorismo.

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