El Madrid se gana el cielo
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El Real Madrid es el nuevo campeón del mundo de clubes, tal y como acredita el título obtenido en Marrakech, plaza madridista, ahora también, con certificado de garantía. San Lorenzo, esforzado finalista, aprendió que no se puede luchar contra el viento ni aunque te llames Ciclón, que no basta con un Papa en Roma.
Aunque el Mundialito no es más que un torneo de confirmación, la copa brilla en lo alto. Tanto como una conquista deportiva, el campeón establece una conquista territorial, en este caso frente a un rival americano y en suelo norteafricano, ante los ojos del mundo, por si cabían dudas. El trono pertenece al Madrid: campeón europeo y mundial, 22 triunfos consecutivos, 54 años después de ganar la primera Intercontinental.
Qué decir de San Lorenzo, llegó hasta donde podía. Más allá, incluso. Tal y como estaba previsto, planteó un partido en el que no pasara nada, sólo los minutos. Se defendió muy atrás, desplegó unos marcajes tangueros (abrazo estrecho, corte y quebrada), tanteó la permisividad del árbitro (poca) y lo protestó todo. El contragolpe improbable que le diera el gol imposible se lo encomendó al Papa Francisco, especialista en el juego aéreo.
El Madrid, de inicio, halló escasas soluciones a pesar de conocer las preguntas del examen. Durante muchos minutos de la primera parte no supo crear espacios y, en consecuencia, no logró conectar con la British Broadcasting Corporation. Al menos, el equipo no retiró el pie: fue firme en el choque, contundente en las protestas y dejó pocas patadas sin devolver.
Entre los encontronazos más relevantes hay que destacar el de Sergio Ramos con Ortigoza, jugador apodado como el Mutante, el Gordo o el Canelón, todos ellos sobrenombres descriptivos. Por un momento temimos que el defensa madridista fuera a perder los nervios. Vio una tarjeta amarilla y rondó la segunda en las reclamaciones al árbitro, al que se encaró tanto y tan cerca que ambos rozaron el beso esquimal. Por fortuna para el Madrid y para el decoro, Ramos acabó por elegir otro tipo de venganza.
Entre el primer minuto y la media hora de juego, el Madrid sólo sumó dos oportunidades claras de gol, ambas protagonizadas por Benzema. En la primera, el francés no alcanzó el pase de Cristiano; en la siguiente disparó desde fuera del área, con tanta intención como hartazgo. Entre ocasión y ocasión, gimnasia sueca y puré de tornillos.
Sin embargo, algo se rompió en la resistencia del San Lorenzo a partir del minuto 30. Tal vez fue víctima de alguna ley física, quizá no sea posible aguantar más sin que el cuerpo se derrita.
El Madrid demostró que se había liberado con una contra conducida por la BBC, la primera. Poco después, Sergio Ramos marcó de cabeza, como en la semifinal del Mundialito, como en la final de la Champions. Esta vez devoró en el salto al colombiano Yepes. Con la misma determinación que golpeó al balón hubiera derribado la puerta de un castillo.
San Lorenzo entendió que para el milagro no le bastaba con un Papa en Roma. El Ciclón amainó progresivamente. La cruda realidad se le coló entre la guarnición de sueños y ya no hubo jugador que volviera a creer en la ficción de la victoria.
De vuelta del descanso, Bale firmó la sentencia, en íntima colaboración con el portero, conocido en otro tiempo como El Cóndor. Ahí se apagó todo, incluido el árbitro. En los minutos restantes asistimos al empeño inútil de Cristiano por marcar un gol, a los puntapiés de la frustración y a un último arrebato de orgullo argentino, despejado por los guantes de Casillas. Nada sorprendente, si lo piensan. El Madrid es de otro mundo. A partir de ahora, también de otro cielo.
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