Nicolás Dorr: "Uno tiene que sentir, ante todo, gratitud"
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Proviene de una familia marcada por el ángel de la creación artística. Su hermano Nelson Dorr, quien también ostenta el Premio Nacional de Teatro, estudió artes plásticas en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro. Su hermana Daisy fue discípula de Adela Escartín, una de las grandes actrices españolas que trabajó durante muchos años en Cuba.
Desde la adolescencia, Nicolás Dorr comenzó a beber la savia del sistema de Konstantín Stanislavski. Al cabo de los años devendría en uno de los más prolíficos dramaturgos cubanos.
Es el autor de más 30 obras entre ellas: El palacio de los cartones, La esquina de los concejales y La Chacota pero, sin dudas, unas viejas pericas, fueron las responsables de su entrada triunfal en las artes escénicas de la Isla. Por esa, y muchas otras razones Nicolás Dorr recibió el Premio Nacional de teatro, 2014.
—Cuando era niño estudió en la Academia Municipal de Artes Dramáticas. ¿Cómo fue ese primer acercamiento al mundo de las artes?
—La Academia fue para mi una experiencia inolvidable. A los diez años mi abuela me matriculó porque vio la convocatoria en el periódico. Siempre he valorado la actitud de mi mamá porque nosotros vivíamos en Santa Fe y la Academia quedaba en 23 y 6.
"Tres veces por semana íbamos desde Santa Fe a recibir las clases en el Vedado. Así matriculé durante cuatro años consecutivos. Me sentía tan contento por la posibilidad de actuar en las clases. Allí recitábamos poemas y hasta escribí una pequeña obrita en versos, que ahora considero horrible, para hacerla con mis compañeras.
"De aquel grupo nadie pasó finalmente al teatro pero sirvió para que mi mamá empezara a relacionarse con salas teatrales donde yo podía actuar. En aquella época existían más de 15 salas y la Academia también te brindaba esa posibilidad: si de pronto era necesario un niño en una obra te llamaban.
"Así pude participar en dos o tres espectáculos profesionales, incluso Rine Leal, quien era profesor de Historia del teatro, montó una escena de The Great God Brown de Eugene ONeil, donde me dio el personaje del hijo del matrimonio. Fue una experiencia tremenda.
"Mi madre me llevaba a apreciar el máximo teatro posible. Por suerte, nunca vi teatro para niños. Lo que más disfrutaba eran los dramas apasionados, las tragedias terribles y las comedias eróticas. Eso se lo agradezco mucho porque me dio una sabiduría teatral, de gente grande, desde muy temprana edad".
—¿Qué lo motivó a mostrarle la obra Las Pericas a Rubén Vigón?
—Otro anuncio en el periódico que también leyó mi abuela porque ella y mi madre estaban empeñadas en que yo tuviera relación con la poesía, el teatro, el arte en general.
"Era un anuncio donde Rubén Vigón les pedía a nuevos autores que llevasen sus obras a la Sala Arlequín, para el desarrollo de los Lunes de Teatro Cubanos, creados por él en 1960. Allí habían estrenado ya José Triana, David Camps y Gloria Parrado.
"Entonces adelanté un texto que tenía esbozado en la mente: una especie de broma, muy adolescente, sobré mis tías abuelas quienes eran unas personas muy peculiares, muy insólitas. Lo trabajé como diálogo. Ese anuncio me llevó a escribir Las Pericas".
—¿Cuál fue su reacción cuando Vigón le dijo que iba a estrenar Las Pericas?
—Primero sentí una frustración muy grande porque fui desde Santa Fe con mi libreto y el señor Vigón no me recibió porque estaba reunido con unos actores muy famosos. A mi me dio pena interrumpirlo y regresé a casa.
"Dos días después volví a buscarlo y estaba solo. Le entregué el texto. Me citó para dentro de una semana. Cuando fui no se lo había leído. Transcurrieron dos días más hasta que me llené de soberbia adolescente y le dije: “Por favor, léasela, porque es el próximo estreno de los Lunes de Teatro Cubano. Eso se lo puedo asegurar. Y regreso mañana a verlo”.
"Al otro día me sometió a un largo interrogatorio. Después me confesó que dudaba que yo hubiera escrito la obra, parece que por la adultez que manifestaba en la creación de los personajes pero, como estaban inspiradas en personas allegadas a mi, salieron tan auténticas. Cuando terminó el interrogatorio me dijo: “Tienes razón, quiero que sea el próximo estreno”.
"Eso fue en enero y se estrenó el 3 de abril de 1960. Me preguntó quien la iba a dirigir y le dije que quería como director a mi hermano Nelson. Él aceptó, inmediatamente. Vigón era un hombre muy accesible que brindó su sala Arlequín para que los jóvenes autores dieran a conocer allí su nueva impronta teatral.
"Cada lunes se representaban dos obras breves. Eso ayudó mucho al desarrollo del teatro de un acto. Después, Rine compiló una estupenda antología titulada Teatro de un acto.
"Las Pericas resultó una sensación. Creo que más que por la calidad del texto fue por el anuncio, casi como elemento circense, donde se decía: un autor de 14 años por primera vez en Cuba, estrena una pieza. La obra estuvo en cartelera durante cuatro semanas. Entonces pasó a las funciones profesionales de los fines de semana.
"Inmediatamente, Rogelio París la llevó a la televisión en Escenario Cuatro. De pronto se convirtió en algo muy solicitado y, Guillermo Cabrera Infante pidió el texto para publicarlo en Lunes de Revolución".
—Todos los dramaturgos que han pasado por el Seminario de Osvaldo Dragún guardan un recuerdo muy especial de aquella etapa. ¿Cuál fue la significación que tuvo ese seminario impartido entre 1961 y 1963?
—No fui al seminario con prepotencia; no creía en ninguno de los epítetos que se decían de mi: enfant terrible, el pequeño Federico, el Alfred Jarry Tropical, el botón de genio. Fui como un alumno más, un jovencito de 15 años, loco por aprender.
"La experiencia del seminario fue mi linda por la unidad que se logró allí, por el claustro de profesores, entre ellos estaba Alejo Carpentier y Luisa Josefina Hernández.
"A Dragún le debo el conocimiento de las estructuras dramáticas y, sobre todo, que prologara mi primer libro. Eso resultó para mi verdaderamente una satisfacción muy grande dado que él era un gran autor de América Latina. Además fue mi amigo personal y tuve el gusto de ofrecerle una de mis funciones.
"El Seminario me sirvió para conocer a jóvenes que se iniciaban, quienes todavía no habían estrenado nada, pero contaban con mucho ímpetu para situarse como autores del teatro cubano como José Milián, Eugenio Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda León. Hasta Mario Balmaceda escribió un par de obras estupendas: Fila de sombras y Permiso para casarme.
"Otra presencia extraordinaria fue José Brene, quien estrenó Santa Camila de La Habana Vieja, siendo alumno de ese seminario. Fue el primer autor de la Revolución que logró un éxito popular extraordinario. La obra se presentó en el Teatro Mella, con la actuación estelar de Verónica Lynn. Tampoco puedo dejar de mencionar a Maité Vera, autora de Las yaguas, una comedia musical importante.
"Dragún logró que las obras escritas para el taller fueran analizadas por actores invitados, a unas noches donde leíamos nuestros textos, y los actores profesionales nos daban sus opiniones al respecto. Era una comunicación muy fructífera.
"De ahí surgió mi tercer estreno que fue La esquina de los Concejales. Él la escogió como uno de los tres mejores trabajos del seminario para presentarla en el teatro Las Máscaras, el 26 de julio de 1962, ante la presencia del presidente de la República Osvaldo Dorticós.
"Mi obra cerraba el espectáculo y fue representada por el Conjunto Dramático Nacional, con un elenco de estrellas. Tuve el gusto de que Carlos Ruiz de la Tejera hiciera, con ella, su primer trabajo profesional. También estuvieron Aseneth Rodríguez, Herminia Sánchez, Miguel Navarro, José Antonio Rodríguez y Pedro Rentería".
—Usted tuvo la posibilidad de estrenar La Chacota en el teatro Martí ¿qué recuerdos tiene de ese teatro ahora que reabre sus puertas luego de más de cuatro décadas, cerrado?
—Tenía solamente 23 años. Me sorprendió como, a tan corta edad, pude convertirme en el director general de un teatro como aquel. En ese momento estaba bastante abandonado: había suciedad, malos olores. Logré mejorarlo lo más posible.
"Creé un salón de ensayo y un grupo teatral al que le llamé Teatro Popular Latinoamericano. En su elenco figuraban Margot de Armas, Adolfo Llauradó, Hilda Oates, Omar Valdés, Miguel Benavides, y tantos otros nombres que han sido pautas para el teatro cubano.
"El estreno allí de La Chacota fue mi primer contacto con el gran público. El teatro Martí contaba con unas 800 lunetas. Fue una experiencia válida porque logramos llenar el teatro durante más de tres meses. Eso se lo debo al excelente elenco de autores y al ambiente popular de la obra que tenía lugar en un solar habanero de los años 50.
"La escenografía, perfectamente realista, fue realizada cuidadosamente por Eduardo Arrocha y la Orquesta, dirigida por el maestro Peñalver, interpretaba en vivo los números populares que se cantaban en medio de la trama como son: Contigo en la distancia, Obsesión, El negrito del Batey, Dos Gardenias.
"A todo lo anterior se sumaba el humor que destilaba la obra, sobre todo en la actuación inolvidable de Margot de Armas. Por eso después escribí para ella el monólogo Yo tengo un brillante, basado en el personaje de Lolita que ella enriqueció tanto en La Chacota.
-¿Por qué ha defendido tanto en sus obras la comedia?
—Soy un hombre muy dado a encontrar la comicidad de la vida. Nunca he sentido la amargura y siempre he tratado de buscar en cualquier situación de la existencia un lado simpático.
"Sin embargo, he escrito obras muy graves, por no decir, trágicas como Confesión en el barrio chino, Confrontación y Juegos sucios en el sótano. Es decir, tampoco me considero un comediógrafo. Mi teatro siempre se ha caracterizado por la fusión de muchos estilos, de muchas atmósferas, de muchos tonos".
—En el año 2011 obtuvo un importante premio en la ciudad de Nueva York por la puesta en escena de Confesión en el barrio chino, ¿Cómo recibió la noticia?
—Estoy más que sorprendido con este premio que guardo en mi corazón. El premio me lo otorgaron dos grandes instituciones: La organización de actores latinos de Nueva York y la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York por considerar Confesión en el barrio chino como el mejor texto dramático latino estrenado en esa ciudad.
"El teatro rodante de Puerto Rico, dirigido por la gran actriz Miriam Colón, lo estrenó con actores boricuas y tuvo gran éxito de público y gran repercusión. Fue la primera vez que un autor cubano recibía ese premio, que existe desde 1967. Anteriormente se lo entregaron a Abelardo Estorino como director de El Baile y a Adria Santana, como actriz.
"Durante la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Teatro 2014, usted manifestó su emoción por la presencia de Rosita Fornés, como Presidenta del Jurado, pero, además, por haber compartido el lauro con Gerardo Fulleda León, uno de sus amigos del Seminario de Dragún, ¿Qué emociones lo embargaban ese día?
"Siempre que se recibe un reconocimiento uno tiene que sentir, ante todo, gratitud. Ese fue el mayor sentimiento que pude manifestar ese día: la gratitud hacia la señora Rosa Fornés, por haberle dado tanto éxito a las obras mías que interpretó. También a mi amigo Fulleda Léon quien es Acuario en el zodíaco igual que yo. Ambos somos impredecibles pero nos entregamos a los otros con mucha pasión.
"Ese día me sentí pleno, además, gracias al maravilloso elogio leído por mi gran amigo Norge Espinosa, uno de los grandes maestros jóvenes del teatro en Cuba, un intelectual en toda la extensión de la palabra. Recibir ese premio en el siglo XXI me da la medida de que me mantengo en la vanguardia, de una manera realmente impresionante.
—¿Qué nuevas obras vienen en camino?
—Tengo en plan llevar a las salas de teatro tres obras. Como reposición, Clave de Sol, y, en calidad de estreno: La cama redonda y Duelo en el Metropolitan. Ojala lo logre porque mi razón de ser es entregar mi teatro al pueblo, siempre tan receptivo, que acude a mis estrenos porque le gustan. Cuando el público aplaude, uno siente que la comunicación ha sido verdaderamente efectiva y productiva. Eso es lo que más tengo que agradecer.
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