Rusia: Firme y consecuente

El rechazo a los intentos norteamericanos con el fin de que disminuya su poder atómico, la comprensión del porqué la República Popular Democrática de Corea se ve obligada a utilizar la disuasión nuclear para protegerse de continuas amenazas imperialistas y la firme posición asumida para impedir una agresión directa de Estados Unidos a Siria, son un abanico de posiciones consecuentes de Rusia con los conceptos de su política exterior, subrayada en este 2013.
                                                                                                                              
Estos aseguran la protección de los individuos, la sociedad y el Estado, con principios como la democracia soberana, el poder vertical y la recuperación del control de recursos estratégicos como la energía, que la caótica etapa de Boris Yeltsin había dejado en manos de unos pocos oligarcas.
                                                                                                        
Al mismo tiempo que trata de crear las condiciones externas favorables para la modernización y asegurar la competitividad del país en un mundo global, Rusia promueve buenas relaciones de vecindad con los estados limítrofes, ayuda a eliminar los focos de conflicto y prevenir la aparición de otros nuevos. En este contexto se encuentra el fortalecimiento de la alianza con China ante las ambiciones hegemónicas imperialistas.
                                                                                                    
Desarrolla relaciones asociativas bilaterales y multilaterales con otros estados y foros en base al respeto por la independencia y soberanía, el pragmatismo, la transparencia y la protección de los intereses propios, que eviten la confrontación.
                                                                                                    

Asegura una protección global de los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos rusos y facilita el desarrollo de un diálogo constructivo entre civilizaciones.
                                                                       
Se aprecia en la política exterior una clara continuidad en los planteamientos rusos: reducción del papel del poder militar; apoyo a las operaciones de paz de la ONU y de las organizaciones regionales; primacía del Consejo de Seguridad para autorizar el uso de la fuerza; derecho a la legítima autodefensa del Artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, en ningún caso justificar la injerencia humanitaria en los asuntos internos de los estados soberanos; redes transnacionales de gestión de desastres naturales o provocados; lucha contra la proliferación de armas de destrucción masiva y de sus medios de lanzamiento, en el marco de los múltiples tratados internacionales existentes; y combate contra el tráfico de drogas y el crimen organizado.
                                                                                              

Así, por ejemplo, no es previsible una nueva reducción del arsenal nuclear de Rusia, ya que el START III firmado con EE.UU. en el 2010 fija unos niveles cercanos a lo que Moscú considera el mínimo necesario para mantener la estabilidad estratégica. La explicación es que, ante la evidente supremacía de las fuerzas convencionales estadounidenses, solo la disuasión nuclear preserva el estatus de Rusia como gran potencia militar, por lo cual se manifiesta con vehemencia contra el despliegue por la OTAN de un escudo antimisiles balísticos cerca de sus fronteras, algo que se ha convertido en uno de los principales obstáculos en la relación con Occidente.
                                 

En lo relativo a los acuerdos de limitación de fuerzas convencionales y de medidas de confianza mutua, cabe recordar que Rusia suspendió su participación en el Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa en el 2007, en protesta por la no ratificación por Occidente de la modificación del tratado al respecto acordada en 1999.
                                                                                                  
También destaca la constante referencia a la lucha contra el terrorismo internacional, que ya en el 2000 se definía como la tarea fundamental de la política exterior rusa, lo que acredita la importancia que se da a esta cuestión, debido a la situación en el Cáucaso Norte. En aquella época, las apelaciones rusas a la colaboración internacional contra los movimientos radicales islámicos caían en saco roto, y en algunos países se mantenía una postura ambigua frente a los chechenos, a pesar de sus vínculos con Al-Qaeda. Los atentados del 11 de septiembre del 2001 pusieron de manifiesto lo erróneo de esa posición.
                                                                                                               
Por otra parte, en lo relativo a la cooperación en cuestiones económicas y medioambientales, Rusia persigue un desarrollo basado en la innovación, así como minimizar los riesgos de su reciente entrada en la Organización Mundial del Comercio y de su futura incorporación a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Se muestra dispuesta a proteger a sus empresas frente a las políticas comerciales de otros estados que infrinjan sus derechos.
                                                                                                                   
En este 2013 se constata el surgimiento de un nuevo orden mundial basado en múltiples polos de poder, en gran parte motivado por la progresiva pérdida del peso relativo de Occidente (EE.UU. y la Unión Europea).
                                                                                                                                                                         
Lo relevante es que Rusia se ve a sí misma como uno de esos polos de poder, dispuesta a la cooperación con el resto del mundo frente a los retos comunes, pero que en ningún caso se plantea una integración en organizaciones como la OTAN o la propia UE, a diferencia de lo que ocurría en los primeros años 90 del pasado siglo.