La Historia: ¿un dolor de muelas?
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En el lenguaje coloquial cubano, una muela, además del sustantivo referido a una parte de la dentadura humana, es sinónimo de argumentación frecuentemente larga y aburrida, parloteo extenso sin decir nada en concreto, o sea, teque.
Valorar, o peor aún, sentir la Historia como “muela” es, sencillamente, vaciarla de su contenido. Y si la enseñanza de tal disciplina es una de las vías primarias para transmitir costumbres, modos de pensar y hacer, en definitiva, la cultura y los motivos de las sociedades y naciones, es como si negáramos un pasado cuyos errores estaríamos condenados a repetir.
Leyendo al portugués José Saramago, uno aprende que “la historia fue vida real en el tiempo en que aún no podía llamársele historia”. Por su lado, Eduardo Galeano la define como “un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”.
Pero uno de los criterios más interesantes, se lo escuché a un profesor de la Universidad de La Habana durante una clase de Historia de Cuba: “un buen cuento sociológico para comprender una realidad contemporánea”.
¿Es legítimo llamar a algo así “muela”? ¿O es que asumimos la posmodernidad de Fukuyama signada por su teoría del fin de la Historia?
La mayoría de los estudiantes suelen desapasionarse por la asignatura en cualquiera de sus variantes pedagógicas: Antigua y Medieval, Moderna y Contemporánea y de Cuba. Incontables verbos en pasado, demasiadas fechas, demasiados héroes y villanos, ausencia de hombres y mujeres, párrafos destinados a perderse en la memorización.
Muchas veces, quienes la imparten dictan lo apologético y no cuentan la anécdota. Por vagancia, o quién sabe si miopía, es inusual encontrarse un profesor capaz de relacionar los problemas del siglo XVI con el país del XXI. ¿Dónde está la voluntad y el talento para desdibujar el sepia y poner, no solo La Habana, sino Cuba, a todo color?
Me pregunto si es posible pensar y defender una sociedad si no se sabe cómo llegamos al presente. No se puede proyectar un país hacia el futuro si no se conocen las raíces ni se emprende la búsqueda del “porqué somos así y no de otra manera”.
Los esfuerzos del Ministerio de Educación cubano para revitalizar el aprendizaje de la asignatura son válidos. Falta inculcar en quienes la enseñan esa misma pasión que deberían transmitir.
A nivel estratégico, es genial la idea de fortalecer el conocimiento de la Historia local. Sin embargo, de seguir con el discurso frío y reiterativo de los profesores –sobre todo de los niveles básicos-, el programa de estudios podrá tener hasta la Historia misma de la familia del alumno, que este no se sentirá identificado.
Entonces sí correríamos el riesgo de convertir la Historia en una muela, y para colmo, cariada.
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