Querido Matías Pérez...

Querido Matías Pérez...
Fecha de publicación: 
12 Octubre 2011
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Espero que al recibo de la presente sigas como hasta ahora, bien y con salud de hierro. Yo ahí. Te preguntarás, con justa razón, qué me lleva a dirigirte unas letras después de tanto tiempo y tanta gente que ha hablado sobre ti, pero nunca contigo. Te escribo para que no me incluyas en esa humanidad que te cree perdido, que dice: “Voló como Matías Pérez” —así tan impunemente— cuando considera que no vale la pena buscar algo... o a alguien.

Yo, la verdad, no paro de encontrarte.

 

Imagino que cuando saliste de tu Portugal rumbo a La Habana del siglo XIX no fue para convertirte en “El Rey de los Toldos”. Ese bigote que te ha puesto la fantasía cubana no es el del comerciante avaro. Y eso que según las malas lenguas tus toldos fueron los mejores de San Cristóbal; y algunos, los más lujosos, daban sombra en las aceras de esquina a esquina.

Pero tú, de bigote aventurero, dejabas siempre en las madrugadas, cerca de la plata hecha por el día y recién contada, un libro abierto para enrumbar los sueños. No cualquier libro, sino ese Codex Atlanticus de Leonardo da Vinci, o aquel Principio del túnel de viento.

Y allá vendrá otro a decirme que ya La Habana conocía de esos aeronautas aerostáticos y negociosos. El primero de todos, el francés Eugenio Roberston salió un buen día de 1828 cerrando literalmente por todo lo alto la inauguración del Templete. La ceremonia conjugó, a la española, lo divino con lo terreno y además de atracciones propias de un circo, tuvo tiempo para misas y bendiciones del obispo Espada. Minutos después salió por los aires el francés ante los ojos fregados del Capitán General Francisco Dionisio Vives y su comitiva; y no paró hasta recibir sus 15 mil monedas en un potrero allá por Managua donde el globo quiso dejarlo.

Bien por el primer cubano: Domingo Blinó, hojalatero de oficio, que construyó su propio globo, lo llenó de hidrógeno y se echó al aire un 30 de mayo de 1831. Desde lo alto, recitó poemas, lanzó palomas, flores y hasta dos chivos, según cuenta la leyenda, que ascendieron a la fuerza y bajaron de muy mala gana convirtiéndose en pioneros del paracaidismo cubano.

Los aeronautas en tu tiempo, Matías, lograban cosas inalcanzables para un toldero. Por ejemplo, quién iba a decirle al tal Domingo Blinó que el Capitán General en persona ordenaría un suplemento especial del Diario de La Habana con el solo propósito de informar al pueblo que el hojalatero no había aterrizado en la Florida como prometió, sino en otro potrero, ahora en Quiebra Hacha.

Y, bueno, también podían desatar la ira como pocas profesiones. Está el caso de aquel Boudrias de Morat, francés parlanchín, que invitó a cenar a cuatro aristócratas a su globo por un precio más que jugoso para dejarlos a todos con un hambre de altura, pues solo se levantaron dos pulgadas del suelo. Morat, en cambio, se ganó un pasaje gratis a la cárcel, cortesía, faltara más, del Capitán General José Gutiérrez de la Concha.

Es cierto que serviste de ayudante a Godard, que vino de París a La Habana no para hacer aeronáutica, sino para hacerse de mucha plata a cualquier precio. Matías, que tú prepararas el globo del francés antes de que partiera, que registraras el tubo conductor de gas y lanzaras dos globos pilotos para conocer la dirección del viento; eso no significaba que apoyaras lo que hacía después.

Seguro cuando toda La Habana veía ascender aquel caballo en el globo junto a Godard, hiciste con el bigote alguna mueca de desaprobación. El caballo, acaballado, no se atrevía a relinchar, cuenta un periódico de la época, estiraba como hierro las patas y erizaba la crin.

¿Por qué la gente creía que aquello era una proeza? Proeza era ir lejos, muy lejos; llevar el globo donde nunca el ser humano había podido llegar. Pero aquel cirquero galo se empeñaba en lanzar perritos en paracaídas, y no pudo colar un mono en la nave porque el animal, un poco más adelante en la escala evolutiva que los otros, se olió lo que venía después y no se dejó poner un dedo encima.

Tu plan era aprender lo suficiente para conquistar el aire por ti mismo. Y lo lograste. ¿Qué habrán dicho tus hijos cuando decidiste comprarle el globo Ville de Paris a Godard? ¿Dónde fue a parar tu descendencia? En ese momento dejaste de ser cabeza de familia para convertirte en el padre de todos los Pérez cubanos, los mitológicos y los otros.

El Ville de Paris, quizás otros no lo comprendan, fueron los mil 250 pesos mejor invertidos de tu vida. Impaciente, llamaste a los habaneros para que presenciaran tu ascenso el 12 de junio de 1856. Mientras te perdías en los aires rumbo al Cerro, algunos te vieron forcejear con las sogas que sujetaban la barquilla, pensaron que se te había roto la tela, pero en realidad se te había trabado la cuerda que abría la válvula del globo.
Trepaste, la abriste con los brazos para que penetrara el aire, y solo así lograste descender lentamente... en el Cerro, como habías prometido. No en un potrero como otros, sino en Quinta de Palatino, cerca del río Almendares. Con todo habías superado en distancia a los dos franceses.

Pero no estabas conforme. Trataste pocos días más tarde de conquistar la altura una vez más, pero el viento, testarudo o cobarde, no te dejó partir. Los pocos que se quedaron en la Plaza de Marte, ahora Parque Central, te vieron recoger el globo entre maldiciones y regresar a casa.

Días antes del 29 de junio anunciaste que ibas a realizar “el vuelo más trascendental de la historia de la aerostática en el mundo”. De alguna forma lo fue. Ninguno de los que asistió a tu partida definitiva olvidó los detalles. Se ha contado tanto... que saliste como de costumbre de la Plaza de Marte, que el globo tomó el Paseo del Prado y ¡de la nada! una ráfaga te sacó de la trayectoria. El globo se movía de un lado al otro como un columpio y tú tratabas de controlarlo. Algunos dicen que te sudaban las manos. Todos recuerdan cómo fuiste perdiéndote en la lejanía, lenta y trágicamente.

Te vieron por última vez unos pescadores allá por La Chorrera. “¡Tírate! ¡Baja de ese globo!”, te gritaron; tú ni los atendiste, seguías luchando contra la máquina, tratando de domesticarla. ¡Claro que no te ibas a bajar!

Dicen las muy muy malas lenguas que escapaste del yugo familiar con una enamorada vestida de ayudante. Otros creyeron encontrarse tu globo en diferentes puntos de Cuba, en todas las versiones luchabas contra él. Durante años siempre hubo alguien que se tropezó contigo una noche de junio.

La verdad es que saliste del Parque Central directo a la mitología cubana. Y te cuento todo lo que ya sabes solo para decirte que creo, sin chovinismos ni ocho cuartos, que el tuyo sí fue “el vuelo más trascendental de la historia de la aerostática en el mundo”.

Comentarios

Creo que Led Zeppelin debió llamar a su banda como Matías, seguro que tendría más impacto. Orgullosa de ser cubana y tener un volador lleno se sueños. Una carta magnífica.

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