“Yo estoy frente a la Historia”: la destitución de Céspedes
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El 27 de octubre de 1873 ocurrió un suceso infeliz en la vida de Carlos Manuel de Céspedes, con repercusiones en el curso de la Guerra de los Diez Años y la historia de Cuba. Ese día, el iniciador de las gestas por la independencia quedaba depuesto de su cargo de presidente de la República en Armas.
La destitución no fue un hecho puntual ni aislado, sino el desenlace de una cadena de acontecimientos cuyos orígenes pueden situarse en los primeros meses de la contienda. Ya desde la Asamblea de Guáimaro, en abril de 1869, se hacían evidentes contradicciones entre los patriotas, en las que el Padre de la Patria estaba involucrado. De esa reunión constituyente el abogado bayamés salió investido como presidente de la república insurrecta; sin embargo, la Cámara de Representantes, órgano legislativo, lastraría su gestión sistemáticamente.
Este fragmento de una carta a su esposa, Ana de Quesada, fechada el 9 de agosto de 1873, ilustra el panorama de divergencias entre Céspedes y los legisladores a casi un lustro del comienzo de la guerra contra el colonialismo español: “(…) no puedo asegurar que lo haga con acierto, pero es con buena fe. No robo, no mato, no violo, no hago intencionalmente agravios a nadie. Procuro proceder imparcialmente en mis resoluciones, y que haya orden y justicia. Jamás transigiré con los españoles sino sobre la base de nuestra independencia”.
Céspedes proponía actuar de acuerdo a los principios de la guerra y no como si estuviera en una república completamente liberada. Apostaba por mantener la unidad y la disciplina en las filas y en la emigración, y por otorgar al poder ejecutivo libertad de acción para dirigir correctamente la insurgencia. Sus controversiales posturas suscitaron insinuaciones sobre un supuesto autoritarismo y antirrepublicanismo en él. Lo cierto es que mientras fue presidente fraguó leyes y decretos de carácter republicano y democrático, poniendo por delante la independencia, el patriotismo, la soberanía, la justicia, la igualdad y la libertad, como ha sostenido el historiador granmense Aldo Naranjo en anteriores publicaciones de este portal.
Las acusaciones según las cuales el Padre de la Patria vetaba las leyes camerales a cada instante serían explicadas sabiamente por José Martí: “La Cámara, ansiosa de gloria pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre”. Y el propio Céspedes escribió: “Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia”.
También surgieron discrepancias entre el patricio del ingenio Demajagua y algunos jefes militares, en ocasiones promotores del caudillismo y el regionalismo y otras veces indiferentes ante el desorden y las indisciplinas de sus subordinados. De acuerdo con Naranjo, investigador de la vida y obra del Padre de la Patria, Céspedes criticaba de forma honesta a quienes cometían errores. Se tiene constancia de que realizó señalamientos o tomó medidas con Vicente García, Manuel de Jesús Calvar, Calixto García, Carlos Roloff y Máximo Gómez, no obstante el prestigio de estos mayores generales. Incluso Gómez llegó a ser destituido del mando de la división de Santiago de Cuba, tras un intercambio poco amistoso con Céspedes.
Como si fueran pocos los adversarios dentro de las filas independentistas, el iniciador de la Guerra de los Diez Años entró en contradicción con Francisco Vicente Aguilera. El conspirador de los tiempos precursores, entonces vicepresidente de la República en Armas, había sido enviado a Estados Unidos para unificar los esfuerzos de las distintas tendencias de la migración revolucionaria. Sus resultados fueron limitados y Céspedes le orientó regresar a territorio cubano. Sin embargo, Aguilera tardó, contrariando lo indicado por Céspedes. Envuelto en malos entendidos en los que se mezclaban cuestiones personales y de la patria, desde el extranjero dio su visto bueno a una eventual deposición de quien tomara la iniciativa el 10 de octubre de 1868.
Todas estas discrepancias de métodos, los prejuicios en torno a su supuesto autoritarismo y las rivalidades más mezquinas culminaron con la deposición de Céspedes el 27 de octubre de 1873 en el lugar conocido como Bijagual de Jiguaní, donde se habían concentrado tropas de Calixto García para respaldar la disposición de los legisladores. La Cámara de Representantes tomó la decisión en una sesión de legalidad imputable, presidida por Tomás Estrada Palma, a la que el máximo dirigente revolucionario no fue citado, a pesar de encontrarse a escasos kilómetros de aquel paraje. Salvador Cisneros Betancourt, jefe de ese órgano, asumió interinamente la presidencia de la república, en virtud de un acuerdo que situaba al titular de la Cámara como tercero en línea de sucesión presidencial.
Culminaba abruptamente el tormentoso pero digno primer gobierno en la historia de la institucionalidad de Cuba libre. Fueron poco más de cuatro años de enfrentamientos políticos internos, en medio de una guerra de liberación nacional, en los que Céspedes realizó todo tipo de sacrificios a fin de conducir la revolución independentista de la mejor forma que le pareció posible. Fue enjuiciado por algunos contemporáneos, pero su grandeza se colocó frente a la historia.
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