La caída de Antonio Maceo
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Seguramente no existe alguien en Cuba que ignore quién fue Antonio Maceo, una de las figuras cimeras del siglo XIX de este país. Sus hazañas y méritos han sido motivo de admiración para los cubanos desde su época hasta hoy.
Mulato oriental y de posición económica relativamente holgada, nació el 14 de junio de 1845 y se unió a los mambises desde los primeros días de la Guerra de los Diez Años, al igual que su familia. Poseía inteligencia natural y su posición social le había permitido alcanzar ciertos niveles de instrucción.
A lo largo de la Guerra Grande, destacó por su valor personal y fue ascendiendo, por méritos propios demostrados, en el escalafón de los grados del Ejército Libertador. Para 1877, había protagonizado un sinnúmero de combates de los que salió victorioso. Ese año, cuando ya era evidente la crisis interna de las instituciones revolucionarias, fue ascendido a mayor general. El nombramiento ocurrió el 6 de mayo, durante una sesión de la Cámara de Representantes, tal y como indicaba el procedimiento establecido en la República en Armas.
Tres meses más tarde se colocaría entre la vida y la muerte al cabalgar frente a sus hombres en el combate del potrero de Mejías. Declaraciones de Ramón Domingo de Ibarra, coronel peninsular, refieren que “venía guiando al primer escuadrón, treinta pasos al frente de la tropa, un jinete enemigo (…) sobre su brioso caballo Guajamón, con un sombrero de fieltro de anchas alas y oscuro chaquetón de abrigo”. Se refería al Titán de Bronce, quien llevaba “en la mano derecha un revólver que de vez en cuando disparaba; volviéndose después a los suyos para darles ánimo”. Herido mortalmente, Maceo se desplomó de su caballo y cayó a la maleza. Aquella vez ocurrió lo menos probable: el médico lo daba por muerto, pero el más prominente hijo de Mariana Grajales sobrevivió a las heridas y a la persecución española que sobrevino para capturar al moribundo.
En el ocaso de la Guerra de los Diez Años, su prestigio en el mambisado se engrandecería aún más tras protagonizar espectaculares acciones militares y políticas. En su libro Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, el historiador José L. Franco explica cómo las tropas bajo el mando de Maceo habían obtenido a inicios de 1878 varios triunfos relevantes como la toma de un convoy enemigo el 29 de enero; el combate de la Llanada de Juan Mulato, el 4 de febrero; el combate de Tibisial, dirigido por el entonces teniente coronel José Maceo, el 10 de febrero; y la aplastante victoria en San Ulpiano sobre el San Quintín, batallón élite, del 7 al 9 de febrero, con más de 240 bajas ibéricas.
Al protagonizar la Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878, rescató la moral de los combatientes cubanos y salvó a la causa del independentismo de un entierro definitivo. De la Mayor de las Antillas salió a procurar la reanimación de los ánimos revolucionarios en el exilio, sin haber firmado la paz, sin haberse rendido ante España. Así, pasó varios años preparando desde otras tierras de América el regreso de las cargas libertadoras a su patria.
Lo logró el 1 de abril de 1895, cuando desembarcó por Duaba, en las costas de Guantánamo, junto a otros veteranos como su hermano José Maceo, Agustín Cebreco y Flor Crombet. Era la primera expedición que arribaba a Cuba después de iniciada la Guerra Necesaria.
En La Mejorana se reunió con quienes lo acompañarían en el supremo liderazgo de la nueva etapa de luchas: Máximo Gómez y José Martí. Allí se discutió fuertemente sobre qué estructura de gobierno sería adoptada. Hubo incomprensiones mutuas. Mientras Maceo abogaba por que el gobierno lo ejerciera una junta de generales con mando, Martí defendía la existencia de una representación civil para la república. El Hombre de Baraguá pretendía desterrar la posibilidad de que un aparato civil tuviera el poder de realizar funestas concesiones como las que condujeron al Pacto del Zanjón en 1878. Tenía más confianza en la rectitud de los mandos militares, quienes, en la práctica, sostenían con sus esfuerzos la guerra.
Durante la Guerra Necesaria, su hoja de servicios a la patria creció aun más, al protagonizar trascendentales campañas militares, como la invasión a Occidente entre el 22 de octubre de 1895 y el 22 de enero de 1896. A ese hecho se le ha considerado una de las mayores operaciones de armas de la época.
El Titán de Bronce no regresaría a su natal Oriente nunca más. Dedicó los últimos meses de su vida a combatir el colonialismo español en el oeste del país, hasta su caída en el combate de San Pedro el 7 de diciembre de 1896.
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