Resistencia cultural e imperialismo en Estados Unidos: la voz y el eco de Edward Said

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Resistencia cultural e imperialismo en Estados Unidos: la voz y el eco de Edward Said
Fecha de publicación: 
13 Mayo 2024
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Han transcurrido varios meses desde que, en septiembre de 2023, el pensamiento crítico contemporáneo recordara --en Oriente y Occidente, en el mundo desarrollado y el subdesarrollado--, la desaparición física de Edward Said, un intelectual que batalló incansablemente contra la injusticia, la injerencia y la dominación imperialista. La militancia con las causas emancipadoras la materializó en su profusa obra creativa, tanto en el ámbito de la cultura y el arte como en el de su acción en la práctica sociopolítica. Fue objeto de cuestionamiento, satanización y descalificación profesional por la ideología dominante de los principales centros de poder internacional, sobre todo por parte de la intolerancia gubernamental en Estados Unidos, medios académicos y de prensa identificados con el conservadurismo imperante en el Partido Republicano y en organizaciones de extrema derecha de la sociedad civil en ese país, algunas de orientación fascista. El eco de su pensamiento y acción resuena con fuerza en el presente, y su voz estimula a la reflexión, sobre todo en quienes, como fue el caso de Said, creen que un mundo mejor es posible.

El día 25 del mencionado mes, en 2003, falleció Edward Said en Nueva York, a los 67 años, suceso previsto, dado su largo padecimiento de leucemia. Transcurridos veinte años del deceso del notable pensador y activista, comprometido con una cultura de resistencia y emancipación frente a la hegemónica, quizás sea más consonante con su espíritu retomar la vigencia de su legado, que recordarle con nostalgia, aunque ello también sea legítimo.

Al recordar a Said a dos decenios de su partida, resultan oportunas las conocidas palabras de Bertold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Y también vienen al caso los versos de Rubén Martínez Villena: “¡Oh la pupila insomne y el párpado cerrado! (¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)”. Said era de los imprescindibles, de los que no dormían, en eterno desvelo, consagrado a su utopía, actuando consecuentemente para hacerla realidad.

De origen palestino, nacido en Jerusalén bajo el mandato británico, con nacionalidad norteamericana, sería uno de los críticos más lúcidos y de los activistas más destacados en la lucha contra el sionismo, la supervivencia del espíritu colonialista y la guerra imperialista contra Irak. Fue un defensor sobresaliente de la causa de la independencia palestina y uno de los iniciadores de los estudios postcoloniales. Junto a sus padres, siendo adolescente, emigró a Estados Unidos como parte del primer éxodo, al concluir la Segunda Guerra Mundial y ante el surgimiento del Estado de Israel, lo cual marcó su existencia y su identidad.

En ese país realizó estudios de literatura comparada y, sobre todo, anglosajona, en las universidades de Princeton y Harvard. A la par, adquirió una sólida formación en música clásica, ejerciendo la crítica en ese terreno y distinguiéndose, incluso, por su ejecutoria con el piano.

Durante la mayor parte de su vida laboral fue profesor en la Universidad de Columbia, apropiándose desde temprano de la cultura occidental, pero junto a un creciente proceso de dialéctica profundización de una conciencia crítica hacia ella, de interiorización de su identidad palestina y árabe, llegando a ser miembro del Consejo Nacional Palestino. Su pensamiento y acción se desenvolvieron en esa antinomia, entre su integración contradictoria a la sociedad norteamericana, de la que era parte y exponente, pero a la cual señalaba, con un consistente y firme dedo acusador, lo que llamó “corrupción de la democracia”. Por su condición, experiencias y trayectoria profesional, como palestino nacionalizado estadounidense, de fe protestante, Said vivió con un pie en el mundo occidental dominante y con otro en las tierras periféricas de los dominados. Pero lejos de una ambivalencia, tomó partido por la causa de estos últimos.

Podría decirse, metafóricamente, que esa mirada era la de una persona frente al espejo. Asentado e insertado en la agitada vida de una ciudad como Nueva York, la cual admiraba por su cosmopolitismo y diversidad cultural, pero atrapado a la vez por su identidad árabe-palestina, nunca erosionada, Said comenzó a acrecentar su prestigio como profesor e investigador en culturas comparadas, convirtiendo el tema de la identidad en eje de su quehacer docente y creativo. La identidad estaría en la base de su derivación intelectual literaria y artística hacia la reflexión política, a raíz de la guerra expansionista de Israel en 1967, de la ulterior beligerancia del sionismo y de la articulación del lobby judío con las estructuras de poder de Estados Unidos. Nunca llegaría a desembarazarse del sentimiento de ser ajeno a su nueva casa ―la adoptada, la newyorkina―, la que, como contraste, admiraba por su multiculturalismo.

Said dedicó buena parte de su obra al escrutinio y desenmascaramiento de la manipulación política de los sucesivos gobiernos de ese país, desmontando con precisión y agudeza los vínculos entre la toma de decisiones políticas, los intereses económicos y la actividad teórica e ideológica de los círculos académicos de la extrema derecha en Estados Unidos.

Con influencias de Antonio Gramsci, Michel Foucault y Franz Fanon, entre otras, sus obras fundamentales conforman una suerte de trilogía. La cuestión palestina expone las razones que condujeron a la alianza entre el citado lobby en Estados Unidos, sus elites políticas y las de Gran Bretaña, no sólo para crear el Estado israelí, sino para utilizarlo como punta de lanza en la conquista de los territorios vecinos y la destrucción de la cultura palestina. Orientalismo es una disertación erudita en torno a la imagen estereotipada del Islam, construida por las relaciones de poder impulsadas desde Occidente, en la que rastrea los orígenes y el desarrollo de la visión occidental sobre el mundo árabe e islámico en el marco del colonialismo. Cultura e imperialismo analiza la conexión de las grandes novelas y obras artísticas occidentales con el proceso imperial en el cual fueron concebidas. Said le otorgaría allí un papel notable a la novela como constructora de sentido. Así, concibió al orientalismo como un modo de relacionarse con el Oriente, basado en el lugar especial que este espacio geográfico y cultural ocupara en la experiencia de Europa Occidental.

Sobre la base de la relación entre cultura y dominio imperial, estimaba necesario crear una nueva conciencia intelectual y política comprometida. Said consideraba a Cultura e imperialismo, donde aplica un método propio, basado en la “lectura contrapuntística”, como una suerte de continuación (y superación) de las ideas esbozadas en Orientalismo, pasando revista a narrativas entrecruzadas y superpuestas entre metrópoli y periferia, que revelan las secuencias de dominación, asimilación y resistencia cultural.

En uno de sus numerosos y siempre sugerentes textos --titulado La función pública de los escritores e intelectuales, por cierto, publicado en Cuba por la Editorial de Ciencias Sociales en 2007-- en los que abordara las relaciones de dominación neocolonial e imperialista establecidas por Estados Unidos y sus expresiones en la esfera del pensamiento social, Said señalaba la persistente disputa entre, por una parte, lo que catalogaba como una vigorosa red de intereses y, por otra, otros segmentos menos potentes, amenazados con la frustración, el silencio, la asimilación o la extinción a manos de los más poderosos. Y añadía que “la función del intelectual consiste en desenmascarar y esclarecer con la dialéctica la disputa aludida, y oponerse, desafiar y derrotar allá donde sea posible y cada vez que pueda, tanto un silencio impuesto como la calma chicha de los poderes en la sombra”.

Con una mirada consecuente con la definición de Said, el pensamiento crítico enfrenta hoy el desafío y de asumir la función que ha descrito Said, avanzando en la promoción de una nueva conciencia basada en la comprensión y caracterización del nexo entre cultura, dominación neocolonial e imperialismo, que haga suya esa “lectura contrapuntística”, profunda y sistemática, focalizada en las disputas por el poder.

Es imperioso el conocimiento de la historia y la preservación de la memoria, como recursos de movilización de los pueblos, que estimulen la identidad nacional, posibilitando la concientización en torno a las razones o causas de la lucha, la definición de las formas que esta debe adoptar y contribuya a la identificación precisa del enemigo.

Justamente, José Martí decía en su célebre ensayo Nuestra América, que “conocer es resolver”. En particular, el conocimiento histórico es imprescindible. Sobre todo, al constatar que  el imperialismo norteamericano contemporáneo ejerce su injerencia y control a través de métodos de todo tipo: militares, económicos, diplomáticos, ideológicos y culturales, incluidos de modo protagónico los de naturaleza tecnológica, cibernética y mediática, empleando inteligencia artificial, drones y redes sociales, dominando no solo territorios y recursos materiales, sino también los corazones y las mentes, minando la identidad y la memoria. El olvido y el desconocimiento de las raíces no forman parte del imaginario ni de las prácticas emancipadoras contra el neocolonialismo y el imperialismo, como las concebía Edward Said.

El neocolonialismo y el imperialismo son los enemigos principales de las luchas liberadoras. Constituyen las formas de desarrollo que asumió el capitalismo mundial desde hace más de un siglo, incorporando a su dominación a las diversas regiones y naciones, a escala mundial, caracterizadas por rasgos específicos, en ocasiones, muy singulares. Sería un grave error, epistemológico y político, no advertir que cada país tiene su capitalismo, el propio.

Sin embargo, el imperialismo, como expresión contemporánea del capitalismo mundial, neoliberal y global, tiene un peso inmenso en cada país, traspasa fronteras, penetra en la cultura, erosiona la identidad, uniforma patrones sociales ajenos, atenta contra la memoria, intenta legitimar prácticas fascistas, apela incluso al terrorismo, a ilegales y genocidas bloqueos.

En tiempos de recolonización cultural, de reavivamiento de la intolerancia, de monroísmo renovado en su bicentenario, la contraposición entre mundos desarrollados y subdesarrollados, en los que se desnaturaliza y manipula la relación entre Occidente y Oriente, entre Norte y Sur, a través de coartadas ideológicas imperiales que difunden estereotipos nativistas, racistas y xenófobos, criminalizando a inmigrantes, la obra de Said, con la potencia de un eco que retroalimenta su voz, es buena consejera y acicate para la resistencia cultural contra la dominación imperialista.

*Investigador y profesor universitario

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