El ejercicio de enjuiciar
especiales

Imagen tomada de https://vicentesaus.org
Ah, qué difícil es no juzgar, no formarse una idea aunque no se tengan elementos. Qué error tan grande es calificar con la primera impresión.
En esto pensaba mientras iba hacia mi oficina después de que un chofer me maltratara, verbalmente, porque rechacé su servicio para evitarme caminar cuatro cuadras porque no llegaba justo hasta donde yo quería. Con desprecio me llamó vaga y sedentaria, me gritó que son solo unos metros desde donde él terminaba su recorrido hasta mi destino final.
Como no es primera vez que me sucede y ya con cierta edad aprendí a no dar explicaciones, le di mi espalda y el próximo taxi me llevó sin problemas porque así es la oferta y la demanda, unos ofrecen, y otros esperan la opción que más le acomode.
Y todo quedó así. Sin embargo, después en el ascensor hacia mi puesto de trabajo sentí incomodidad cuando marqué el piso número uno. No estoy en las mentes de las personas y nadie se expresó, pero muchas veces no hacen falta palabras. Me sentí enjuiciada porque subir un piso por ascensor es una extravagancia, ¿será?
Tampoco sería la primera vez. En otras oportunidades me han exclamado con ironía, ¡el piso uno? Ah, ¡tan difícil que es ir por la vida sin emitir criterio!
Los puedo comprender. Me ha pasado, pero intento no exteriorizarlo para, al menos, no incomodar. Porque con los años he asimilado también que sin conocer a las personas y sus contextos es muy fácil equivocarse porque no tenemos la verdad absoluta, porque nadie conoce que cualquiera, aunque se vea juvenil, en forma, y no muestre cojera, puede tener una rodilla defectuosa, llevar debajo de la ropa un soporte ortopédico con varillas laterales para mantener la rótula en su sitio, y haber caminado ya siete cuadras porque así somos la gente de barrio adentro.
Eso, sin contar con que somos libres de decidir si andamos más o menos, si sacrificamos el tiempo hasta tener la opción ideal.
Además, si fuera inadecuado que un ascensor pare en un piso uno, pues no lo tendría como opción, estuviera ausente del tablero. Así de simple.
¿Por qué nos cuesta tanto “fluir”? ¿Por qué es tan complicado aceptar a las personas como vengan, incluso en asuntos tan simples como esta anécdota de hoy? Ya sé, es recurrente, pero también quiero pensar que no es inherente al ser humano, aunque sucede en este tiempo de crisis de valores y sentimientos, pero también antes. Siempre.
¿Solemos ser así las personas, porque sí? ¿Es normal hacemos ideas de la nada? Acontece con frecuencia que sin saber la historia completa entrecerramos los ojos ante un suceso y completamos mentalmente el resto del cuento. Fantaseamos, juzgamos. Y luego, si tenemos oportunidad de conocer al sujeto, vamos enmendando la historia, la vamos ajustando con elementos. O no.
Muchas veces sucede que era solo ficción mental, otras veces la realidad nos supera. Esto es usual, nos ocurre. Pero de ahí a casi llevar al cepo a alguien porque desde nuestra percepción el otro está equivocado, eso no. Y, está bien, mi ejemplo es una bobería, pero me hace pensar en cómo somos a gran escala, en que reaccionamos según las emociones, y que, sin ponernos en la piel de los otros, se nos sale de adentro como un volcán sin frenos, cuesta abajo. Y no, no, no. Calma.
Detengámonos un momento a pensar. En primer lugar, cada quien es libre de hacer lo que le plazca y eso no debe frustrarnos, sobre todo cuando nos es ajeno. Segundo, no estamos dentro de los demás para conocer sus motivaciones y necesidades. Esto aplica para todo. Y como en la ley, el desconocimiento no nos da derecho, en este caso, a cuestionar y lastimar.
Nunca debería ser alternativa reprochar o descalificar, enjuiciar es un error con consecuencias destructivas.
Añadir nuevo comentario