OPINIÓN: La dignidad de los pueblos
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Las dos telenovelas de turno en la programación nacional, la cubana y la brasileña, acaban de empezar, y no acaparan aún la atención de los medios, ni se imponen en los debates callejeros. Pero otra telenovela, más cercana al reality show, se convierte en obligada referencia. Un personaje, conscientemente sobreactuado, se apropia de todas las reglas del género. Dos detalles definen la diferencia: la posesión del botón rojo de los misiles atómicos, y un guión irracional, soberbio, impredecible, por momentos trágico o cómico, a veces ridículo. Lo más importante: no es ficción, es real. No parece posible hablar de otra cosa. Algunos historiadores dicen que Nerón incendió Roma para rehacerla a su gusto; este empoderado pretende algo más vasto: incendiar el mundo para rehacerlo a su manera. Es tan estúpido y tan rico, que no bromea. Quiere que permanezcamos atentos a cada nuevo anuncio suyo, porque disfruta, necesita, que “los otros” se asusten, como esos perros que ante cada transeúnte hacen el ademán de morder para aspirar la adrenalina del miedo. Se pasea con la boca torcida, los labios apretados, el mentón ligeramente elevado, “No los necesitamos”, dice de América Latina, con desprecio y arrogancia, y agrega, “ellos nos necesitan”.
Pero su bravuconería es contraproducente: no solo responden los gobiernos y pueblos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que nada tienen que perder, también lo hacen los de Brasil, México, Colombia y Panamá. Sin embargo, los pueblos —recuérdese que en Cuba la prensa, los políticos corruptos y la gente común repetía que todo era posible, menos enfrentar al ejército, fiel guardián de los poderosos y a los Estados Unidos— no adquieren la conciencia de su poder real hasta que el tornado revolucionario cambia sus vidas.
Para que un pueblo adopte la consigna de “Patria o Muerte”, aún con la probada certeza de que vencerá, necesita sentir que gobierna, que su destino está enlazado al de sus líderes, que sus verdaderos intereses —contrario a lo que pregonan— solo serán garantizados si defiende la Dignidad, que solo habrá Vida si está dispuesto a exponerla. Frente al fascismo estadounidense quedan ahora en la balanza el interés y la dignidad. Los gobiernos tendrán que ganar la confianza de sus gobernados, para anteponer, en lo inmediato, la segunda, o sucumbir al coloniaje indigno. Pero hay una oligarquía latinoamericana entreguista, genuflexa, que se postra a los pies del amo si corren riesgo sus ganancias, cuya Patria es el Dinero, porque su riqueza proviene de la entrega de los recursos del país a los Estados Unidos.
No se dejen confundir por el discurso imperial, por los sesudos analistas de esa oligarquía antinacional, colonizada y colonizadora: cualquier gesto de dignidad, aunque no sea aún sostenible, hace visible la indignidad. La gallarda presidenta de Honduras ha convocado a una Cumbre de la CELAC. Frente al fascismo, solo la unidad nos salvará. José Martí escribió para su tiempo, que es el nuestro:
“Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Decenas de miles de habaneros de todas las edades bajaron la escalinata universitaria este 27 de enero con una antorcha encendida en las manos. El espectáculo, repetido en cada capital de provincia del país, estremece, conmina a los indolentes. Es un ritual que se repite cada año desde 1953, en vísperas del aniversario del natalicio de José Martí. “Lo que nace del fuego patriótico perdura”, había escrito él. No es el fuego egoísta de los imperios, el de los misiles que depositan la muerte con milimétrica exactitud en viviendas, hospitales y escuelas, como sucede en Palestina. No arden las antorchas para destruir o conquistar territorios, sino para fundar un nuevo orden mundial que no admita emperadores. Es el fuego de la estrella que ilumina. Por amor a la libertad, a la vida, no por odio ni por intereses mezquinos, los habitantes de Bayamo quemaron su ciudad. Hace poco más de veinte años, Fidel le respondía así al emperador de turno en Washington, la Roma moderna:
“Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te saludan.
Sólo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
Esa decisión, que su pueblo respalda, es la garantía de su seguridad y de su libertad. No es una telenovela la de Trump, aunque se le asemeje. El peligro es real. Ante el fascismo no hay opción, no hay esperanzas, no hay distracción posible. Así lo dejó escrito Martí, y así reza en la Carta Magna de Cuba: "Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre".
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