Geopolítica: El atentado en Moscú y su conexión occidental

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Geopolítica: El atentado en Moscú y su conexión occidental
Fecha de publicación: 
27 Marzo 2024
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Cuando ya está avanzado el teatro de operaciones y se puede decir que con las acciones de los últimos meses se ha logrado en parte el objetivo geopolítico de Rusia, se produce en Moscú un atentado terrorista con una larga estela de daños. El Estado Islámico de una manera casi inmediata se ha adjudicado la autoría. El Occidente colectivo, bullosamente, respalda tal conclusión. Pero entonces, ¿por qué los presuntos ejecutores directos del crimen querían huir hacia Ucrania? La presencia de fuerzas de inteligencia, de personal técnico y de maquinarias occidentales en terreno ucraniano hablan acerca de la finalidad macabra de esta confrontación en la cual el poderío ruso ha sido subvalorado a niveles de una potencia del tercer mundo por parte de los centros de poder atlantistas. Juicio poco acertado ya que la evidencia habla sobre varias conclusiones que se desprenden de los resultados parciales de esta guerra.

En primer lugar, los emporios militares de la OTAN se han mostrado insuficientes ante la maquinaria bélica rusa. Las burlas acerca de los llamados “Frankenstein” rusos o sea esos tanques y dispositivos de combate antiguos adaptados para el terreno ha tenido que callar ante la efectividad de fuego de Moscú y la incapacidad de Kiev de sostener sus líneas. Aunque la propaganda occidental lo niegue, la guerra ha demostrado que Europa y Estados Unidos no están en condiciones de un enfrentamiento convencional o no convencional con Rusia, ya que quedan mal parados tanto en lo táctico como lo estratégico. En medio de todo esto, los líderes atlantistas han apostado por correr hacia adelante y no dar su brazo a torcer. Los llamados del Papa de que llegó la hora de firmar la paz están en letra muerta, ya que nadie de los que dirigen Europa se sienten dispuestos a permitir que se llegue a un acuerdo. Una frase flota sobre el mundo y que genera escalofríos: la guerra total es inevitable. Pareciera que Occidente cree que puede sobrevivir ante una guerra de carácter nuclear frente a Rusia, una que coloque a la humanidad ante una amenaza existencial. No solo porque los territorios implicados ya predeterminan las condiciones de una tercera guerra mundial, sino por la catástrofe ambiental, biológica y de todo tipo. 

Solo un escenario puede poner fin a la locura y pareciera casi una paradoja: la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos haría que se le diera un timonazo a las relaciones internacionales, ya que el líder republicano, dijo que no heredará esa guerra y volvió a anunciar recortes en el presupuesto de la OTAN. El partido de la derecha norteamericana no está interesado en algo que pone en riesgo los negocios de muchos industriales nacionales, quienes de hecho son financistas de las campañas republicanas. De una proyección más doméstica, los del grupo de poder que rodea a Trump están interesados en reformas que adecúen el tema de la deuda y que retornen el país hacia condiciones de mercado que garanticen el crecimiento industrial. Es la base del slogan de Make America Great Again. Ello no quiere decir que no posean intereses geopolíticos, sino que estos se centran en la vieja filosofía del imperio nacionalista que impone sus valores y no en la lógica globalista y multicultural del Partido Demócrata que está llevando a cabo una guerra woke en Ucrania para la cancelación de todo lo que puede ser culturalmente diferente y retador. 

Habrá que ver cuál de las dos visiones de imperio y de país se impone en las elecciones y sobre todo con cuál de los proyectos se casa el establishment necesitado de establecer pautas a nivel global que frenen la creciente influencia de China. La guerra en Ucrania ha sido un negocio para venderle combustible caro a Europa, deprimir la infraestructura del competidor de Bruselas e impulsar una guerra fría 2.0 que no conduce a ninguna parte. El complejo militar industrial norteamericano ha vendido más, pero a costa de que se tensionen las relaciones con un gigante que puede poner en jaque la geopolítica de los Estados Unidos como lo es Rusia. Porque, aunque los analistas lo nieguen, Moscú no es la capital de una nación tercermundista con poca capacidad de fuego, sino la de un imperio con una visión cultural propia que ha renacido sobre la base de reunir todos los ingredientes del viejo esplendor. Rusia posee una ventaja en todo esto y está dada por el poder de disuasión de su armamento nuclear el cual está pesando sobre las decisiones geopolíticas de los líderes occidentales, quienes han demostrado una total locura en cuanto a los riesgos de una tercera guerra mundial. Por un lado, países como Alemania elevan su discurso al tiempo que se sabe de su total dependencia de los hidrocarburos rusos, por otro, la realidad los torna pragmáticos ante la evidencia de que en el terreno no hay cómo derrotar a los rusos. 

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, ha aseverado que Rusia investigará por su propia cuenta el atentado terrorista, sin la ayuda de Occidente ni de su “doble rasero”. pic.twitter.com/Nr8h4PPobi

— RT en Español (@ActualidadRT) March 27, 2024

La historia posee enseñanzas claras y todas las grandes invasiones occidentales hacia el este atraviesan por un ciclo de éxitos parciales iniciales, los cuales se ven de pronto frenados por la naturaleza y por la determinación de los rusos de resistir y de vencer. No es mediante la guerra que se va a conseguir que se ponga de rodillas el proyecto de país evidenciado por el líder Putin, sino que la política ha demostrado que la hostilidad ha fortalecido a los pobladores de la potencia euroasiática en torno a sus círculos gobernantes. Dicho de otra manera, el lenguaje de la fuerza no funciona, sino que produce el efecto contrario. Todo eso lo sabe ya Biden, quien se ha visto envuelto en algo que le va a costar su puesto probablemente en la Casa Blanca. El pueblo norteamericano juzga de una forma muy severa la gestión de la política exterior y no está para nada convencido de la utilidad de confrontar a Rusia y generar más inestabilidad en los mercados, lo cual incide en el crecimiento de la deuda y en el establecimiento de crisis que derivan en peores condiciones de vida para la clase trabajadora. La no solución al problema migratorio y la torpeza en la conducción de los procesos ha hecho que los Estados Unidos proyecten una imagen errática ante el mundo lo cual lastra las alianzas y los sistemas de tratados que son la base del poder estadounidense posterior a 1945. Los republicanos, conscientes del efecto de la guerra, han prometido que no la apoyarán. Trump va más lejos y promete recortar los gastos de la OTAN. Para los círculos nacionalistas de la derecha es más importante el poder hacia dentro y en la región más cercana de América Latina. La paz con Rusia permitirá retornar a dichas metas.
 
En varias ocasiones Putin se ha referido a que los líderes occidentales carecen de poder de decisión puesto que son marionetas en manos del verdadero estamento del estado profundo. Más allá de la probable realidad de estas afirmaciones, la crisis que el sistema posee en su fuero más interno le impide llegar a niveles de consenso en los cuales se haga visible el diseño de la política para los próximos meses. El atentado en Moscú marca una mala señal que apunta hacia fuerzas irreconciliables que no están dispuestas a reconocer la victoria de Rusia y que harán lo posible porque la diferencia entre las potencias no sea salvable, aunque haya mañana un cambio en la Casa Blanca. La misma jugada que se vio en cuanto al atentado al Nordstream se observa en esta operación. Es la táctica de golpear tanto las relaciones, que ya no haya forma de recomponerlas y entonces dejar preparado el escenario para cuando la agenda globalista de poder pueda continuar con su proyecto antirruso en Eurasia. Si vienen los republicanos, habrá tal nivel de crispación que será difícil recomponer los lazos con Rusia. Por eso el atentado, por eso además los llamados en Occidente a no aceptar ningún ofrecimiento de paz que posea fuerza de tratado legal, ya que eso es para ellos otorgarle la razón a las posiciones de Moscú y es algo que el globalismo no está dispuesto a ceder: el puesto que viene ocupando frente a la opinión pública en las narrativas mediáticas. 

Más que una guerra entre Rusia y Ucrania se trata de una confrontación entre dos mundos que parece irreconciliable. No se trata de que los dos polos respondan a las viejas ideologías de siglo XX, sino a entendimientos de la geopolítica que pasan por intereses concretos de elites de poder. El globalismo como la creación última del neoliberalismo mundial, que apuesta por la globalización de un imperio financiero que controle absolutamente toda la política a partir de su monetización. El soberanismo de las grandes naciones con un peso empresarial en las exportaciones industriales que no se doblegan ante los problemas creados por las monedad inflacionarias de occidente y que son capaces de generar su propia matriz de crecimiento. Todo lo que quede en el medio de estos dos polos será absorbido como le pasó a Kiev que está cautivo de la opción occidental y que ahora mismo debe acatar las órdenes, aunque ello ponga en juego la supervivencia existencial de la nación. En este juego entre un polo y otro, además, no se va a tener contemplaciones cuando se trate de guerras de baja intensidad y quienes estén dispuestos a ser carne de cañón serán destruidos hasta la saciedad. 

Una cosa sí hay que tener en cuenta, el mundo se ha globalizado hasta un punto en el que ya no es posible esconderse y todo se sabe y todo incide. Esa cadena de sucesos precisamente es lo peligroso, ya que un simple accidente puede dar paso a interpretaciones y a que comience un poder de fuego de consecuencias inimaginables. Las operaciones de entrenamiento militar en el Mar Báltico por parte de las fuerzas atlantistas no solo son una provocación a Rusia, sino que están muy cerca de los enclaves de Moscú y pueden dar paso a que acontezcan hechos lamentables. Alguien puede aprovecharse de la situación e interceder para la creación de cadenas de falsa bandera donde salga perjudicado todo el mundo. Incluso se puede hacer uso del propio Estado Islámico que no es otra cosa que un elemento del mercenarismo militar global que opera a sueldo de cualquier causa, con el solo objeto de crear terror. 

En esa cadena que es el mundo como aldea global, hay que remitirse a los peligros de 1914, cuando un incidente desencadenó la guerra y ya la hizo irreconocible y de proporciones apocalípticas. Ahora mismo, quienes instigan, creen que pueden llegar en un mes o unas semanas a Moscú o a Madrid. Cosas del ser humano, que no aprende y se cree capaz de todo mediante la fuerza. 

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