Geopolítica: Crisis, catarsis y escarceos en la ONU
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Las Naciones Unidas han convocado una vez más a sus miembros a la Asamblea General y ha salido un conjunto de matrices de opinión sobre el manejo de las cuestiones de gobernanza a nivel global. En el contexto de las elecciones en los Estados Unidos, este encuentro reviste importancia. Existe coincidencia en que el mundo está en un punto de inflexión en cuanto a cuál debe ser el proyecto político que tendría que prevalecer. Por una parte, se ha intentado un falso consenso en torno a las metas comunes del 2030 que a la vuelta de la esquina parecen inalcanzables. Hoy el mundo no solo es más inseguro, sino que para nada ofrece las garantías de gobernanza e igualdad que recoge la carta fundacional. Los mecanismos de paz, como el Consejo de Seguridad, solo sirven para que las facciones en pugna se anulen mutuamente mediante el poder de veto y de tal forma queda en cero cualquier iniciativa que busque resolver conflictos. Ello ha llevado a las guerras de Ucrania y de Gaza a un punto muerto en el cual pareciera que solo los poderes oscuros, como el complejo militar industrial, los globalistas y las agencias de influencia; tienen la posibilidad de dar paso a algún tipo de diálogo con Rusia y no Kiev, que se halla raptado por el oportunismo y la ineficiencia de su líder, por su servilismo a Occidente y por sus propios intereses.
En la tribuna de la ONU se trataron temas medulares, algunos países dejaron claro que están comprometidos con la paz, pero que ello no quiere decir que se pongan de parte de tratados en los cuales se deja fuera el derecho de los pueblos a sus recursos y su autodeterminación. Precisamente, la agenda de los países centrales del sistema mundo del capital es cómo exportar la crisis y la deuda mediante mecanismos financieros que compliquen esa soberanía de los países más pobres. Ante el debate sobre las metas del ecologismo, se hizo evidente la hipocresía de naciones desarrolladas que son las principales emisoras de gases contaminantes, las cuales les piden a los menos avanzados que no exploten sus recursos, renuncien a la agricultura o coloquen sus riquezas a recaudo de las agencias e influencia de occidente. La ONU, con sus mecanismos diplomáticos, se ha evidenciado como un espacio lleno de vicios que la entorpecen y la colocan en una encrucijada histórica. Nadie puede negar la crisis que el sistema de tratados posterior a la Segunda Guerra Mundial está atravesando. De hecho, se trata de uno de los agujeros negros más grandes en su devenir. Creada para frenar la ocurrencia de una conflagración mundial, hoy la ONU no logra reunir en un mismo foro a todos los políticos. De hecho, en varias ocasiones hubo retiradas de determinados representantes, ante el inconformismo con una figura e idea. El consenso tan necesario no estuvo en el menú y primaron las posiciones de fuerza, el autismo político, el monólogo y la carencia de metas claras sobre como alcanzar una gobernanza en común.
La ONU atraviesa un periodo de su historia en el cual se está replanteando una reforma sobre todo de su vertiente de seguridad. Pero he ahí uno de los más grandes obstáculos. Una organización que está cuestionada desde hace décadas por su parcialidad occidental no podrá tener un sistema que sea eficiente hasta que logre un equilibrio entre el poder global y el derecho de los pueblos a la soberanía. Porque si dañino ha sido que el organismo no alcance un criterio consensuado, más aún lo es la imposición de agendas ideológicas que no son fruto de la representatividad ni del respeto.
Las asambleas generales deberían ser el momento para que las naciones alcancen el consenso necesario, pero más allá del enfrentamiento, priman dos posturas fundamentales: los países centrales con su agenda de decrecimiento para el tercer mundo y la posición de fuerza hacia Rusia y las naciones que cuestionan el orden de los globalistas. Por ese camino, es lógico que el sistema de las naciones unidas termine vulnerado y que organismos como el BRICS tomen mayor relevancia ya que les ofrecen a las entidades la posibilidad de acceder a estructuras en las cuales no se les condiciona, no se les coarta y no se les ponen agendas antisoberanía.
Aunque algo sí hay que mencionar, la necesidad de que los países más desfavorecidos y aquellos que son la alternativa se dejen escuchar. En ese punto, la ONU sigue siendo un punto de posicionamiento de narrativas que contradicen las matrices occidentales; pero no porque ello sea propio de la esencia de la organización. En otras palabras, los países no deben dejar el terreno pues es ocupado por otros que en su lugar imponen los discursos excluyentes de la élite. Hay que destacar la intervención de un Biden envejecido y desgastado, a quien se le nota el cansancio y que no hizo otra cosa que potenciar el discurso anti Putin como un arma política ante la evidencia de que su mandato dejó mucho que desear, sobre todo en política exterior. La doble moral de Occidente que pretende darle a la guerra en Ucrania el tratamiento de genocidio, pero que mira hacia otro lado con la muerte de civiles en Gaza le resta credibilidad a la ONU y sus foros y envía un mensaje desesperanzador a los pueblos del mundo.
Cuando en 1945 se dejaron de escuchar los obuses sobre Europa, el mundo estaba devastado por una guerra que barrió con todo, solo los Estados Unidos permanecían intocados en el concierto de las naciones más poderosas. De ese nacimiento proviene la ONU, pero en el transcurso de las décadas sus foros han servido para contradecir ese objeto primigenio. Llena de programas que se quedan en el enunciado, la organización se enfrenta al resurgimiento de la esclavitud posmoderna con una emigración desmedida hacia los países centrales del capital desde el tercer mundo. Dicho flujo, alimentado por las políticas expansivas del propio poder corporativo y por siglos de coloniaje, ha creado cuellos de botella y maneras de extorsión en las formas de empleo y subempleo. En esa situación, la esclavitud, que era un mal que se creyó erradicado, ha creado bolsones de miseria y de prostitución de los cuales se nutre y donde se mueven poderosas mafias en contubernio con gobiernos y agencias.
A la situación actual del mundo se ha llegado tras la inercia de varios mandatos que solo han trabajado en pos de metas en cuanto a enunciados y que tienen poco que mostrar en resultados. Mientras el aspirante a la Casa Blanca Donald Trump cuestiona la existencia de la ONU y del sistema de tratados posterior a 1945, las demás instancias internacionales miran cómo los rumores de una guerra atómica suben a los foros de discusión y se alude a la posibilidad de que el arsenal que no se accionó en la guerra fría entre en función en estos tiempos. Una cosa que daría paso a la disolución de la vida y a una ecuación de cero esperanza. Pero eso pareciera no ser importante ni aflorar entre las metas reales que la organización debería ponerse. La ONU actúa como un cascarón o caja de resonancia de Occidente en el cual se permite alguna que otra idea dispar, pero que las decisiones y el poder se mantengan en las mismas manos. Ha primado la imposición de narrativas y de visiones ideológicas por encima de la realidad concreta de los pueblos y de su necesidad. Ante el impulso imparable de países como China y la India no es extraño que en este siglo la sede de la organización global deje de ser los Estados Unidos o que se proponga una nueva gobernanza basada en las relaciones económicas y políticas cambiantes de los pueblos y de los países. Lo cierto es que la reunión de alto nivel apenas sirvió como una forma de catarsis ante las crisis que aquejan a la humanidad.
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