Con Duque: Males que empeoran
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Son muchos años sin que Colombia conozca la paz, quizás solo circunscrita a las inmediaciones de las grandes casonas de terratenientes, jefes del narcotráfico e inmuebles propiedades de quienes han detentado vilmente el poder.
La violencia y muerte se extiende por toda la nación suramericana, agravadas por esta pandemia que tiene a Bogotá, la capital, como su principal centro.
Masacres, asesinatos selectivos, expulsiones de campesinos y aborígenes se han concentrado más en los estados limítrofes, principalmente con Venezuela, donde siguen entrenando elementos paramilitares que amenazan a la nación vecina, y participando en acciones de sabotaje contra la asediada economía bolivariana.
En las últimas horas, han sido reportados asesinatos colectivos de indígenas, que no repara en niños, mujeres y ancianos, sin que las denominadas fuerzas del orden hagan algo.
Incluso Amnistía Internacional, que peca muchas veces por falta de objetividad, favoreciendo al Imperio, admitió que en una sola semana habían sido asesinados numerosos indígenas de las comunidades Awá, Nasa y Wounan.
El Estado liderado por Duque no se hace cargo, por lo que se hace acreedor nuevamente del ejemplo de la canción de una cantante colombiana, cuando calificamos a este presidente, la fiscalía y el resto de administraciones estatales de “sordos ciegos y sordomudos”.
Ello viene de muchos años atrás, pero empeora con el actual régimen. No importan los miles de asesinatos de sindicalistas, políticos de oposición e indígenas, ni los más de 200 periodistas silenciados, ni los miembros de plataformas por la paz como los casi 6 000 de Marcha Patriótica, ni los centenares excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que dejaron las armas y se acogieron a los Acuerdos de Paz firmados hace cinco años en La Habana.
Ahora no se hace nada, y antes muy poco, porque el Estado colombiano no encontraba motivaciones políticas en los asesinatos, y recurría a la coartada es siempre, el conflicto personal; en los poquísimos casos resueltos solo se logró llegar al sicario que ejecuta la acción, nunca al autor intelectual, como cuando se detuvo a un niño de 14 años por matar a tiros a un candidato presidencial de izquierda en el aeropuerto capitalino, cuando acababa de visitar la capital cubana.
En teoría, hay libertad de partidos; no obstante, la presión ejercida por narcotraficantes, paramilitares y fuerzas estatales sobre entidades reformistas y revolucionarias obstaculiza el despliegue en la zona rural y en las ciudades. A los opositores mas valientes se les crean falsos positivos judiciales, como hace algunos años a Piedad Córdoba, y se les inhabilita.
La libertad de expresión pareciera tambien funcionar a las mil maravillas; sin embargo, se silencia con el peso del plomo a periodistas que realizan denuncias comprometidas; en el mejor de los casos llega con despidos y amenazas por criticar a la oligarquía local y sus nexos con el paramilitarismo. No hace falta cerrar medios de comunicación como en las viejas dictaduras: delincuentes comunes’ asesinan y desaparecen a los periodistas más osados, provocando que los medios se autocensuren.
En Colombia hay libertad de sindicación, pero es el país del mundo con mayor numero de sindicalistas asesinados, los cuales ‘mueren’ casi siempre cuando se negocia algún tipo de convenio o se movilizan por algún derecho, en muchos de los casos se ha logrado establecer una relación entre los asesinos y las empresas, como en el de la embotelladora de Coca Cola.
Colombia es aparentemente una democracia, a pesar de los 15 000 presos políticos. Se presume de separación de poderes, pero los fiscales crean falsos positivos judiciales, y los jueces dictan sentencia sin esmerarse en descubrir la verdad.
Ello sigue y prosigue, porque con Duque son males que empeoran.
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