Assange, víctima de la traición

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Assange, víctima de la traición
Fecha de publicación: 
21 Enero 2022
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Las autoridades británicas se han esmerado en asegurar que están haciendo todos los esfuerzos médicos posibles para tratar de devolverle la salud a Julian Assange, el periodista australiano que tienen preso desde hace varios años, e indicado que, cuando se recupere, se agilizarán las gestiones para su extradición a Estados Unidos.

No importa las voces que se han levantado en el mundo para que no se dé este paso verdaderamente macabro, sino que se le otorgue la justa y merecida libertad al hombre que, al frente del portal Wikileaks, denunció los crímenes que el imperialismo realiza impunemente en diversas partes del mundo.

Así, el hoy prisionero en Gran Bretaña —ese acólito de EE.UU.—, gracias al traicionero papel del hoy exmandatario ecuatoriano Lenín Moreno, enfrenta una posible extradición a Estados Unidos, donde podría ser condenado a 125 años de prisión por dar a conocer los crímenes de los agresores norteamericanos en Afganistán e Iraq, y las torturas de todo tipo que realizaron, y realizan, en varios reclusorios, incluida la prisión que tiene en el territorio que ocupa ilegalmente en Guantánamo.

Lo real es que Assange ha sido víctima de un tipo de agresión que no requiere bombas ni otro tipo de armas, sino de la total censura de la élite que conforma este imperialismo que desde hace más de un siglo es controlado por el Banco de la Reserva Federal, entidad privada fundamental de ese establishment que tanto nombramos cuando nos referimos a quienes controlan el poder en EE.UU., pero cuyo dominio se extiende como un pulpo por todo el mundo.

Por voluntad de quienes integran esa Reserva Federal se declaran guerras, se financian atentados (Torres Gemelas, en Londres, en Madrid), se asesinan presidentes (Jaime Roldós, Omar Torrijos, John F. Kennedy, etc.) y se trafica con armas de destrucción masiva (Carlisle, Beche, Lookheed Martin, Raytheon, General Dynamics, McDonnel Douglas, Boeing, Northrop Grumman). 

La totalidad de sus integrantes son banqueros y dueños de los medios de comunicación (FOX, CNN, NBC, ABC, CBS, BBC, The New York Times, The Washington Post, etc.), quienes utilizan la estrategia de distraer a la población con programas de televisión superficiales, productos tecnológicos de corta duración, reality shows y dibujos animados que ridiculizan los valores familiares. 

Hay series que muestran objetivamente la realidad —sin dañar sustancialmente el sistema—, pero lo predominante son las noticias de asesinatos y crímenes —un caudal infinito—, con el propósito de destruir poco a poco nuestra confianza en el prójimo, evitando la unión de las personas y el accionar popular contra esos modernos esclavistas.

Manejan a su antojo a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), la Agencia Central de Inteligencia (CIA, escuela de terroristas) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Las principales familias mafiosas de banqueros son Rothschild (Inglaterra, Alemania e Israel), Rockefeller (EE.UU. e Israel), Morgan (Inglaterra), Warburg (Alemania), Lazard (Francia), Mosés Israel Seif (Italia e Israel), Kunh Loeb (Alemania y EE.UU.), Lehman Brothers (EE.UU.) y Goldman Sachs (EE.UU.).

Nada nuevo

Todo esto que citamos no es algo nuevo, ya se ha dicho con anterioridad, pero hay cuestiones que las memorias débiles olvidan y hay que tener presente, porque la han intentado, la intentan, revivir en nuestro país, para evitar que sea un ejemplo para otras naciones.

José Martí decía que «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras». Fidel, digno heredero del Apóstol, convocó a librar la «batalla de ideas», al comprobar que el fracaso económico y político del neoliberalismo no se traducía en la conformación de un nuevo sentido común postneoliberal. 

Desgraciadamente, la izquierda demoró mucho en tomar nota de todo esto, observó el pensador argentino Atilio Borón, pero el Imperio, por el contrario, siempre tuvo un oído muy perceptivo a la necesidad de controlar la conciencia de sus súbditos y vasallos, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. 

No de otra manera se puede comprender la importancia asignada a los estudios de opinión pública y comportamiento de los consumidores por la sociología norteamericana desde hace varias décadas. 

Estudios orientados a fines prácticos muy concretos: modelar la conciencia, los deseos y los valores de la población, en una escalada interminable que comenzó con investigaciones motivacionales para dilucidar los mecanismos psicosociales puestos en marcha en las estrategias de los consumidores en la sociedad de masas, hasta llegar hoy a los focus groups para saber qué quiere escuchar el electorado y quién quiere que se lo diga y cómo y, de ese modo, garantizar que los personajes «correctos» y aceptables triunfen en las elecciones, fabricando candidatos con el perfil exacto de lo que quiere el Imperio.

De Minerva y otros males

Noam Chomsky examinó este asunto en gran medida, y el mexicano Gilberto López y Rivas reveló que en un multimillonario proyecto de investigación, llamado Minerva, el Pentágono encomendó el estudio de la dinámica de los movimientos sociales en el mundo, con el objeto de neutralizar el contenido potencialmente revolucionario de organizaciones populares calificadas sin más como «terroristas». Esto era la actualización del famoso proyecto Camelot, que culminó con un escándalo a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado y que tenía las mismas intenciones, precipitadas luego del triunfo de la Revolución cubana.

Estos estudios fueron muy importantes para elaborar ciertos aspectos de la doctrina estadounidense en materia de política exterior. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, Washington identificó a dos actores clave para garantizar la estabilidad del nuevo orden imperial en la periferia: los pensadores —académicos, intelectuales y, más generalmente, los comunicadores sociales— y, por otro lado, los militares, imprescindible reserva última en caso de que la labor de los primeros no produjese los frutos deseados. 

Todos los grandes programas de becas para estudiar en universidades norteamericanas, así como los numerosos programas de intercambio cultural con jóvenes intelectuales y artistas, periodistas y comunicadores en general, tienen esa misma fuente de inspiración. 

Lo mismo cabe decir de los voluminosos programas de «ayuda militar» que Washington administra a escala mundial, porque junto al suministro de armas y el entrenamiento militar, viene la identificación de los enemigos internos. En ambos casos, el papel de las ideas mal podría ser subestimado.

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