Una sonrisa agradecida a Chaplin, en el 43 aniversario de su muerte

Sin dudas no se propuso Chaplin ensombrecer aquella navidad de 1977, pero justo el 25 de diciembre de ese año, Charles Spencer Chaplin dejó de existir.

No son muchos quienes hoy han recordado ese acontecimiento, sumido como está el mundo en los avatares de la pandemia y en estas raras celebraciones de fin de año, pero poco hace falta que sea uno de esos que llaman “aniversarios cerrados” para que se justifique evocar una vez más al genial actor de todos los tiempos.

Nacido en 1889, en Londres, Inglaterra, Chaplin fue también compositor, productor, guionista, director, escritor, editor, y, sobre todo, un ser humano de una sensibilidad y una ternura especialísimas, que tradujo en toda su obra artística. 

Basta recordar, solo a modo de un ejemplo, su personaje de el Vagabundo, en El Chicuelo, cinta que dirigió en 1921, o su Charlot en aquella otra emblemática Luces de la Ciudad (1931), escrita, dirigida e interpretada por Chaplin y considerada entra los cien mejores filmes del mundo.

Y su altísimo sentido de la humanidad encontró expresión también en largometrajes de crítica a la sociedad, como Tiempos Modernos (1936) donde denuncia desde su fino humor las infames condiciones de trabajo de la clase obrera , o Un rey en Nueva York (1957), en la pone al centro de su diana a la sociedad norteamericana de aquel entonces.

Considerado entre los principales íconos del séptimo arte, su huella ha quedado en innumerabes generaciones de cineastas  y también de espectadores de todas las edades y geografías.

Durante su prolífica existencia, Chaplin recibió el Óscar Honorífico en 1928 y 1972, resultó candidato al Premio Nobel de la Paz en 1948; y en 27 años después fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico. Su nombre ha quedado inscrito por sobradas razones en el Paseo de la Fama de Hollywood.

Dolorosamente, la salud de Chaplin, ya quebrantada por el asma, recibió el duro golpe del diagnóstgico de demencia senil a mediados de la década de 1960, y para 1977 había perdido ya todo validismo y falleció un día como hoy de ese año.

 Como tributo, regalémosle este día 25 una sonrisa agradecida a aquel que afirmaba que “un día sin sonrisa, será un día perdido”.