¿Una cumbre podrá cambiar el futuro?
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Imagen tomada de https://www.unep.org
Mientras se desarrolla la edición 29 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29 ) en la ciudad de Bakú, Azerbaiyán, muchas continúan siendo las interrogantes sobre el futuro de nuestro planeta, y menos las esperanzas, pero no debemos cejar.
En pleno evento, aunque invisibilizado para gran parte de los auditorios, se abordan temas muy complejos como las emisiones de gases de efecto invernadero que tanto dañan al medioambiente y por consiguiente a todo ser vivo. Sin embargo, pareciera que actuamos en bucle —y me incluyo porque me apasiona. Por una parte, seguimos hablando de lo mismo, tanto los poderes decisores, y, por supuesto, nosotros, quienes queremos un mundo saludable y digno que nos dure el máximo posible. Pero ¿cuánto es ese tope, diez años, veinte, cuarenta? Es insuficiente.
Siento mucho que nos repitamos, pero ¿qué podemos hacer desde la prensa sino denunciar y decir hasta el cansancio que demasiado se habla y poco se hace, que se firman acuerdos y establecen listas de acciones y poco nos llega, que se gastan recursos económicos y los resultados, no sé, no los vemos? Nada más está en nuestras manos. Ojalá algún día sea tangible, de verdad, lo que sea que estén haciendo por limitar el perjuicio, por salvar la flora y la fauna, por vivir de modo más amigable con la naturaleza, respetando los procesos y evitando acabar con todo recurso como si exprimieran una naranja hasta sacarle la última gota de zumo.
Mucho se dice de la responsabilidad de las grandes potencias porque suelen ser las de mayor gasto energético , y contaminación y derroche y explotación de recursos naturales, pero también es en esas naciones donde se cuenta con la economía suficiente para resolver con celeridad métodos alternativos a los que actualmente usamos, y porque también les alcanza y sobra para ayudar a los pequeños y pobres territorios que no pueden hacer por sí mismos.
No obstante, esa no es la única solución. Todo cuenta y también bastante pudiéramos hacer desde nuestro limitado espacio, en nuestro entorno cercano. No debemos depositar la esperanza solo en proyectos enormes si desde casa no respetamos el medioambiente, si no fortalecemos la educación ambiental, si no promovemos alternativas e incentivamos iniciativas que son viables desde lo local.
Peor que la inacción en todos los niveles es la negación de lo que ocurre. El calentamiento global existe, es un hecho, y cerrar los ojos es una actitud infantil, desconsiderada y ridícula. Todo sucede porque las grandes acciones significan dinero, y muchos lo consideran una pérdida total de finanzas y tiempo porque creen que el desastre no les alcanzará, aunque sí, con seguridad, a las próximas generaciones. Los nietos de hoy vivirán desastres tipo Hollywood, es muy probable.
La mentalidad, entonces, es que “si no me daña directamente, no me importa”. Pero, los efectos del cambio climático ya se sienten desde hace rato. Ignorarlo no hará que desaparezca el desbarajuste que viene en forma de sequía o de inundaciones por fenómenos meteorológicos cada vez más rudos, o por la desaparición o degradación de ecosistemas, por escasez y muerte. Por eso no debemos cansarnos de volver una otra vez sobre el tema. Sobre todo cuando las estadísticas muestran que este año es uno de los más cálidos que hemos vivido. Esto no sucede al azar, tiene causas y consecuencias, en nosotros mismos.
En la COP29 se abordan temas cruciales como la reducción del uso de combustibles fósiles, pero lo poco que le queda al planeta se lo disputan con fuerza, ¿quiénes? Los mismos de siempre, las naciones más fuertes. Por lo tanto, es muy difícil sacarles esa idea fija que, nuevamente, significa dineros y poder, una combinación que vuelve loca a medio mundo y no les importa el costo.
Y aunque se escucha sobre el empleo de energías limpias, las políticas ambientalistas no logran ser masivas, y por tanto se mantiene todo aquello que incide directamente en el calentamiento global. Esto habla del incumplimiento del Acuerdo de París, casi una década después de ser firmado por 196 naciones que prometieron acción antes del año 2030, que es el momento, según los cálculos, de no retorno si seguimos como vamos.
Cierto es que se ha trabajado. No lo desconocemos. Pero resulta incipiente aún, no determinante, al menos, hasta ahora. Y por tanto si no es concluyente y avizoramos caos y destrucción, si nos parece abstracto no podemos callarnos, debemos seguir vigilantes y, hasta el cansancio, promover que salvemos el único planeta que tendremos.
Importante sería que aprovecháramos el contexto de la COP29, ya que congrega a representantes de la mayoría de países, entidades y sociedad civil, y cuenta con la atención de quienes de verdad sí pueden decidir que pensemos juntos en el futuro de la humanidad, y que en realidad se cree compromiso y actúe, más allá de organizar agendas y finanzas, en encontrar alternativas al uso del petróleo, del gas, y del carbón, por ejemplo, así como cuidar la biodiversidad.
Aunque nada me hace optimista, todavía quedan unas jornadas para sorprendernos de que este evento no sea uno más como tantos, que marque la diferencia y se tengan en cuenta las investigaciones científicas, los proyectos innovadores y otros estilos de vida. No obstante, desde la propia concepción de la COP29 nos resulta sospechoso y doble moral que se desarrollara en un país que basa su economía en el gas y el petróleo. Ya lo vimos antes y poco ocurrió más allá de definir presupuestos.
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