¿Un mundo sin redes sociales?
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Imagen tomada de Internet
Pues sí, es el deseo de muchas personas que ven en las redes sociales una amenaza difícil de controlar. Al principio, muy al principio, parecía una idea ingenua esa de conectar a una persona con otra. Era bonito encontrar amigos de la escuela primaria que no veíamos hacía 20 años, así como hacer más fácil la comunicación en tiempo real con el familiar lejano, incluso trabajar a distancia y usar las redes como apoyo, o encontrar allí todo tipo de datos porque la biblioteca nos queda a kilómetros.
Sin embargo, luego se ha convertido en un tema tenebroso. Los ejemplos sobran, los vemos en las noticias, pero podemos imaginarlos si somos observadores, si entendemos la cantidad de información que recopilan de nosotros con solo un clic. Es para tener miedo, la verdad.
¿Qué es lo que pretenden los grandes consorcios con tantas referencias? No es que nos creamos los más importantes del mundo, pero siento que no hay respeto a la privacidad, que todo el tiempo apuntan qué nos gusta, dónde estamos, con quién hablamos, hasta lo que decimos y cómo nos vemos porque cada dispositivo tiene una cámara y no confío en que se active solo cuando queremos.
¿Para qué tanto detalle? Además, sus políticas de seguridad suelen ser confusas, con algún grado de ambigüedad.
Sí, porque que todo está encriptado de extremo a extremo, no sé, es complejo fiarse. Y lo peor es que resulta más complicado aún renegar de ellas. Aunque vivir aislado no está del todo mal por temporadas.
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Eso por un lado, por el otro, afecta la salud mental. Está comprobado, las redes sociales son adictivas, sobre todo para niños y adolescentes que pierden allí tiempo muchas veces sin control. A los adultos también.
Según estudios, afecta el sueño, provoca inestabilidad psicológica que perturba la alimentación, en la capacidad de socializar, en la concentración para actividades cotidianas y por tanto en la productividad, el rendimiento escolar y laboral porque incide directamente en el área cognitiva. En las estadísticas más graves, se relaciona con el incremento de los niveles de suicidio.
O sea. Más grave no puede ser.
Es un fenómeno aún en estudio, pues las redes sociales apenas tienen dos décadas. Las consecuencias son importantes. Se han reportado crímenes orquestados desde allí, organizados a partir de los lazos que en el espacio virtual se crean con exceso de confianza y con la entrega ciega de información personal.
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El uso prolongado de estas plataformas puede ser nefasto. Lo dicen investigaciones recientes, pero desde hace rato están las señales. Y a la comunidad científica le interesa, a la gente común le preocupa y cada vez intentan poner más límites a sus hijos, pero no resulta fácil porque crea dependencia y resistencia.
Entonces, si a nivel gubernamental se restringen, se acusa de censura, de falta de libertad de expresión, y de mucho más porque es imposible que todos nos pongamos de acuerdo. Por eso es mejor que las medidas sean tomadas a lo interno del hogar, con los pequeños, y con nosotros mismos de manera sincera.
Es prácticamente una epidemia mundial. Y ya que las grandes empresas evaden la responsabilidad de garantizar seguridad, nos toca actuar. Ya sé, los niños ni valoran salir a jugar al parque si tienen un teléfono celular a mano y tildan de perorata cuando les contamos lo divertidos que eran los juegos “de antes”, esos que no se apagaban por baja batería, que involucraban a otros en persona y no a través de una pantalla, que hacían sudar y estimulaban el pensamiento porque había para todos los gustos.
No se trata de ir contra el desarrollo y negar las bondades que nos ofrece la tecnología, sino de tener cuidado, de ser suspicaz, de entender lo vulnerable que quedamos a tanta exposición. El problema no son las plataformas sino el uso que les damos, que creamos que la vida es allí, cuando off line es mucho mejor en todos los sentidos.
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