Tantos reclamos no pueden estar equivocados
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Fotografía tomada de https://www.france24.com/es/
Resulta irónico que la primera potencia mundial, el país que tanto ruido hace por «luchar» a favor de la paz, contra el terrorismo y supuestamente cualquier forma de opresión, destaque hacia sus adentros como una nación donde los agentes del orden pueden aprovechar su poder para imponerse ante ciudadanos, que pacíficos o no, casi siempre están en desventaja. Una vez más el pueblo estadounidense reclama justicia, se manifiesta en las calles y ante instituciones. Sí, porque, aunque suceda con frecuencia que la policía actúa con demasiado despotismo, las personas comunes no se acostumbran, prefieren un país seguro para todos, y eso incluye tanto que los funcionarios no se extralimiten y hagan justo su trabajo, como que el ciudadano respete a los uniformados.
Sin embargo, lo que sucede dista mucho del paraíso social que nos dibujan sobre nuestro vecino del norte. Inmensa es la lista de las personas ultrajadas, lastimadas y asesinadas por la policía estadounidense. Las palabras que resaltan son injusticia y arbitrariedad, y el nombre que ahora se encuentra en boca de muchos es Tyre Nichols, casualmente, afroamericano, ¡otra vez un negro!, y de tan solo 29 años, quien a inicios de este enero se encontraba en el lugar y momento equivocados, y coincidió con, no uno, sino ¡cinco policías!, enormes, fuertes, con expresión intimidante al usar porras, gas lacrimógeno, armas de fuego y taser. Tenían todas las herramientas para enfrentar a una pandilla de revoltosos, pero se encontraron a ese muchachito.
El caso de Tyre Nichols, de Memphis, Tennessee, es tan solo uno más que demuestra el abuso de poder. Las denuncias contra la violencia policial son comunes, y así lo evidencian las estadísticas. Por ejemplo, en 2022 fueron registrados más de mil homicidios de ese tipo en Estados Unidos, cifra que lo ubica como el año de mayor cantidad de asesinatos, a manos de la policía, en casi una década.
Muchas han sido las víctimas. Recordemos a la más reciente de gran alcance mediático: George Floyd, en Minneapolis, Minnesota, 2020. I canˈt breathe (no puedo respirar), es lo que repitió unas 20 veces, y decidieron ignorar su súplica. Algo parecido sucedió esta vez con Tyre Nichols. Fue brutalmente golpeado mientras llamaba a su mamá. ¿Puede existir un ruego más lastimoso que ese? Sin embargo, no se detuvieron. El muchacho fue hospitalizado en estado grave, y murió tres días después.
A los culpables les están iniciando los procesos. Pero con penas no se resuelve la vida que se cobraron, no le devuelve el consuelo a su familiares y amigos, tampoco garantiza un escarmiento real. Y eso es precisamente lo que exigen los manifestantes, justicia, acompañada de reformas de las prácticas policiales y, sobre todo, fin de la discriminación, que es uno de los males más arraigados en la nación norteamericana.
El hecho es un reflejo de cómo anda la sociedad de viciada. Y no se trata de que la policía sea benevolente. Es difícil serlo, pero imponer respeto y hacer cumplir la ley se puede hacer de tantas formas no violentas.
No obstante de las acusaciones, de las condenas, de las palabras de arrepentimiento y de aliento, también existe impunidad, medidas blandas, represalias, y silencio.
El verdadero mal de Estados Unidos es no escuchar a su pueblo, sus necesidades, sus quejidos. Los gobernantes deberían considerar que están en sus puestos para el bien común, y que tantos reclamos no pueden estar equivocados. Pero no, arrastran con el pasado racista y las consecuencias del uso excesivo de la fuerza. Intentan manipular y encubrir, dejar que el tiempo pase, creyendo que así se olvida, pero no.
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