La convivencia es un ejercicio muy difícil, tanto en el entorno familiar como con amigos y en el trabajo. La dificultad radica en los distintos temperamentos que tenemos, en que cada persona tiene costumbres propias, manera de ver la vida y reaccionar. Además, a veces no practicamos la tolerancia, somos rudos y no colaboramos para que las relaciones fructifiquen. Ante un episodio de confrontación conviene respirar y no responder con el primer impulso.

Sin embargo, ocasionalmente nos tocan relaciones cercanas demasiado agotadoras, tirantes, con altercados que nos desbordan, y lo peor es que no podemos evadirlas. Probablemente todos durante nuestra trayectoria laboral hemos encontrado personas peliagudas, tratarlas resulta un poco más que espinado, y esto afecta la calidad y el ambiente de trabajo. ¿Qué podemos hacer entonces?

En primer lugar, cuando identificamos que consiste en un individuo áspero y no un hecho puntual —sí, porque un mal momento lo tiene cualquiera— no parece saludable enfrentarlo así de golpe, mucho menos al calor del suceso. Ya sé que no es sencillo ser paciente, pero casi siempre ayuda a evaluar el escenario objetivamente.

Asimismo, los psicólogos laborales y expertos en recursos humanos recomiendan no tomarlo personal y comenzar por enfocarnos en nosotros mismos, conocernos, reconocer que nuestra perspectiva no es la única válida, y que no tenemos que estar siempre de acuerdo con los demás en la oficina para mantener una conexión digna y cumplir con las responsabilidades.

Aunque siempre habrá personas a quienes no le agradaremos u otras que igual nos resultarán incómodas, no podemos, simplemente, abandonar un proyecto o vivir en eterna confrontación porque eso no es de persona civilizada, inteligente ni profesional. Evitemos altercados y las situaciones de estrés siempre que esté a nuestro alcance.

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¿Cómo lo hacemos? Cuando trabajamos debemos ser mucho más comprensivos. Por eso vale respetar, no contribuir hablando de los otros, no gastar tiempo tratando de convencerlos para que cambien su forma de pensar, sino negociar procurando ser empáticos.

Tanto si es con un compañero como con un jefe o cliente, corresponde ser condescendiente; y de igual forma esto aplica si debemos lidiar con personas de personalidad compleja en otros entornos, en la propia familia, con los vecinos, o en el círculo de amistades. Donde sea.

Las personas conflictivas coinciden en algunas características como no escuchar, querer tener la última palabra, no cumplir sus compromisos, criticar, descalificar, enredar, y más. En los casos más extremos poseen poca gestión emocional, y pueden ser caprichosos, prepotentes, sensibles, hostiles, malhumorados y reaccionar con agresividad. Esto favorece el carácter enrarecido.

En muchas oportunidades debemos vestirnos de psicólogos si queremos salvar un proyecto, una relación. Podemos mirar la situación desde la óptica del otro y tratar de entender su comportamiento, indagar si tiene base en alguna experiencia pasada que no pudo resolver porque nadie es belicoso sin motivo.

Mientras se pueda mantener el control emocional ayuda hacer una lluvia de ideas para trabajar en soluciones puntuales o para investigar comportamientos, y este debe ser un ejercicio de amabilidad, en calma, ofreciendo la oportunidad de expresarse.

Es cierto que quizás el conflicto no se solucionará, pero quizás lograremos entender la causa y tendremos la satisfacción de intentarlo. Si ese es el caso, pues debemos enfocarnos en lo positivo, no ser vengativos, reducir el contacto y establecer límites al trato, dejarlo todo en estrictamente necesario. No conviene buscar siempre quién tenga la razón sino enfocarse en los objetivos generales.