París 1900: el olimpismo herido

París 1900: el olimpismo herido
Fecha de publicación: 
24 Mayo 2024
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El estadounidense Alvin Kraenzlein, flecha en la pista. Da en el blanco. Amo de los 60 llanos con 7 segundos, de los 110 y los 200 con obstáculos con 15.4 y 25.4. Ahora se dispone a competir en el largo. La carrera de impulso. Vuela. Cae. 7 metros y 18 centímetros. Otro premio dorado. Los cuatro son nuevas marcas olímpicas. La de las vallas cortas, mundial también. Son sus Juegos. Esperen, vamos a parar momentáneamente este filme de la segunda edición olímpica. Estamos en París, 1900.
   
Para llegar a la Ciudad Luz hubo que recorrer un camino bastante oscuro lleno de trabas. La magna cita coincidía en tiempo y escenario con la Segunda Exposición Universal. Pues a aprovechar la coincidencia pensó Coubertin. Al habla con Alfred Picard, el organizador de la reunión comercial. Claro que sí, respondió el interpelado. Puso manos a la obra: se beneficiaría de la lid de los músculos, le sacaría publicidad y dinero.
 
El señorón y sus cómplices anuncian la justa como los concursos de la exposición, evento de carreras a pies y combates corporales. Intentan incluir el billar, la pesca con caña, los salvamentos marítimos... Y los incluyen. Quieren impregnar las competencias de un sabor de feria y la usan cual simple instrumento de la exhibición. El comité nacional con vistas a la justa, al frente está el vizconde de La Rochefoucauld, queda cual títere de los intereses del grupo que tiene a su cargo la otra reunión. El negocio siempre ha maculado y maculará el deporte.

Las dificultades crecen. La Unión de Sociedades Francesas de Deportes se separa de las labores organizativas. De contra, llega un coronel norteamericano con la idea de “realizar concursos atléticos, campos de juego, con el fin de enseñar a los demás países el verdadero deporte”. Esa son sus palabras. El llamado Comité La Rochefoucauld opta por disolverse el 22 de abril de 1899.

Dos inasistencias son potentes trompadas: la de Grecia atormentada por una lucha interna, en la que, según el historiador español Juan Fauria, “se llegó a acusar a los Juegos Olímpicos de haber servido de trampolín para las reuniones de comisiones de las colonias”; y la de los óptimos remeros británicos, porque no aceptan ninguna otra competición que intente ser superior a sus regata reales de Henley.

Pierre no se rinde. Busca apoyo, y lo encuentra a medias en Daniel Merillón, quien ha sido designado director del programa competitivo desde el 19 de febrero de 1899. Decimos a medias porque incluye torneos con gusto a circo al programa. Coubertin viaja a Berlín, Praga, Estocolmo, Moscú, Copenhague. Se comunica con autoridades deportivas de EE.UU. para derrotar la intención de no participar que gana fuerza allí.
    
Vence el olimpismo, pero queda mal herido. Se vio obligado a hacer concesiones. Los Juegos durarán del 14 de mayo al 28 de octubre de 1900. ¡Seis meses fustigadores de la pureza del certamen! No hay ceremonias de apertura y de clausura ni medallas para los triunfadores: los regalos incluyen pipas, boquillas, botellas de vino, búcaros, por peculio privado. Tampoco las hubo en la liza inicial. La mayoría de los ases se niegan a aceptarlos. Las pruebas se efectúan de forma anárquica, en bastantes áreas poco idóneas, y sin la suficiente información hacia el pueblo.

No obstante, la participación y la calidad superan a las de hace cuatro años: 1 225 contendientes de 24 países, por 285 y 13. Aunque no se programaron las pesas y la lucha, de 9 disciplinas y 42 pruebas en Atenas, se llegó a 18 con 86 pruebas.

Importante, arriban las mujeres y el fútbol. Primera campeona: la inglesa Charlotte Cooper al derrotar a la gala Helen Prevost en la final. Hay otra titular: la golfista estadounidense Margaret Abbott. Los británicos se impusieron en balompié.
 
Pese al adelanto, Coubertin no quedó contento. En su diario escribió: “Si hay algún lugar en el mundo donde son absolutamente indiferentes con los Juegos Olímpicos, ese lugar es París”. Fue demasiado duro con la capital francesa. Las mayores culpas caen sobre la etapa: la sociedad no está preparada para entender y, mucho menos, cumplir los objetivos de la fiesta rescatada y mejorada por el gran humanista. Existen demasiados rezagos del pasado y se añade el poder cada vez mayor, de brazos con el egoísmo, de Don Dinero. ¿Acaso en el siglo XXI se comprende y se realiza a plenitud? Peores peligros tendría que enfrentar el olimpismo en las próximas citas.

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