Lo más fácil es ahorrar
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Imagen: tomada de https://www.gq.com
Alguna vez escuché que «la tercera guerra mundial sería por agua», y parecía una frase tremendista, a pesar de que aquí mismo, en Cuba, sin ir muy lejos, hay muchas personas que viven con escasez de este recurso vital y tienen que ahorrar hasta la última gota y a veces bañarse en casa del vecino o ir a otro municipio a lavar, mientras contrasta con el derroche de otras y los tantos salideros en áreas particulares o empresas, y en las calles de toda Buena Vista, Playa —por ejemplo—, donde para saber si es «día de agua» basta con asomarse a la acera y ver arroyos de sur a norte, buscando el mar.
Lo lamentable es que estos escenarios, tanto la falta como el despilfarro, son repetidos en muchos barrios y ciudades. Y así ocurre en el mundo. Existen zonas que no cuentan con redes hidráulicas eficientes o un adecuado saneamiento del líquido que circula; hay países como Kuwait que deben importar grandes cantidades porque la del grifo no sirve nada nada o no alcanza para las actividades elementales y el consumo.
Y a veces tenemos esa información, pero no concientizamos hasta que llegamos a un lugar —Venezuela, mi caso— donde no puedes beber agua si no es comprada, no interesaba si querías hervirla cuatro horas o filtrarla, debía ser embotellada si pretendías mantener la salud. Allí, al menos, era producto nacional.
Es un problema serio, universal. Más de dos mil millones de personas no tienen acceso al agua de calidad. Y las regiones más complicadas se encuentran en Oriente Medio, África del Norte y el sur de Asia por muchos motivos como la aridez, la contaminación, la sobrepoblación y la mala gestión. Sin embargo, también en América Latina. Para el año 2050 se estima muy elevado el estrés hídrico en el mundo, que alcanzará, incluso, a naciones desarrolladas.
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué se acaba? ¿Podremos realmente trabajar para ahorrar y distribuir mejor este recurso no renovable?
Cada vez pareciera que la premonición de conflicto bélico no está muy alocada y que, si no nos matamos unos a los otros por posturas egoístas y ambiciosas, o quedamos fritos en este planeta por el calentamiento global que hemos propiciado, caeremos en un sopor sediento, en un arrebato por dominar cada riachuelo; o llenaremos de agujeros la superficie terrestre para buscar corrientes subterráneas; o volveremos a los rituales en taparrabos para invocar a la lluvia; o, muy seguro, intentaremos disputarnos la Antártida antes de que se termine de derretir la última piedra glaciar del Lambert.
Parecerá exagerado, y quizás mi generación solo logre vivir el inicio del caos. Pero cuando la desalinización y el tratamiento de aguas residuales son alternativas, y de ese contenido hay bastante, no es una idea suficiente porque requiere recurso. Lo más sensato es siempre lo más complejo: organizarse, trabajar por el bien común y no para cuatro gatos, invertir en crear y mejorar infraestructuras, y, lo más difícil de conseguir es lo más fácil de todo, ahorrar.
Imagen: tomada de https://fotografias.lasexta.com
Se trata de un recurso vital, limitado e insustituible.
El Día Mundial del Agua se celebra cada 22 de marzo desde hace más de 30 años. Ha transcurrido un período considerable y cada vez la crisis es más cruenta y alcanza a más personas, lo que ratifica que las acciones son exiguas.
Es una fecha que sirve de impulso para iniciativas que no deberíamos dejar en la mesa, sino promover como prioridad. El acceso al agua potable es un derecho humano y las medidas deben ser urgentes porque las consecuencias de su escasez son irreversibles. Sus efectos son notables en todos los ámbitos como la alimentación, la salud y la economía.
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