La impuntualidad no es un derecho
especiales
Imagen tomada de https://viviendoencasa.mx
Cualquiera se puede retrasar una vez porque es imposible predecir imprevistos, y a veces falla el transporte o aparece una novedad, pero esas personas que no han salido de sus casas y por teléfono dicen que ya están llegando a donde las esperan; esas que, aunque tengan compromisos, se rezagan demasiado en cualquier tarea, la más simple, y no sienten el mínimo remordimiento cuando demorando su agenda afectan la de los demás porque siempre llegan tarde; esas que tienen fama de impuntuales, y repiten el mismo patrón una y otra vez, aunque les llames la atención, aunque te juren que esta vez sí llegarán a tiempo, ¿qué les sucede?
Me llama la atención ese comportamiento. Quizás tiene que ver con la crianza que tuve, de casi régimen militar dentro y fuera de casa, y aunque reconozco que en este aspecto la tensión que me produce la tardanza no es saludable, considero que aprender de responsabilidad y puntualidad desde muy temprano en mi vida me ayuda a cumplir metas, y no puedo sentirme de otra manera que como debe ser.
Sin embargo, no estoy preparada para lidiar con ese aspecto a mi alrededor, me falta tolerancia y debo trabajar en ello porque nunca entiendo las razones de los otros, me parecen infundadas, por tanto, creo que puede ser motivo del por qué prefiero permanecer en colectivo pequeño, sino sola.
Lo reconozco. Tengo un problema de comprensión que me lleva a analizar el fenómeno con frecuencia, y no consigo entendimiento, sobre todo cuando admito que es tan común la impuntualidad. Así que, en oportunidades, llego a la conclusión autocomplaciente de que en realidad la dificultad es mía, soy quien está mal; luego recapacito y me digo que no puede ser, que, aunque exótico, obedecer horarios es un valor necesario.
A los tardones crónicos les pregunto: ¿cómo es posible que, si les están esperando y tienen obligaciones, pueden estar tan tranquilos incumpliendo la hora, que es la primera norma social y laboral? Deben saber que no es correcto, ese proceder no solo lo sentimos como indolente, despreocupado e inadecuado; lo más importante es que juega con el tiempo de los implicados y siempre tiene un impacto.
¿Por qué esa actuación repetida? Diversas pueden ser las respuestas.
Para algunos se trata de una cuestión ética y ven tal condición como maleducada, irrespetuosa, de persona poco empática. A menudo parecen tener alguna dificultad de atención, se muestran muy relajadas, para nada estresadas, como si poco les importara. Quienes nunca llegan a la hora prevista suelen subestimar el tiempo que necesitan para hacer una tarea, no valoran los minutos de los otros, o a veces son así por aprendizaje y ahora repiten esa conducta de su familia, ya acostumbrados a que el mundo les espere.
Esa actitud escasa de rigor es vista como una falta de tacto hacia los demás. Pero, de acuerdo con interesados en el tema que sí poseen herramientas científicas —no como yo, que hablo desde el empirismo, el sentimiento y la incomodidad—, la impuntualidad no es solo la mala gestión del tiempo, y un fenómeno social que lleva exigencia, en ella influyen factores fisiológicos, psicológicos, situacionales, culturales, educativos y sociodemográficos.
Sin ánimo de justificar a nadie, y porque también me sorprendió leerlo, expertos consideran que algunos individuos presentan menores niveles de cortisol en las mañanas y eso hace que sean lentos e improductivos. O sea, este aspecto químico sugiere la falta de energía como una de las respuestas para la impuntualidad.
No obstante, ese no será el caso de todos los morosos. Ni tampoco los exime de la incomodidad que generan.
En no pocas ocasiones llegar tarde se relaciona con la responsabilidad que se tenga porque se supone que una persona con cierto grado de compromiso requiere organización y disciplina para no olvidar su agenda, y cumple porque si la primera tarea se dilata, el resto cae como dominó. Y si no es así, poco durará en su puesto, será un sitio caótico o con ambiente de inconformidad.
En oportunidades —las más— supongo que no consiguen cumplir ni consigo mismos por falta de motivación o de capacidad para administrar sus deberes. De ellas decimos «así es su personalidad», y las hay de todo tipo: despistadas de las que olvidan o recuerdan tarde, o muy optimistas que creen que todo estará bien, aunque comience después, o —las peores— les da igual respetar normas sociales.
Sin dudas, violar horarios puede ocasionar problemas en el entorno laboral porque es sinónimo de desconfianza, falta de interés, poco rendimiento. Igual sucede en el plano personal porque a nadie le gusta esperar por un amigo más de lo que estime lógico, y así, poco a poco, se deterioran alianzas.
Cuando la impuntualidad llega a ser un problema para las relaciones sociales y de trabajo, si el afectado quisiera, pudiera tomar algunos consejos para aprender a ser puntual. La clave de cómo se consigue la mencioné antes: organización. Resulta llevar un plan con los objetivos a tachar, y establecer el horario desde antes. O sea, calcular el plazo necesario para llegar al lugar pactado, y usar alertas para gestionar mejor ese tiempo.
Por supuesto, requiere esfuerzo. Primero se debe partir de si se quiere o necesita cumplir, y evaluar las consecuencias de no lograrlo. Por ejemplo, si el asunto es que le cuesta madrugar porque necesita más horas de sueño, se impone dormirse temprano o tomar alguna medida para que sea voluntad, aunque descanse menos.
También al conformar la agenda ayuda calcular las posibles adversidades y tener en cuenta el tiempo entre una tarea y otra, pues difícilmente estará en dos sitios a la vez o podrá dedicarle solo cinco minutos a alguna de alta complejidad.
A los directivos de centros de trabajo también les digo que esa manía de citar a los trabajadores media hora, o más, antes de la hora real de comenzar una actividad, tampoco está bien. Entiendo que esa medida es para que los remolones lleguen para el comienzo, pero no tiene en cuenta a los puntuales, quienes se sienten castigados, timados. Los horarios no deberían ser complacientes con las personas impuntuales, esa no es una manera para aprender. Para educarlas es preciso el llamado de atención, y la forma más eficiente de corregirlo es con entrenamiento y rigor, pero ya eso es asunto de cada administración.
En resumen: parezco inglesa, suiza o japonesa, pero no; mis orígenes son españoles y taínos, y fue en casa donde aprendí que es mejor llegar mucho antes que cinco minutos después, y que la planificación anticipada es fundamental para que nadie espere por mí ni posponga su orden del día. Me parece lo justo e imprescindible para, al menos, caminar hacia la productividad y no dejar plantadas a las personas de mi vida.
Aunque la percepción del tiempo es subjetiva, y cada quien posee su propio ritmo, los relojes existen para facilitarnos la existencia y en ellos debemos auxiliarnos si queremos que nos rindan las 16 horas del día que aproximadamente estamos despiertos. Recordemos que la disciplina es una cualidad para el éxito; que debemos fomentar la cultura de respeto si pretendemos mantener relaciones laborales adecuadas, con alto nivel de profesionalismo; y que esos son los mismos valores que podemos aplicar en la cotidianidad con familiares y amigos, más allá de los modelos parentales recibidos y de nuestras debilidades.
Consideremos los horarios establecidos, valoremos el tiempo de los demás, seamos corteses esforzándonos para llegar a la hora acordada, y avisemos cuando surja un imprevisto. La impuntualidad no es un derecho, no es apropiada ni bien vista, causa incomodidad, repercute en trabajo y vida social.
Añadir nuevo comentario