Esta foto -y otras muy similares- no es una novedad en Internet, pero verla con ojos nuevos puede ser un ejercicio interesante y hasta un divertimento refrescante en estos intensos días de calor.

La historia más repetida pero no por ello la certera –como sucede con lamentable frecuencia- es que se trata de la bicicleta que un soldado dejó atada al árbol antes de partir a la I Guerra Mundial, de la que nunca regresó.

Sin embargo, la agencia AFP en su sitio digital Revisión de hechos, asegura citando diversas fuentes que es otra la historia.

Rastreando Google Maps, por ejemplo, constató que el sitio donde se encuentra esta singular simbiosis es en la isla de Vashon, en Washington.

Fue el periódico de esta isla, el Vashon-Maury Island Beachcomber el que reveló en 2009 que “Dos generaciones coinciden en que la bicicleta perteneció a Don Puz, quien en 1954 la dejó en el bosque, la olvidó y nunca más volvió a buscarla”.

En aquel entonces, refiere el periódico, Don Puz era un niño quien había recibido este juguete como donación para reemplazar las pérdidas sufridas por la familia a raíz de un incendio ocurrido en su vivienda.

La casa de Don estaba a unos cientos de metros del ahora famoso árbol, y su madre, Helen Puz, con 97 años en el momento de ser entrevistada, refirió que simplemente el niño había ido en la bicicleta al bosque cercano a jugar con un grupo de amigos, y al retornar a casa, allá junto al árbol la dejó porque “Aparentemente, él no estaba muy entusiasmado con esa bicicleta”.

Luego que, al pasar de los años, comenzara a circular la foto del árbol y la bicicleta fusionados en un abrazo de madera y metal, madre e hijo fueron a visitar el lugar porque algo les resultaba familiar.

Don la identificó de inmediato: “Cuando vi esa bicicleta, la reconocí, porque no creo que haya visto otra igual”, afirmó al periódico.

Preguntaron a Helen si le sorprendía que el árbol hubiera crecido de esa forma en torno al ciclo, y la mujer respondió: con una sonrisa: “No, cuando tienes 97 años ya nada te sorprende”.

Pero quizás no haga falta tener tan avanzada edad para no asombrarse; probablemente baste con abrazar confiadamente, como lo hizo el árbol con el juguete, las insospechadas potencialidades de la naturaleza, y de este mundo todo, del que a diario se descubren nuevas verdades.

Pareciera, por ejemplo, que las nervaduras y fortalezas del tronco se propusieron atrapar el tiempo encerrándolo en una bicicleta.

Sin embargo, quizás por el misterio de las paradojas –y solo metafóricamente hablando-, su existencia lo que hace es confirmar uno de los más interesantes y relativamente descubrimientos en cuanto al tiempo.

Es el correspondiente al reconocido físico italiano Guido Tonelli, quien se ha dedicado a estudiar el flujo del pasado, el presente y el futuro, y sentencia, desde la óptica de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, que el tiempo es un elemento material que “ocupa todo el universo, que vibra, oscila y se deforma”.

“La persistencia de la memoria”, igual conocida como Los relojes blandos, Salvador Dalí,1931

Haciendo añicos los más acendrados conceptos y juicios asociados a relojes y almanaques, Tonelli afirma que no es un concepto creado por los humanos, sino que “El tiempo es una sustancia, un elemento material”.

Lo indica en su último libro “Tiempo: el sueño de matar a Chronos”, donde este profesor de la Universidad de Pisa igual refiere que “En nuestra vida cotidiana no vemos oscilar el espacio-tiempo. Pero la verdad es que el tiempo fluye de manera distinta en diferentes regiones del universo, ya que depende de la ubicación, en particular de la cantidad de masa alrededor…"

Vaya usted a saber cómo ha fluido y fluye el tiempo en ese bosque de la isla de Vashon. Quizás haya hecho que árbol y bicicleta se abrazaran, no para inmovilizar o perpetuar una decisión, sino para indicarnos que, a pesar de todo, la maltrecha rueda sigue girando.

Foto: Captura de video hecho por un turista y subido a YouTube (visto en factcheck.afp.com)