La explosión del Saratoga y la primera vez que Ivette donó sangre

La explosión del Saratoga y la primera vez que Ivette donó sangre
Fecha de publicación: 
10 Mayo 2022
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Las primeras noticias las vio por WhatsApp. Eran fotos, sin textos, de cómo había quedado el hotel. “¿Habrá sido una demolición planificada?”, pensó. Enseguida se dio cuenta de que esa posibilidad no tenía mucho sentido, pues el inmueble, aunque temporalmente cerrado, se hallaba en perfecto estado. Comenzó a indagar.

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El aula de quinto año del Instituto Superior de Relaciones Internacionales estaba en un entreturno cuando Ivette González Salanueva conoció que el hotel Saratoga, a pocos kilómetros de donde ella se encontraba, había explotado. Menos de 24 horas después se convertiría en una de las más de 2000 personas decididas a evitar, con un poco de su sangre, que la desdicha resultara mayor de lo que anticipaba ser.

“Cuándo retomamos la clase no atendíamos al profesor. Las noticias empezaron a llegar una detrás de la otra. Nos preguntábamos qué podíamos hacer para ayudar. Algunos propusieron ir para allá. Otros dijimos que podría constituir un estorbo para los rescatistas, que podía ser peligroso, que el gas tal vez estuviera atrapado aún, que no sabíamos el estado de la estructura…”.

Ivette, al igual que cientos y cientos de personas en la capital, tenía muchas incertidumbres y una convicción: procurar ser útil, no quedarse inerte ante la tragedia. Por eso decidió sumarse a quienes donarían sangre para los heridos que la necesitaran. Había sido voluntaria en más de un centro de aislamiento en los momentos críticos de la pandemia de la Covid-19. Cuidó colas por más de un año. Pero nunca había donado sangre.

“Cuando tuve la edad fui para el servicio militar en la brigada de la frontera, en Guantánamo. Allá hubo una sola donación y en ese momento yo tenía la menstruación. Cuando regresé, me enfermé y no cumplía los requisitos. Así estuve un tiempo. Busqué otras formas de aportar; pero dar tu sangre impacta de una manera distinta”.

Alrededor del mediodía del viernes 6 de mayo, Ivette se trasladó al banco provincial de sangre de 23 y 2, en el Vedado habanero. Allí vio “una manifestación de personas” esperando su turno para donar. No siguió en la cola porque había almorzado, y uno de los requisitos es, según ha insistido el personal de salud, no haber ingerido alimentos sólidos en las últimas cuatro horas. De tal modo, decidió volver al día siguiente.

Esa noche escribió en su perfil de Facebook que la historia de Cuba es la historia del Saratoga, “del trabajo incansable, del sudor constante, de sacar fuerzas de donde no existen, mientras ojos morbosos se frotan las manos y desean lo peor; para el Saratoga, para Cuba”.

“Publiqué eso porque mientras gran parte del pueblo estaba conmovida y pensando cómo ayudar, había otros deseando desde lo más profundo que las noticias fueran las peores; que hubiera más y más muertos; que fuera una bomba, un atentado. Más allá de ideologías, es una cuestión de humanismo, altruismo y empatía. Hay un pueblo sufriendo como si cada una de las víctimas fueran familiares o amigos”.

Si su tesis de licenciatura no le robara últimamente casi todo el tiempo, disfrutaría leer, escuchar música, ver series y salir con amistades. Cuenta que le gusta mucho la Historia, los idiomas, la Economía Política y “todo lo que tiene que ver con Ciencias Sociales”.

En algún momento después del accidente conversó con su mamá sobre los acontecimientos, con la impresión de estar reviviendo algún episodio del pasado nacional. Recordaron la Coubre y Barbados, “con orígenes diferentes pero el mismo sentimiento y respuesta del pueblo; y más recientemente la caída del avión, en 2018, y el tornado, en 2019, desgracias fuera de nuestras manos”.

En la mañana del sábado 7 de mayo estaba de vuelta al banco de 23 y 2. Llegó más o menos a las 8:00 con un grupo de su escuela que el día anterior, al igual que ella, no cumplía con el ayuno requerido.

“Ante la cantidad de personas se habilitó un aula en el segundo piso para la espera y también el banco móvil. Se trabajó duro para que todo saliera lo mejor y más rápido posible. Ver esa cantidad de gente dando su granito fue esperanza entre tanta tristeza”.

Su turno llegó aproximadamente a las 9:30. No se reconoce a sí misma como miedosa de los pinchazos y la sangre; pero de serlo, asegura, tampoco se hubiese detenido.

“Me sentí bien. Al saber lo importante que era, uno no piensa en nada más. Tengo amigos que han donado a pesar de sus miedos. Miré la aguja. La enfermera pasó trabajo para encontrarme la vena: algo normal en mí.  No tomé el tiempo, pero llené la bolsa bastante rápido; esperaba que demorase más”.

Salió con la certeza de que la extracción de sangre le dejaría marcas en la piel del brazo. “A mí todo me deja morados”, dice. Así fue. No obstante, siente “calidez en el pecho” y gratitud hacia el equipo sanitario, cuyo profesionalismo no mermó a pesar de la inusitada avalancha de donantes que debió ser atendida.

“A pesar de estar desbordados, el personal nos trató con amor y agradecimiento inmensos. Todos, desde las enfermeras, los médicos, hasta la señora de la cafetería. Yo había llevado un refresco y cuando acabé dije que guardaran mi merienda porque había muchos donantes. Sabía que los recursos están escasos, pero la señora se negó. Nos trató a todos como si fuéramos sus nietos. No me dejó ir hasta que merendé”.

Ha intentado dosificar el consumo de información para evitar sentirse saturada. Sin embargo, a la vez teme perderse algo importante sobre los hechos asociados al accidente del Saratoga. Tras regresar del banco de sangre se desconectó unos minutos para hacer tareas de la escuela y cuando encendió  la conexión de nuevo supo de convocatorias para donaciones de alimentos, ropas y útiles hogareños a las familias afectadas. Una idea le vino a la mente: “van a ser días muy activos para todos”.

“Creo que en unos años quedarán las historias bonitas más que las tristes. Por supuesto, recordaremos con dolor a todas las personas que murieron, a sus familias, a los heridos. Pero hablaremos por generaciones de los bomberos, los rescatistas, los médicos, los voluntarios...”.

 

 

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